Quiana “secretos, pasión y vino”

34 ENTRE EL “TE QUIERO” Y LOS FANTASMAS DEL AYER

Domingo 3 de septiembre de 2018

Piazza di Spagna, Roma

Tres días después…

—¡Ay, madre santísima, pero qué magnífico novio tengo! —exclamo en cuanto recojo la revista recién entregada en la puerta—. Guapo, radiante, espléndido, ¡un Adonis! —beso la portada y la aprieto contra mi pecho—. ¿Puedes creer que este mortal crea magia con solo unos pantalones negros, una playera blanca, chaqueta de cuero y un periódico en la mano?

—¿Quién es ese hombre que tanto roba tu attenzione? —pregunta con su voz aterciopelada, mirándome por encima de sus divinos lentes de pasta gruesa—. Has logrado interrumpir mi lectura matinal. Grazie.

—No pretendía molestarte, cariño, pero es imposible contenerme cuando veo al tal empresario Girardi —abro la revista directo a la sección de chismes que habla sin parar de mi italiano favorito—. Lei è messicana! —leo en voz alta—. ¿Qué significa eso?

—Al parecer, la novia de ese airoso italiano es mexicana —se levanta con calma, da un último sorbo a su macchiato y esquiva la mesa para acercarse a mí—. ¿Sucede algo?

—¿Le dijiste a Grazia que tienes una novia mexicana? —alzo la vista y lo observo, buscando en su rostro alguna pista.

—La mia ragazza, mia moglie (mi esposa) —susurra quitándose los lentes. Su mirada traviesa brilla—. Deberías leer la otra revista que dejé sobre la mesa. Quizás su contenido sea aún más de tu agrado.

Invade mi espacio sin pedir permiso y, sin previo aviso, aspira el aroma de mi cuello.

—Yucatán La Blanche, la mia fragranza preferita (mi fragancia favorita).

—No hace falta decirte lo enamorada que estoy de ti, ¿o sí? —sonrío, rozando su mejilla impregnada de Acqua di Giò—. ¿Cómo le haces para ser tan arrollador?

—Non lo so —sus manos recorren mi cintura con esa seguridad que vuelve el ambiente más íntimo, más cálido—. ¿Algún lugar que desees visitar hoy?

—Sí —asiento, rodeando su cuello con los brazos—. El óculo de Roma.

—Ah, il Pantheon di Agrippa —su tono es de aprobación absoluta—. Iremos apenas termine unas llamadas, ¿va bene?

—Va bene, guapo —susurro, robándole un beso suave, de esos que a él le encantan por las mañanas—. Sabe a macchiato dulce, señor Girardi.

—Otro —pide, rozando mi mejilla con la punta de la nariz—. Per favore.

—Termina tus llamadas y quizás te dé más besos durante el día —me separo con fingida indiferencia—. Ve, no tardes mucho.

—Ya vuelvo, amore mio —sus ojos verdes sonríen con los míos al notar cómo me derrito con ese simple ‘mi amor’ a la italiana—. Revista en la mesa, regalo en la cocina. Bacio —murmura antes de robarme un beso firme, pero dulce.

Han pasado casi cuatro días desde mi llegada a Roma, días en los que me he sentido flotando entre nubes gracias a este hombre que me tiene enganchada como pez en anzuelo. Su pasión por la historia de la ciudad me deja boquiabierta, tanto, que juro por San Bonifacio que no he necesitado buscar nada en internet. Lo sabe todo, lo explica con tal elocuencia que comienzo a sospechar que tiene un talento innato para ser guía turístico. Aunque, si vamos a ser sinceros, con su encanto natural, las mujeres se le prenderían como semillas de amor seco y no lo dejarían en paz.

¿Quién hubiera pensado que un empresario, investigador y moderno Quijote podría tener un lado tan tierno, dulce, atento y evocador como ninguno?

“Roma es ocre. Ocre amarillento, ocre anaranjado, ocre rojizo. Los ocres de la mia città resplandecen con el sol de la mañana y se envuelven en sosiego al ocaso, pero cuando llueve, se entristecen con una indecible melancolía”. Esas fueron sus palabras mientras visitábamos el jardín de los naranjos hace dos días. No sé de dónde saca tanta verbosidad, pero me maravilla. Me maravilla y me enreda, me atrapa sin remedio.

—Revista en la mesa, regalo en la cocina —repito en voz baja, revisando la correspondencia sobre la mesa de madera—. Aquí estás… A ver… L’imprenditore Girardi in azione. Ci sarà un anello nuziale? —leo con mi desastroso intento de acento italiano—. ¿Qué habrán escrito ahora?

Saco el teléfono del bolsillo de mi vestido y le tomo una foto rápida con el traductor. Las palabras aparecen en la pantalla:

“Empresario Girardi en acción. ¿Habrá anillo de boda?”

Frunzo el ceño. ¿Anillo de boda? ¿Será lo que imagino o solo otra especulación de la prensa? Fabrizio salió ayer a comprar algunas cosas cuando preparaba la ensalada, pero… ¿un anillo?

—No, no lo creo. Sería demasiado pronto… —murmuro, pasando la página con la duda instalada en mi cabeza.

Las fotos en la revista resultan interesantes. En algunas, Fabrizio posa con esa elegancia natural que lo caracteriza; en otras, camina por la ciudad, como dueño de cada rincón de Roma. Pero una imagen me detiene: él, de pie frente a un mostrador de joyería, observando anillos.

—Hmm… seguro se compró algún capricho por su cumpleaños. Sí, debe ser eso —cierro la revista y entro a la cocina, dejando el tema a un lado—. Ay, bendito… ¿Cuándo trajo esto?

Un ramo de rosas blancas reposa sobre la mesada, impecable, elegante… como él. Me acerco, inhalo su fragancia y tomo la tarjeta junto al jarrón.

Acabo de ver a un ángel. Ya no estoy seguro de si estoy en la tierra o en el cielo.




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