Quiana “secretos, pasión y vino”

35 CONCIENCIA A PRIMERA VISTA

«No llevo ni una semana en Roma y ya estás logrando que mi estadía se vuelva molesta, divina Venturelli» pienso, arrojando las hojas sobre la cama. «Ahora resulta que te escribe notas a mis espaldas mientras yo me ilusiono con cada palabra que me dice. Si sigues en nuestro camino, no iremos a ningún lado».

Un momento… ¿nuestro camino? ¿De verdad lo es? ¿O acaso soy yo quien está en el suyo?

—¿Amore? —su voz interrumpe mis pensamientos—. ¿Estás bien?

Déjame decirte, fiorellina mia, que te sorprenderías de lo romántico y cursi que puedo ser —leo con la rabia contenida—. No me considero el mejor redactando, pero per te (por ti), hago el máximo esfuerzo para que entiendas tutto (todo) lo que siento, lo que soy y lo que pienso… —alzo la vista y hago una mueca—. ¿Puedes decirme qué está pasando?

No solo he descubierto su pequeño secreto, sino que además, ha arruinado el momento especial que compartimos hace unos minutos. Sí, adiós a las flores también.

—L’hai visto (Lo viste) —se recarga en el umbral con una calma que me desquicia.

—Antes habría dicho que no soy quién para meterme en tus asuntos, pero los papeles cambiaron hace unos días, ¿recuerdas? —tomo el cuaderno y se lo lanzo—. Explícame qué es esto.

Su silencio lo dice todo. Me observa sosteniendo el cuaderno negro y, en ese instante, mi mente me susurra la verdad que no quería ver: la sigue amando. Todavía le escribe.

—Bellezza… —suelta un suspiro, acompañado de esa mirada arrasadora que tanto me gusta—. Vamos a hablar, ¿va bene?

—Sí, está claro que tenemos que hablar —me levanto y camino hacia el pasillo, empujando su hombro para que me deje pasar—. Lo que no entiendo es esa sonrisita burlona. No le veo lo gracioso al asunto, ¿sabes?

—¿Quale sorriso beffardo? (¿Cuál sonrisa burlona?) —indaga, siguiéndome hasta mi habitación—. Quiana, per favore. Estás haciendo un drama por nada.

—¿Nada? —me giro para enfrentarlo—. “Ti amo y te amaré siempre, Venturelli. Sin importar con quién o en dónde me encuentre; estaré contigo”. ¿Hace falta que te lo repita?

—Ah, mamma mia. Non capisci niente (No entiendes nada) —sacude la cabeza, mordiéndose el labio con una sonrisa contenida.

—Llevamos días juntos, lo sé —me dirijo al balcón—. También entiendo que un amor como el que ustedes quisieron construir no desaparece de la noche a la mañana, pero —alzo la hoja—, ¿por qué seguir escribiéndole?

—Quiana, esas notas son antiguas.

—¿Entonces por qué las conservas? No le encuentro sentido.

—Ni yo a esta piccola discussione (pequeña discusión).

—Dime algo, ¿no soy suficiente mujer para ti?

—No digas eso —su sonrisa desaparece—. No hay otra mujer que desee más a mi lado que tú.

—Entonces, explícame —mi dedo se clava en su pecho—, porque juro por San Clemente de Roma y las reliquias de la Santa Inocencia Mártir que me voy hoy mismo. Conmigo no se juega.

—Nadie está jugando contigo. Déjame explicarte.

—Eso es lo que llevo esperando de ti, Fabrizio, pero solo le das vueltas a la situación —suspiro, conteniendo las ganas de abrazarlo al ver sus ojos confusos—. Pudiste haberme dicho que no tenía importancia, que solo ibas a tirar esas malditas hojas y salir rumbo al Panteón de Agripa, pero no. Me das largas, sonríes y no vas a ningún lado. ¿Qué piensas? ¿De verdad crees que algún día vas a volver con ella? ¿O acaso crees que estando conmigo puedes darte el lujo de seguir llevándola en tu mente? —mi indignación crece, desbordándose en cada palabra—. ¿Sabes qué? Puedes conseguirte a otra para ese jueguito, porque yo no estoy para eso.

—¡Smetti di parlare! (¡Deja de hablar!) ¡No es así! —me toma del brazo, atrayéndome hacia él en un rápido movimiento—. Clara no significa nada para mí.

—Pues no es lo que esas hojas me dijeron, créeme —río sin ganas—. Ya suéltame.

—No. Ahora vas a escuchar lo que tengo que decir.

—Hablo en serio —miro sus dedos sobre mi piel—. Suéltame. No soy tuya.

—Lo eres.

—¡No lo soy! No he firmado ningún papel y con esto dudo que alguna vez lo haga.

—¿Por qué complicas todo? —libera mi brazo y da un paso atrás, recargándose en la pared—. ¿Dónde quedó aquello de vivir el momento?

—Lo dije y lo mantengo, pero no así. Se suponía que lo viviríamos juntos, que disfrutaríamos el paréntesis que la vida nos da, pero sigues trayéndola a nuestro presente, a nuestra relación, y yo no puedo con eso. Es como si intentara meter a Astor entre nosotros, sabiendo la clase de hombre que es. ¿Te hace lógica?

Estoy más enojada que Esquilín en verano, decepcionada de que siga guardando cosas del pasado estando conmigo. Sus recuerdos con esa mujer todavía lo estremecen, aunque no quiera admitirlo.

—No puedo contradecirte. Tienes razón —cierra los ojos e inclina la cabeza hacia atrás—. Mi dispiace (Lo lamento).

Su mente es un enredo de estambre que se complica con cada segundo. ¿Por qué su confusión me duele y me derrite a la vez? ¿Por qué siento que no necesito conocerlo a fondo para saber que ese bloqueo solo oculta lo buen hombre que es? Sí, es un italiano lleno de errores, pero he visto su alma noble en menos de un mes.

—La notte en que Clara me sacó de su departamento, decidí escribirle una especie de carta de despedida —resopla, con cierta melancolía en la voz—. Sabía que después de mi pelea con Özmen no querría volver a parlare conmigo y, por obvias razones, tampoco iba a cambiar su decisión de viajar a Milano —mete las manos en los bolsillos—. No hubo forma de hacerle entender que solo quería lo mejor para ella, que nuestros mundos eran diferentes, pero que estaba dispuesto a dar el paso porque…




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