Piazza della Rotonda, distrito de Pigna
12:35 p.m.
—Quiana, ¿estás bien? —bromeo, abrazándola por la espalda—. ¿Te gusta lo que ves?
—Es que no comprendes la magnitud de lo que estoy sintiendo ahora mismo, Fabrizio —sus manos se entrelazan con las mías—. Este es uno de los monumentos mejor conservados de la antigua Roma, el lugar exacto donde Rusty e Isabel se encuentran por primera vez en Ocean’s Twelve —suspira, dejando caer la cabeza hacia atrás para recostarse en mi hombro—. No tienes idea de lo afortunado que eres por haber nacido en una ciudad tan mágica.
—Estoy aprendiendo a ver mi città con los mismos ojos que tú, bellezza —aspiro el delicioso aroma de su cabello—. A veces no vemos lo que tenemos hasta que alguien viene y nos lo señala.
—¿Crees que el clima de hace dos mil años sea el mismo que estamos disfrutando ahora? —sonríe, arrugando la nariz—. A veces me gusta hacerme esas preguntas, ¿sabes?
—¿O será que deseas, de algún modo, ser parte de lo irremisiblemente perdido y admirado?
—No empiece con sus palabras rebuscadas, porque me vuelvo a enamorar de usted, señor Girardi. Se lo advierto.
—Ha scoperto le mie intenzioni, signorina (Ha descubierto mis intenciones, señorita) —digo tomando su mentón para disfrutar de la cercanía que me permite.
—Los sueños de mi juventud están ahora vivos frente a mí —besa mi mejilla con una calma arrebatadora—. Aquí está la indescriptible Roma, ciudad que robó mi corazón y que invoqué un dieciocho de agosto de este año, mientras veía mi futuro bailar con otra mujer —sus ojos me observan con intensidad—. Sin embargo, también está el romano que no solo hizo realidad mi sueño, sino que, además, roba un pedacito de mi corazón cada día con sus simples conversaciones, salidas y besos. ¿Cómo puede ser que hayas estado oculto por tanto tiempo?
—Siempre estuve aquí —le guiño el ojo—. Scusami (Discúlpame) por haberme apartado del camino durante un tiempo.
—Estás perdonado —dice, desviando su mirada hacia mi boca.
Una ligera sonrisa genuina se escapa de mí cuando il suo corpo (su cuerpo) se relaja al sentir mis labios sobre los suyos.
—Tus besos son como el acqua de Roma —beso su mejilla, la comisura de sus labios—. No hablo del acqua de la Fontana di Trevi o de Piazza Navona, mucho menos del Fontanone en Trastevere —busco su mirada y sonrío—. Hablo de aquellos dispensadores de acqua fresca y generosa que los peregrinos tienen la suerte de encontrar, para aliviar y calmar su sed.
—Ahora entiendo por qué las mujeres caían rendidas contigo. Tus palabras son como una hoguera ardiente de la que es imposible salir ileso —desliza su mano sobre mi barba, recorriéndola hasta llegar a mi cabello, algo despeinado por el vento (viento)—. ¿No soy una latina afortunada?
—El afortunado sono io (soy yo) —muerdo mi labio y la atraigo un poco más cerca de mí—. Fresca, hospitalaria, de una esencia deliciosa e indescriptible, y con un sabor que no se puede comparar. Tutto questo sei tu (Todo eso eres tú).
—Hoy estamos muy románticos, querido italiano —me regala una de sus sonrisas pícaras, y señala hacia el Pantheon—. Mejor ayúdame a pronunciar lo que dice allá arriba, y después seguimos con lo nuestro, ¿te parece?
—Ok, amore —alzo la vista, dispuesto a ayudarla.
—Veamos… Agrippa… Cos…Terti… Tertiv… —resopla, dando por perdida la batalla de la pronunciación—. Bien, lo demás no lo sé pronunciar.
—En realidad, lo que dice es M.AGRIPPA.L.F.COS.TERTIVM.FECIT, que en español significa: “Fue construido por Marco Agrippa, hijo de Lucius, cónsul por tercera vez”. Nadie se atrevió a crear algo semejante hasta el Renacimiento, catorce siglos después. —sonrío con orgullo—. Es una obra maestra de armonía y sabiduría constructiva.
—Ahora entiendo por qué Miguel Ángel decía que el Panteón tiene un diseño angélico y no humano.
—¿Sabías que todavía conserva su piso originale de mármol? —ladeo la cabeza con admiración—. Además, sus capillas interiores están llenas de obras de arte que cortan la respiración.
—También leí que hoy en día es una basílica, llamada Santa María de los Mártires, y que celebran misa todos los sábados y domingos.
—Mi tío Roberto solía venir aquí cada mattina (mañana) de domingo a rezar por Marco y por mí —recuerdo con nostalgia aquellos días sombríos de nostra storia (nuestra historia)—. Él pensaba que algún santo podría guiarnos.
—Mal o bien, su fe fue grande. Marco encontró a una mujer increíble, tendrán un bebé, y tú… —mira sobre su hombro con una sonrisa cómplice—. Ahora me tienes a mí.
—¿Sabías que el Pantheon de Agrippa también es famoso por celebrar bodas?
—Como que hace bien mucho calor hoy, ¿no? —responde con esas parole (palabras) tan rebuscadas que me hacen sonreír—Mejor vamos a la entrada y compramos los boletos —abre su cartera para sacar el teléfono—. Necesito tomar muchas fotos y luego llamar a Dulce. Solo espero que no esté dormida.
—Lo más probable es que sí, como todas las veces que has intentado contactarla y no lo has logrado por la diferencia horaria —miro mi reloj—. ¿Podrías darme mi teléfono, principessa (princesa)?
—Andaaaa, qué cosa más azucarada eres —revuelve dentro del bolso Prada que le regalé hace due giorni (dos días)—. Aquí está, guapo.
—Grazie mille, dolcezza (mil gracias, dulzura) —beso su mano, agradecido—. Necesito revisar unos mensajes.