Estación Roma Termini
Roma
12:05 p.m
Desde que era pequeña, la Ciudad Eterna habitaba en mi mente, flotando como una promesa lejana, un anhelo tejido entre historias, ruinas y mitos que parecían inalcanzables. Roma no era solo un destino; era un susurro persistente en mis pensamientos, un sueño que se alimentaba de imágenes de calles adoquinadas, cúpulas imponentes y el eco de voces antiguas.
Hoy, después de tanto imaginarlo, aquí estoy… de pie en Termini, la famosa estación que tantas veces contemplé en la película Stazione Termini. Recuerdo aquellas noches interminables en el hospital, cuando el cansancio me vencía, pero la mente se aferraba a cualquier escape. Me ponía la película una y otra vez, dejándome llevar por su melancolía, por la nostalgia de los trenes partiendo y llegando, por la promesa de historias que siempre parecían más grandes que la vida misma.
Y ahora mírenme, parada justo aquí, con el corazón latiendo como si quisiera grabar cada segundo de este momento. El bullicio de los viajeros, el traqueteo de las maletas sobre el suelo, los anuncios en italiano resonando por los altavoces… Ájalaaaas. Todo me envuelve, todo me grita que esto es real.
—Amore mío —Fabrizio aprieta mi mano, logrando traerme de vuelta—. ¿Qué pasa por esa cabecita tuya? ¿A cosa pensi?
—¿Que en qué pienso? —levanto la mirada y le sonrío—Pienso en que soy demasiado afortunada —entrelazo mis dedos con los suyos—. La vida me regaló un boleto, y terminé sacándome la lotería.
—¿La lotteria?
—Sip —asiento—. Y no lo digo por el lugar, sino porque tengo al hombre mas guapo de toda Roma caminando conmigo.
Su risa resuena en el aire, vibrante, ligera, como la de un niño que acaba de recibir el regalo que más anhelaba. Es pura, sincera, tan bonita que me cala hondo, como mariachi en el alma.
—El de la suerte soy yo —besa mi mano con esa ternura suya reflejada en sus chulos ojos verdosos.
Camino a su lado, sintiendo su presencia. Y sí, Roma es un sueño cumplido, pero Fabrizio… Fabrizio es otra onda, otro mundo. Es la escena de una increíble historia que no quiero que termine. «Si esto es un sueño, San Toribio te ruego que a nadie se le ocurra despertarme».
—¿Ya me dirás hacia dónde vamos? —pregunto sin dejar de caminar, tratando de sacarle algo, cualquier pizquita de información.
Fabrizio suelta una risa suave y niega con la cabeza.
—Ragazza, es la quinta vez que me lo preguntas. Deja de insistir —niega con la cabeza y sonríe con descaro—. Las sorpresas no se revelan tan facile.
—¿Y qué tal una pista? —lo tiento, arqueando una ceja.
—Una pista —se detiene un segundo, considerando mi propuesta—. Hmm… Las casas se aferran al mar como si fueran susurros antiguos, y el aire se llena de sal, de una libertad que sabe a promesa.
Me detengo en seco, tratando de descifrar sus palabras.
—Jesus, María y José —suspiro, atrapada en el misterio—. Necesito más de esos poemas tuyos. Dai (Vamos), no seas cruel, ¿si?
—Más tarde —me guiña el ojo y señala hacia el frente con la mirada—. Es hora de abordar.
Vuelve a tomarme de la mano y caminamos en silencio hacia la plataforma. Mi mente aún está un tanto desconcertada por todo lo que está sucediendo cuando se detiene frente a la ventanilla de Trenitalia.
—Buongiorno, signore —saluda la empleada con su impecable traje azul eléctrico—. Boletos y pasaporte, por favor.
Con un gesto tranquilo, le entrega ambos pasaportes y los boletos con detalles dorados. Esperen, ¿dorados? ¿Desde cuándo los boletos de tren tienen tanta elegancia?
—Grazie, signore… Girardi —responde la mujer, leyendo el nombre en el pasaporte—. Ah, Frecciarossa Executive. Excelente elección —sonríe, deslizando ambos documentos con los boletos bien acomodados —. Aquí tiene.
No entiendo mucho de italiano, pero estoy segura de que ha dicho ejecutivo. ¡Ejecutivo!
—Dime que no es primera clase —tomo mi pasaporte, y checo rápido el boleto—. Ay, ¡Fabrizio!
—¿Cómo podría permitir que mi ragazza viajara de otro modo? —responde juguetón—. Conmigo todo es lujo, lo sabes. Dovrai abituarti se vuoi essere la signora Girardi (Deberás acostumbrarte si quieres ser la señora Girardi) —susurra, besando mi cabeza.
—¿Señora? ¿Me has dicho señora? —observo mi vestimenta.
—Andiamo, amore —dice mi italiano, sin poder aguantar la gigantesca sonrisa en su rostro—. El tren nos espera.
He viajado en tren antes, pero siempre en el Chepes, rumbo a San Juanito, en Chihuahua. Era una tradición familiar. Mis primas, mi hermana y yo nos apretujábamos en los asientos, rodeadas de gente, con el bullicio y el ruido de voces ajenas. Los trayectos, aunque a veces eran largos, nunca nos parecían incómodos; más bien, eran cálidos, entre risas y conversaciones amenas. Las paradas en las pequeñas estaciones eran como un respiro, pero en cuanto el tren arrancaba de nuevo, nos sumergíamos en esa sensación única de estar juntas.
Cada vez que llegábamos, mis tíos y tías por parte de mi papá nos recibían con los brazos abiertos, el aroma a comida casera en el aire y la promesa de días tranquilos en el pueblo. Era una vida sencilla, sin prisas, donde lo importante era la compañía y el calor del hogar.
Pero esto… esto es completamente diferente. No hay voces desordenadas ni risas entrecortadas. Aquí, la calma y el lujo dominan el ambiente.