Quiero bailarme la vida contigo

Capítulo 4

A la mañana siguiente, cuando Felipe llegó al hogar de ancianos, se encontró con que la bicicleta ya estaba al lado del árbol. Aún era temprano, ya que habían quedado en encontrarse después del mediodía, por lo que le dio curiosidad saber qué hacía ella allí.

Al ingresar, fue hasta la habitación de Felicita, pero Azul no estaba allí, así que sin dar muchas vueltas se lo preguntó.

—Yeya, esa chica… ¿es confiable? —inquirió.

—Por supuesto que sí, somos amigas desde hace mucho tiempo, Azul es la mejor persona que conozco —afirmó hasta sorprendida por aquella pregunta.

—¿Y dónde está? Pensé que estaría aquí…

—Cada vez que viene da clases de danzas de salón a los que se pueden mover y bailar —explicó—, luego recorre las habitaciones para enseñar técnicas de respiración y relajación, y viene junto a mí al final, así nos tomamos el tiempo para hablar y compartir…

—Ya veo… ¿Y cuál es su historia? —quiso saber.

—Ah, eso tienes que preguntarle a ella —zanjó la mujer con una sonrisa dulce—. Mejor cuéntame qué es lo que hacías por España en todo este tiempo —pidió.

—Bueno… nada interesante, sobrevivir… —respondió él encogiéndose de hombros—. Mejor tú me cuentas la historia con el señor Castillo, ¿no crees?

—Espera que venga Azul, así la cuento una sola vez —dijo la mujer—. ¿Has sabido algo de Mónica? —Insistió, para saber algo de su nieto.

—No… y es mejor así, yeya —respondió—, no sé si quiero verla aún. Lo que no me explico es que ni siquiera te haya llamado a ti.

—Ya ves, hijo… pero bueno, cada quién toma sus decisiones y corre con las consecuencias de las mismas —añadió.

—Me hubieses llamado, si lo hubiera sabido habría venido antes —dijo él con consternación.

—Sé lo difícil que fue todo para ti, sabía que necesitabas tu espacio para sanar…

—Hay heridas que son tan grandes que no sanan jamás —suspiró.

—No lo creas, Felipe, todas las heridas sanan al final —dijo ella y perdió la mirada en la pared como si pudiera ver algo allí—, todo pasa y todo deja de ser tan doloroso para convertirse en un recuerdo. La vida es solo un momento y debes intentar vivir ese momento de la mejor manera.

—No parece tan sencillo, yeya…

—Lo sé, pero desde donde estoy yo la perspectiva cambia —añadió—. Por eso me agrada Azul, ella parece disfrutar de la vida y se entrega al máximo a ella.

—Bueno, ayer creo que no le fue tan bien —comentó él—. La encontré un rato después de salir de aquí discutiendo con un hombre.

—Debe ser Alexis —respondió Felicita—. Lo que pasa es que las personas como Azul lo viven todo con intensidad, Felipe, el amor, el desamor, la pasión, la amistad, el día a día…

—Yo creo que todos pasamos por esas emociones…

—Sí, pero algunos la piensan mucho mientras otros la sienten más. Tú eres razón, Azul corazón —repitió la anciana.

—Tú mejor que nadie sabes que yo no fui así siempre. ¿A dónde me ha llevado escuchar al corazón? La razón al menos te mantiene a salvo —replicó.

—¿A salvo de qué? ¿De la vida? ¿De qué sirve vivir la vida sin vivirla?

—No lo sé, yeya, vivir dejándose llevar por el corazón lo tiene a uno como en una montaña rusa… ahora al menos me siento a salvo.

—En cierta forma tienes razón, lo ideal es hallar el equilibrio, Felipe, todo en la vida tiene que ver con el equilibrio. Pero si no sales de esa cárcel que tú mismo te has creado, vivirás una vida insípida y cuando estés como yo, en la cárcel de la vejez, mirarás hacia atrás y te arrepentirás de todo lo que pudiste hacer y no hiciste, y ya será muy tarde…

—¿De qué te arrepientes, yeya? —inquirió.

—De no haberme arriesgado más, de buscar siempre la seguridad y la certeza.

Azul ingresó entonces a la habitación con una bandeja de comida.

—¡Feli! Ana me dio tu almuerzo para que te lo traiga —dijo y entonces vio a Felipe allí y reguló su entusiasmo—. Hola…

—Hola —saludó él.

La muchacha ingresó y ayudó a Felicita a sentarse con comodidad para poder colocar la bandeja con el almuerzo en su regazo. Después le puso una servilleta y le preguntó si necesitaba algo más. La mujer negó le regaló una sonrisa con un gesto para que se sentara.

—Hoy les quiero contar un poco de la historia con Antonio, así la búsqueda se hace más especial —comentó la mujer.

Azul asintió con emoción y Felipe solo esperó a que la mujer hablara, pero ella se llevó un bocado a la boca y no dijo nada hasta que acabó de masticarlo.

—Llegó a mi casa a reemplazar a mi maestra de piano, era su alumno estrella, el más avanzado. La mujer ya era anciana y se había caído, tenía que hacer un par de meses de reposo por lastimarse la cadera —comentó—, se presentó como Antonio y se sentó al piano. Vestía un traje gris muy elegante, su cabello iba peinado y engominado, y podría decirles que todo de él me gustó desde el mismo momento en que lo vi.

—¡Amor a primera vista! —exclamó Azul con emoción y manoteó con entusiasmo como si fuera una niña.




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