Quiana “secretos, pasión y vino”

43 VIAJE DE REVELACIONES

—Ya, cabecita… deja de pensar. Ten paciencia —murmuro, llevándome a los labios el café que me hice hace un rato—. Ay, Jesús de Veracruz, esto está más frío que las escalinatas de la iglesia de enfrente —arrugo la nariz ante el sabor amargo y helado.

Empujo una de las sillas de mimbre y me acomodo mejor para contemplar la Plaza de España. Susurros de conversaciones, el murmullo del agua en la fuente de la Barcaccia, la calidez del sol acariciando mi piel…

Es un rincón indescriptible. Un refugio.

—Incluso el sonido de la gente es agradable —cierro los ojos.

La memoria me juega sucio y me arrastra a la primera noche que puse un pie en Roma.

«Bebí para que te quedaras conmigo». Su voz resuena en mi mente, una y otra vez. Esa frase quedó impregnada en mí, en lo más hondo de mis anhelos. Aquella noche, frente a la fuente, significó algo más que un reencuentro. Fue una reconciliación. Con el amor. Conmigo misma. Con los sueños que creía haber enterrado.

Mi llegada a Roma me enseñó que no todo es lo que parece, que detrás de la elegancia y el porte seductor de Fabrizio, de sus gustos excéntricos y su mundo de lujos, existe un hombre que, en el fondo, solo desea lo mismo que yo: ser amado, ser feliz y ser libre.

Daniele intentó pintarnos un mal tiempo en el cielo, pero no voy a dejar que nuble lo que tenemos. No voy a caer. No voy a darle lugar al dramatismo ni a los celos. Pasé tres años de mi vida sumida en esa espiral y lo único que conseguí fue encontrarme al borde de un abismo del que casi no salgo viva.

—Sé que me quiere tanto como yo a él —susurro, rozando con los dedos el anillo que cuelga de mi cadenita—. Solo deseo sacarlo por completo de su mundo oscuro, barrer las telarañas que lo aprisionan… solo eso.

No permitiré que unas simples fotografías destruyan lo que hemos construido. Fabrizio y yo hemos sacrificado demasiado, hemos apostado todo por esto. La confianza, el deseo, las ganas de quedarnos… nada de eso se quiebra tan fácil.

Un sonido en la puerta me eriza la piel.

—Ya llegó —siento el corazón martillándome en el pecho.

Las llaves chocan contra la mesa de la entrada. Escucho sus pasos… firmes, urgentes.

—¿Quiana? ¿Amore? —su voz envuelve el espacio.

—En la terraza —respiro hondo.

«Pies sobre la tierra, Quiana». Lo escucho acercarse. «Aquí viene. Aquí viene». Y entonces, lo siento. Su abrazo, cálido y envolvente, rodeándome por detrás.

—Bellezza —murmura contra mi oído.

Cierro los ojos y me dejo sostener por sus brazos. Porque sé que, después de esto, vendrá la verdad. Y estoy lista para escucharla.

Besa mi cabeza varias veces, y su abrazo se vuelve más fuerte, como si intentara fusionarme con él, protegerme de todo lo que pudiera herirme. ¿Cómo explicar la comodidad que me provoca tenerlo tan cerca? ¿Cómo escapar de esta atracción magnética que me arrastra inevitablemente hacia él? A veces, la familiaridad y seguridad que su presencia me brinda me confunden… pero me gusta.

—Hueles delicioso como siempre —acaricio sus manos con alivio. Está aquí. Al fin está aquí.

—Mírame —su voz es un susurro cargado de preocupación—. Stai bene? (¿Estás bien?) —sus ojos recorren cada rincón de mi rostro, de mis brazos—. ¿No te hizo nada? ¿No te lastimó?

—No, no pasó nada grave, tranquilo.

Cierra los ojos, dejando escapar un pesado suspiro. ¿Tan grave es que me haya encontrado con él?

—Quiana, Daniele es peligroso. Padece de esquizofrenia paranoide —en su mirada hay una súplica muda: quiere que lo tome en serio—. Por fuera parece un hombre normale, pero su mente es un completo caos.

Me quedo helada. ¿Esquizofrenia paranoide?

—Pude notar que no estaba bien de la cabeza, pero jamás imaginé que fuera alguna enfermedad —me pongo de pie, inquieta—. Sus respuestas eran tan extrañas, tan sin sentido… Ahora todo encaja —lo miro, buscando respuestas—. Dijo que abusaste de su hermana, que jugaste con ella, que le ocultaste la verdad… y Dios sabe cuántas cosas más. Obviamente no le creí —añado antes de que su preocupación escale—. Le recordé cómo reaccionó al verte en la Plaza Navona, pero se desvió del tema.

—Nada de lo que te dijo es cierto. Tengo pruebas de ello y la confesión de su hermana ante la corte penal —intenta acercarse, pero me cruzo de brazos, deteniéndolo.

—¿Confesión?

—Tuvimos una relación hace tempo, pero jamás le hice daño. Ambos sabíamos que lo nuestro sería algo liviano, pasajero… —hace una pausa antes de soltar la bomba—. Fue su hermano quien la lastimó.

El aire se me queda atrapado en los pulmones.

—Daniele asesinó a Allegra Marino. Era su prometida y mejor amiga de su hermana.

—¿Qué? No puede ser posible… —el alma se me cae a los pies.

—Dijo que Allegra había intentado envenenarlo y que las voces en su cabeza le ordenaron matarla.

Un escalofrío me recorre el cuerpo.

—Santo cielo… No, no, ya ni quiero escuchar más —me llevo las manos a la cabeza.

—¿Ahora entiendes por qué me preocupé tanto? —sus ojos reflejan tormento—. Pudo haberte hecho cualquier cosa… y yo no estuve para protegerte. Sono un sciocco (Soy un tonto).

—Oye, no, no —lo tomo las manos, intentando calmarlo—. No tienes por qué culparte, no fue a propósito. Ninguno de los dos sabía que vendría. Tal vez debí estar más atenta, y… —suspiro, tratando de estabilizar mi corazón—Fabrizio, ¿cómo es que ese monstruo sigue suelto?

—Influencias de su padre —alza los hombros—. Dueño de casi un tercio de los comercios de la città y buen amigo de algunos jueces de la Corte Suprema di Cassazione. Se le juzgó por asesinato en segundo grado, pero pagó una buena cantidad de euros para evadir la condena. Al final, lo acusaron de homicidio por psicosis y lo enviaron a un psiquiátrico… del que salió hace apenas unos meses.




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