Quiero enamorarte

Procesos

—¿Por qué Rylan reaccionó así? —pregunta Alicia. Llevan rato en silencio, desde que entraron en el carro.

—Es una larga historia —dice Nando, quien solo le dedica una mirada por el retrovisor.

—¿Es personal? —Mira hacia la ventana.

—Bastante, creo que será mejor que él te la cuente.

Suspira. Reconoce que no es fácil hablar de temas íntimos, mucho menos de manera casual y con personas que apenas conoces. Ana sube al carro y saluda a su novio con un beso. Se sorprende al ver a Alicia detrás. Ana conoce tan bien a su amiga, que le regresa una mueca de lástima, porque sabe que está desanimada.

—Le contaste a Alicia de nuestros planes para esta noche —pregunta con emoción. Nando niega—. Bien, cariño. —Se asoma hacia los asientos traseros —. Tenemos una idea que te va a encantar, esta noche, podrás ver a Rylan todo el rato que quieras.

Alicia gira el rostro a la derecha, no debe insistir, pero gira el rostro a la izquierda pensando cómo sería eso posible, y regresa su vista hacia su amiga, levanta las cejas para indicarle que le interesa.

—Iremos esta noche al trabajo de Rylan, podrás observar todo lo que quieres mientras prepara cócteles.

—Si, la idea parece estupenda, pero yo ya estuve en su trabajo esta mañana.

—¿Como así? ¿Tiene dos trabajos? —Ana mira con sorpresa a su chico.

—Si, trabaja en una tienda por la mañana y en la noche en un bar.

—¿Acaso no duerme? —bromea Alicia, aunque en su voz se le pudo notar un poco de preocupación. Ahora entiende porque siempre dice que no, cuando de salir o pasear se trata.

—Que el cielo me salve —suplica Ana, le aterra la idea de perder su tiempo libre.

—Exageran. —ríe Nando—. Ustedes tienen la suerte de ser sus propias jefas, agarraron un buen momento para emprender, pero a nosotros los mortales nos toca trabajar.

—Tú no tienes dos trabajos —juzga su novia.

—El bar es un trabajo de tiempo completo.

—En realidad. —agrega Alicia—. Cuando tenía que atender mi tienda, literal, vivía para ella. Por suerte me va lo bastante bien para tener empleados —comenta con satisfacción.

—Pero igual andas sufriendo por ahí —Ana la fulmina con la mirada.

—Bueno, cosas, así es la vida —responde, restando importancia.

 

Rylan llega a casa. Entra directo a la cocina, la sopa pasó desapercibida por su estómago. Revisa la nevera. Suspira y cierra el refrigerador con mueca de disgusto. Olvidó hacer el mercado. Ni siquiera se le ocurrió traer algo de fruta.

—Cariño, ¿llegaste? —dice una anciana que se asoma a la cocina.

—¡Abuela! —Rylan la abraza feliz.

—Estás sudado, primero date una ducha —regaña a su nieto con palmadas en la espalda.

—¿Cómo te fue? ¿Qué te dijeron?

—Bien, ya estoy fuera de cualquier peligro. Todo está controlado.

—Me alegro —dice Rylan antes de volver a abrazarla. Su abuela intenta regañarle otra vez, pero no lo consigue, el chico permanece amarrado a ella—. Ni se te ocurra dejarme —susurra.

—¡Qué tonterías dices! —Ríe—. ¿Cómo podría dejar a estos dos sinvergüenzas?

—Me hacen llorar —dice Hamel secándose las lágrimas.

—Mira —dice Rylan al escuchar la voz de su amiga—. Comí cosas horribles por culpa de ella, y encima, las preparó a destiempo.

—Pero mi niño, ya estás bastante grande para hacerte tu comida. —Lo peina, como si todavía fuera su pequeño—. Pero tú no te vas a salvar del castigo —le advierte a la chica.

—Es mentira, a él siempre se le olvida comer.

—Tengo una petición para ustedes dos —dice la anciana, con su dedo índice en alto, les indica que se sienten—. ¿Para cuándo piensan darme nietos, par de sinvergüenzas? Me niego a irme al cielo sin antes ver algún chiquillo correr por esta casa.

Rylan y Hamel se miran las caras.

—Es que estamos peleados con cupido —dice ella, con tono juguetón.

—No me interesa, o lo arreglan o yo les consigo pareja.

—¿Como? —pregunta Rylan—. ¿Desde cuándo esto se convirtió en una dictadura? —ríe.

—Para diciembre quiero hacer una gran cena, y si ustedes no tienen pareja, se las traigo yo —vuelve a advertir.

—Pero abuela —lamenta Hamel—. Todavía estamos chiquitos.

—Si, bien chiquitos los treintañeros. —Ambos ríen ante la cara de amargura de la señora.

—¿Y de dónde vas a sacarnos pareja? —pregunta Rylan sarcástico.

—No lo sé, están avisados —dice al retirarse.

—¿Y ahora? —susurra Hamel.

—Ni modo —responde él—. Nos tocará buscarnos otra casa en diciembre.

Ella se cubre la boca para aguantar la risa. Rylan mira al suelo tratando de resistir también. Ambos se miran, y vuelven a contener las ganas de soltar una carcajada. Hamel tiene razón, todavía son unos chiquillos.

—Bueno —dice ella para romper la tensión, mientras más traten de aguantar, mayor será la risa al final—. El doctor le prohibió las emociones fuertes, su corazón está bastante débil.

—No… —lamenta. Rylan recuerda el compromiso que acaba de hacer—. Entonces estoy en problemas.

—¿Por qué?

—Por dónde comenzar —piensa en voz baja—. Hablé con Nando, y acordamos en que te va a llevar y buscar al trabajo.

—¿Y eso?, digo, se agradece pero, no lo hace de gratis, ¿cierto?

—Baja la voz —pide—. Quiere darle un nombre a la banda, para hacerle publicidad.

—No… —Hamel se sorprende—. La abuela no se puede enterar, menos mal me dio chance de esconder la guitarra apenas llegó, ¿estás dispuesto a asumir esa responsabilidad? Y sí tu papá se entera, te cortara la cabeza.

—No sé qué hacer, tampoco puedo decir que no. —Suspira—. No puedo volver a pelearme con Nando, y mucho menos voy a aguantar a que me saque en cara su ayuda.

—Si, fue mala idea pedírselo aquella vez, ahora tenemos una deuda de por vida, solo por unos centavos.

—Que aún le debemos.

—¿Qué? No… Yo creí que le habíamos pagado todo.




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