Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 1

La sensación del viento al contacto con su rostro era una de las que más le agradaban, le hacía sentir como si pudiera volar. Si no fuera porque manejaba su bicicleta, le hubiese gustado cerrar los ojos y dejarse llevar por aquella caricia que le resultaba mágica y estimulante. No había nada mejor para Azul que iniciar la mañana con el viento susurrándole al oído que, aunque las cosas no salieran como esperaba, la vida valía la pena vivirla.

Era el día de los enamorados, por lo que el pequeño pueblo costero de Albujía parecía encontrarse especialmente colorido. Azul detuvo su bicicleta frente al puerto de la ciudad desde donde le agradaba observar las embarcaciones que llegaban y las que salían, el movimiento de las personas que trabajaban en la zona o el revuelo de las gaviotas alrededor.

Solía detenerse allí cada mañana solo para empaparse del olor a mar e imaginarse cómo se sentiría poder volar y planear en el cielo como una gaviota. Por eso mismo le había puesto ese nombre a su bicicleta antigua, la que le había regalado su padre hacía un tiempo por su cumpleaños.

Azul tenía un estilo peculiar, le gustaba vestirse con muchos colores, incluso aunque algunas veces estos no combinaran demasiado bien entre sí a los ojos de la mayoría de las personas, casi siempre llevaba puesto un sombrero de jean tipo pescador que tenía en medio un enorme girasol y usaba faldas largas con zapatillas deportivas o enterizos con tirantes. Su cabello castaño claro y lleno de rizos, siempre iba suelto y a sus anchas, salvo en los días de mucho calor o cuando daba clases, para las cuales solía hacerse un rodete algo desaliñado. Nada en su colorida apariencia daba la sensación de que, por dentro, se sintiera sola y lidiara con un corazón roto.

Hacía muchos años, en una de las largas y silenciosas horas que compartía con su padre mientras salían a pescar, él le había hablado del amor. Cuando eso, Azul no tenía más que catorce años y se había enamorado por primera vez, su padre la había descubierto unos días antes mientras dibujaba corazones en su cuaderno con las iniciales A y P, que significaban Azul y Pablo.

En esa oportunidad, ella pensó que su padre la regañaría, sin embargo, él le contó su historia de amor con su madre, quien había fallecido cuando Azul tenía cuatro años, y le comentó lo feliz que habían sido juntos.

—¿Cómo sabré si es amor de verdad? —quiso saber Azul en aquel entonces—. ¿Cómo saber si es un amor como el tuyo y el de mamá?

—El amor hoy en día se confunde mucho —dijo su padre pensativo—. Todo está demasiado mediatizado y la verdad es que el amor que venden los medios de comunicación no siempre es el amor verdadero —añadió—. Las mariposas en el estómago, las piernas que se te aflojan, el corazón que se te sale del cuerpo, todo eso es una parte, una etapa del amor: el enamoramiento —comentó—, pero eso se acaba, y lo que queda después de eso, si es que algo queda, ese es el amor verdadero, cariño. Amar al otro como es, con sus virtudes, pero también con sus defectos, no pretender cambiarlo sino aceptarlo y amar incluso aquellas cosas que lo hacen imperfecto.

El hombre hizo un silencio tras aquella explicación y perdió unos minutos la vista en el horizonte. Azul pensó que ya había terminado hasta que giró su rostro hacia ella y volvió a hablar.

—Tienes que prometerme una cosa, Azul…

—¿Qué? —inquirió la muchacha con los ojos brillantes cargados de ilusión.

—Nunca dejes que nadie te haga creer que necesitas ser alguien distinta para amarte —zanjó con decisión—. Eres una chica peculiar, tienes un brillo especial y características que te hacen ser quién eres, nunca permitas que nadie te haga sentir que no vales, no dejes que en el nombre del amor te pidan que cambies o seas alguien que no eres.

—Está bien… —respondió Azul sin comprender del todo la magnitud de aquella promesa.

Su padre le regaló una sonrisa y luego volvió la mirada al agua silenciosa y clara en la que intentaban pescar.

—A veces, las personas confunden amor con posesión, creen que cuando amas a alguien eres su dueño. No hay concepto más equivocado que ese, pero bajo esa premisa, buscan cambiar al otro, adecuarlo a lo que desean que sea. Las personas muchas veces se enamoran del amor, no de otro ser humano, sino de la idea de estar enamorados.

—No lo comprendo muy bien…

—Te contaré una leyenda —dijo entonces el hombre y Azul se preparó ansiosa para oírla—. Había una vez una pareja compuesta por el hijo de un guerrero y una joven muy bella, sus padres estaban de acuerdo con la unión, por lo que la boda se llevaría a cabo. Los jóvenes, se amaban tanto que acudieron al brujo del pueblo para que les diera un conjuro que hiciera que su amor fuera eterno.

—¡Qué romántico! —dijo Azul con los ojos cargados de emoción.

—El caso es que el brujo mandó al joven a las montañas del norte a buscar al halcón más vigoroso y fuerte; y a la muchacha a las montañas del sur a buscar al águila más cazadora y que volara más alto. A ambos les dijo que le trajeran las aves con vida y así lo hicieron.

—¿Y para qué? —inquirió la muchacha con genuino interés.

—Bueno, cuando se las trajeron, luego de varios días, el brujo les preguntó si eran las mejores, a lo que ellos dijeron que sí. Entonces, les pidió que las ataran la una a la otra y luego las dejaran en libertad. Así, las aves no pudieron volar, se tropezaban, se estorbaban, se lastimaban, se atascaban mutuamente…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.