Quiero enamorarte

Llovizna

—Tengo todas las medidas anotadas. —Rylan baja de la tarima.

Busca entre las carpetas que tiene regadas sobre la barra.

—¿Y tienes idea de cómo decorar este lugar? —Alicia se acerca para curiosear los papeles en la mesa.

—¿No eres tú la decoradora?

—A ver, me impusieron esa tarea. —Toma una hoja e intenta leerla—. Pero mi estilo no es muy…

—Entiendo. —Rylan consigue las notas que buscaba. Se voltea hacia ella, y le entrega el papel en sus manos—. ¿Te acuerdas de los diseños de invierno?, es algo similar, pero cálido.

—¿Una colección de verano? —sonríe—. Se suponía que eso quería hacer, pero la vibra que me diste fue fría, y en eso se convirtió.

—¿Lo siento? —pregunta, sin saber si es algo malo o bueno.

—Gracias —responde, antes de darle la espalda.

—¿Tardarás mucho? —dice al mirar la hora—. Dentro de poco tengo que irme.

—No, dame un momento. —Saca su celular. Se acerca a cada columna y toma fotos—. En un par de días, tendré que tomarle foto a la banda, ¿todavía no se deciden por un nombre?

—Aún no, sinceramente me da igual.

—Eres de ese tipo de chicos, ¿al que no le importa nada? —Revisa las imágenes en su galería—. Supongo que ya estoy lista.

Tiene rato observándola desde la distancia. Con los brazos cruzados y su cuerpo inclinado sobre la barra, mantiene una expresión seria, no pretende dejar ver su verdadero estado: nervioso y ansioso.

—¿Por qué de repente te siento como áspera?

—¿Te parece poco? —Alicia levanta su mentón.

Su actitud fuerte la ayuda a dar una apariencia de chica altiva, así quiere verse delante de él.

—Bien —deja caer sus brazos, desanimado se gira para terminar de recoger los papeles.

Ella se siente culpable. Marcar una diferencia entre los dos puede ser doloroso para ambos. Pero por dentro quiere expresar su molestia, y no puede evitar contestar con amargura, mostrarse algo esquiva, como él en otras ocasiones ha sido. Lo recuerda, la misma noche al encontrarse en el toque. Los roles cambian, es motivo suficiente para soltar una risa traviesa. Tose para disimular, todavía no es momento de romper su firmeza. Le ha causado gracia lo similar que puede ser a él.

—¿Estás bien? —pregunta con su bolso listo para partir.

—Sí, creo que tragué un poco de polvo —fingir otra tos—. Vamos.

Caminan juntos hacia la parada. El cielo sigue gris, desde temprano amenaza con llover. Gracias a eso, el día está fresco, la brisa es fría y constante. La calle se encuentra despejada. No todos se atreven a salir con este clima, pero a este par no parece importarle que caiga la peor tormenta.

Llegan a la parada de autobús, confiados en la normalidad de la ruta. Hubo un tiempo en que el transporte desaparecía junto con la primera garúa. Dado que los autobuses disponibles eran vehículos viejos, las ventanas no funcionaban y los pasajeros no se lograban refugiarse del agua. Ahora es distinto, el rápido progreso que ha tenido este apartado lugar, lo ha beneficiado con líneas de transporte proporcionadas por la gobernación, incluyendo vehículos nuevos.

Alicia observa la calle. Aunque luce perdida en sus pensamientos, la idea de entablar una conversación la carcome por dentro. Rylan mira hacia el lado contrario. Todo marchaba bien. Una sola confesión hizo que se volviera incómodo y difícil de llevar.

Sumergidos en sus espirales mentales, llenos de preguntas, sin lograr formular palabras, son sorprendidos por las gotas de la primera llovizna de la tarde. Rylan suspira, extiende la mano para sentir el agua en su palma. El pequeño techo de la parada logrará mantenerlos secos hasta que llegue el bus.

—¿Por qué ahora? —pregunta Alicia—. ¿Podría empeorar el día? —vuelve a preguntar, sin dirigir la mirada hacia su compañero, y de manera retórica, pues no espera respuestas.

El cielo para Rylan muestra un poco de luz, le deja saber que no tardará en dejar de llover. Respira profundo el aroma de la tierra mojada. Es relajante para él. Recuerda tantas veces que un clima como este le arruinó tardes enteras en las que no podía salir de casa. En su rostro se dibuja una leve sonrisa, ahora esta repentina llovizna tendrá un valor distinto.

Alicia contempla como la calle cambia de color, tornándose en una versión oscura. Su semblante se entristece, las constantes gotas le recuerdan lo fácil que es perder el control. No importa de cuántas tonalidades de grises se pintaran las nubes, o de cuanto intentaran tapar el sol. Podrían colocarle un cartel de la proximidad de la lluvia, incluso así, ella no prestaría atención si no está en sus planes. Mira con resignación el cielo y abre la boca para decir algo, pero solo deja escapar un poco de aliento. Cierra los ojos, estresada, amargada.

Mucho que procesar y poco tiempo para digerir el rechazo, que tapa por completo la pequeña esperanza del futuro. No se comprende, explota por completo junto a él, se convierte en otra. Pierde el rumbo y suelta su manera de ser, como si le dieran la libertad de ser una niña. Abre los ojos exaltada. El roce en su mano hace que un cosquilleo intenso recorra todo su cuerpo. Mira a Rylan, parado junto a ella, tomándola de la mano, mientras mira hacia el otro lado, fingiendo estar distraído. Alicia sonríe y copia la actitud. Ese pequeño gesto logra pasar un borrador por su mente. La lluvia deja de caer, los rayos del sol aparecen. Su corazón se regocija al sentir el calor de la luz. «Adolescentes» piensa, siente que lucen así.

Llega el autobús. Sueltan sus manos. La deja pasar primero, ofreciéndole el lugar. Se sientan juntos, tantos asientos para elegir, otra ventaja de la lluvia. Alicia mira la mano de Rylan reposada sobre su pierna. Copia la misma técnica: con su mano busca la de él para entrelazarla, mientras finge estar despreocupada mirando hacia la ventana. Rylan se da cuenta y sonríe.

Escucha a los pájaros cantar. Alicia se estira en la cama. Se sienta en el borde y con su mano cubre su bostezo. Sonríe al masajear su cuello. Durmió de maravilla.




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