Quiana “secretos, pasión y vino”

42 EL REGALO INESPERADO

—Creo que nadie te ha enseñado a respetar el espacio personal de otros —me hago hacia atrás, jalando mi blazer de su mano.

—Vedi quanto sei affascinante? (¿Ves lo encantadora que eres?) —inclina la cabeza con una sonrisa de suficiencia—. Entonces, ¿no me dejarás pasar?

—Dijiste que solías ser amigo de Fabrizio, por lo tanto, no puedo confiar en ti ni abrirte las puertas de su casa tan fácilmente. Mi dispiace (Lo lamento).

—¿Sabes cuántas fiestas y reuniones se han hecho aquí? —se sienta en la escalera con descaro—. No eres la única que se ha quedado a dormir. Non dovresti sentirti così speciale (No deberías sentirte tan especial) —susurra, guiñándome un ojo.

Parpadeo, incrédula. ¿Escuché bien? ¿Que no debería sentirme tan especial? «María de Jesús Sacramentado, dame paciencia porque este tipo de hombres me enchinan la piel… pero de puritito coraje», pienso, lanzándole cuchillas imaginarias para borrarle esos humos.

No soporto a los que se creen irresistibles, los que confunden arrogancia con encanto, los que piensan que pueden salirse con la suya con una simple sonrisa ladeada. En mi rancho lo decían claro: hay una línea delgada entre un hombre atrevido y un idiota. Y este ni siquiera la pisa, se la pasa por encima como si fuera un mal chiste.

—Hazme un favor y ahórrate tus comentarios de mal gusto —extiendo la mano—. Mejor entrégame lo que viniste a dejar. Para tu mala suerte, no tengo todo el tiempo del mundo.

—Qué carácter —ronronea, divertido—. Tienes un espíritu fuerte, muy… libre. Mi piace (Me gusta) —saca de su chaqueta una bolsa negra de terciopelo y la deja caer sobre mi palma—. Si tanto te interesa lo que vine a traer, aquí lo tienes.

«Esto no es nada, nadita bueno», opina mi instinto.

—¿Y esto qué es? —abro la bolsa, encontrándome con un sobre rojo.

—Fotos comprometedoras de Girardi —responde con satisfacción—. Venía a chantajear al bastardo, pero creo que esto ha salido mejor de lo que esperaba —sonríe—. In Piazza Navona me di cuenta de cuánto le importas. Sei migliore della televisione e dei media pubblici (Eres mejor que la televisión y los medios públicos).

—El pasado de Fabrizio no me interesa en lo más mínimo —le devuelvo el sobre como si me quemara.

—¿Passato? Creo que te equivocas —abre la solapa con calma y saca tres fotos—. Estas son de hoy. In Vaticano. Puedes cerciorarte si quieres, encanto.

—Dámelas —se las quito de las manos.

No, Fabrizio… Ay, no. No puede ser.

Las fotos son de hoy. Mi italiano está ahí, justo frente al Vaticano, acompañado de una mujer que no reconozco. Sus rostros se encuentran demasiado cerca, y la manera en que se miran, cómo su mano descansa en su cintura… No. Esto no puede estar pasando.

Dejo caer las primeras fotos y paso a las siguientes. Más imágenes. Distintos ángulos. La misma escena.

—Estas fotos están sacadas de contexto —balbuceo, más para convencerme a mí misma que a él.

—Davvero lo credi? (¿En serio lo crees?) —dice, ladeando la cabeza con burla.

—Tu plan es levantarle un falso en los medios para ensuciar su reputación, ¿no es así? Justo en el día de su cumpleaños —suelto una risa seca y niego con la cabeza—. ¿Cómo sé yo que estas imágenes son reales?

—Vuelve a mirarlas y saca tus propias conclusiones.

Bajo la mirada y aprieto los dientes para no gritar. Es él. No hay forma de negarlo.

Lleva el mismo traje negro impecable de esta mañana, el portafolio en la mano izquierda, los lentes de sol que nunca se quita en público… y un ramo de flores sencillo, pero encantador, en la mano derecha.

Lo que realmente me desarma, sin embargo, es la mujer a su lado. Blanca como la nieve, cabello negro azabache, cintura de avispa. Lo mira como si fuera un dios romano. Aunque, si lo pensamos bien, lo es… pero ¡es mío! ¡Mi dios romano!

En una foto, sus manos descansan sobre él. En otra, le sonríe con ternura. En otra más, le toca el rostro. ¿Era esta la reunión de trabajo tan urgente a la que debía asistir sí o sí?

—A pesar de su fascinación por ti, su forza di volontà es muy débil —responde Daniele con absoluta serenidad—. Fabio Girardi jamás se enamora, solo posee habilidades increíbles para tomar lo que desea. Una vez que se aburre, va con la siguiente.

—Eso no es verdad —mi voz se rompe un poco, pero no bajo la mirada.

—Nada ha cambiado en estos diez anni.

«¡No te dejes engañar, Varela! Confía en la palabra de Fabrizio. Él prometió que nada ni nadie te lastimaría» Mi cabeza grita, pero mi pecho duele.

Y es que, por más que desee defenderlo, no encuentro cómo. Las imágenes están ahí. La mano en la cintura de esa mujer, los susurros al oído, las risas cómplices…

No. No. Tiene que haber una explicación. ¡Tiene que haberla!

—Aunque… —desliza la mirada hacia la ventana que da a la plaza—sí hubo una sola mujer a la que en verdad amó. Si chiama Clara Venturelli. Era la secretaria de su primo hasta hace muy poco —peina su cabello pelirrojo—. Buenos atributos, ojos de ensueño, pero nada en speciale. Demasiado introvertida, aburrida y modesta.

—Sé quién es —masajeo mi sien, sintiendo el fastidio abrirse paso en mi pecho.

Clara Venturelli. ¿Por qué, de todas las mujeres en el mundo, tenía que ser ella?

—¿Fabio ya te contó cuando se hizo pasar por un ammiratore segreto para conquistarla?




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