El reflejo en el espejo luce empañado. Siente las gotas de agua deslizarse por su cara. Pensó que le ayudaría a despertar, a quitar ese sentimiento amargo que ahora lo oprime. Ya no queda nada, ni los recuerdos vienen en momentos como este. Con ella, al menos tiene una ilusión, y nace el temor de saber que puede perder esa chispa que tanto le emociona. Limpia el vidrio con la manga de su franela, dejando al descubierto la tristeza en su rostro. Ya no sabe qué pensar sobre sí mismo, ¿a cuántos más debe fallar?
—¿Rylan? —Alicia lo observa sentarse a su lado. Por como luce, sabe que él no quiere terminar con la relación. Incluso si ninguno de los dos quiere, insistirá en que es la mejor opción.
—¿Por qué? —Le coloca su mano sobre la pierna, sin ser capaz de mirarle la cara.
—Este… —Presiona sus labios, las palabras no fluyen tan fácil como los pensamientos. En su cabeza circulan frases, teorías y excusas que calzan perfectas para darle sentido a una decisión tan tajante. ¿Sonará igual si las dice?
—No entiendo por qué terminar esto… Ni siquiera sé lo que digo, no tengo en mis planes aceptar tal cosa.
—¿Por qué no? No puedes simplemente ignorar una propuesta como esta.
—Es una tontería, es obvio que mi madre está detrás de esto, y no me interesa su ayuda.
—¿Si? ¡Qué importa si ella logró el contacto, es a ti a quien quieren!
—¿Qué es lo que dice? —Suspira. No puede actuar como si no necesitara de nadie. Si bien es cierto que le desagrada la idea de aceptar el apoyo de Sara; no quiere demostrarle a Alicia este lado de amargura y rechazo.
—En el correo pone que le urge tener una reunión contigo en la capital, quiere verte y ofrecer un contrato. —Se encoge de hombros, finge no darle importancia—. Comenta algo sobre: que te cambiará la vida, para bien.
—¿La capital? Tendría que tomar un avión.
—Iré por un poco de agua —dice Alicia. En la cocina toma un profundo respiro antes de abrir la nevera. Necesita con urgencia esa seguridad al hablar que tanto admiran sus seguidores.
Rylan fija su mirada en el forro de la guitarra. Con su mano acerca el estuche y desenvuelve el instrumento. Sigue con los dedos cada una de las marcas y rayones que tiene. Era el obsequio favorito de su madre, el objeto que la acompañó gran parte de su vida. Ahora está aquí, arrimado en un sillón. Aferra su puño con fuerza al mástil, solo un pequeño momento de lucidez bastaría para despejar los pensamientos, o quizás para calmar las heridas palpitantes que todavía exigen ser escuchadas. Se levanta con decisión y con ambas manos levanta en alto la guitarra hasta tocar el techo. «Ya no más» susurra. Y la lleva hasta el suelo, rompiéndola en varios pedazos.
—¡No! —Alicia grita sorprendida—. ¡¿Qué haces?! Mira tu mano, ¡estás sangrando!
No reacciona, mantiene su mirada perdida entre los restos del instrumento.
—Rylan. —Alicia se acerca—. Necesitamos lavarte el brazo. —Toma la mano que no está ensangrentada y lo jala en dirección a la cocina, pero sigue rígido, sin mover un músculo—. Ey, mírame… —Se coloca delante de él—. Mírame solo a mí. —Toma su cara entre las manos, obligándolo a centrar su vista en ella.
Las pupilas de Rylan reaccionan ante su petición, se encuentran con la expresión asustada y preocupada de ella.
—Lo siento —susurra.
—No importa, vamos a lavarte, ¿si?
Lo acompaña hasta la cocina y le mete el brazo bajo el chorro del fregadero.
—¿Por qué tuvo que pagar la guitarra? —expresa con tristeza.
—Me siento mejor —sonríe—. Es extraño, porque no te voy a negar que duele —dice sin apartar la vista sobre la herida—, pero a pesar de eso, me siento libre. Y la guitarra… Era una conexión que nunca tuvo que existir…
—¿Estás usando terapia de choque?
—No estoy loco —ríe—. Solo que… no sé, verla romperse en pedazos… es como si me liberara de un peso en la espalda que cargue durante años.
—¿Seguro?
—Lo siento, no quería asustarte.
—¿Hay algún botiquín?
Rylan busca entre los gabinetes una venda.
—Con esto bastará, es solo un rasguño.
—Quería sentirme menos nerviosa para hablar contigo, pero esto lo empeora todo.
—Ven, volvamos al sillón. —Le toma la mano, ella deja escapar un corto suspiro.
—Yo… —Entrelaza ambas manos—. En realidad venía para despedirme, mañana regresaré a la ciudad. —Peina su cabello detrás de las orejas—. Y en dado caso que aceptes irte, ¿qué tal si nos vamos juntos? Podríamos ir a mi casa, pasado mañana iríamos al aeropuerto.
—Primero tendría que escribirle —piensa en voz alta—. Aún así, me parece una idea absurda.
—No entiendo, ¿si piensas asistir a la reunión? —Niega—. ¡¿Prefieres quedarte en este pueblo y vivir en el sillón de algún conocido?! ¿De quién? ¿Nando?
—¿Qué? —pregunta incrédulo ante tal molestia.
—Sigo alterada por lo anterior —Intenta controlarse—. Hamel me contó. Sé que no puedes quedarte en esta casa, entonces ¿qué harás? Esta oferta te cae como del cielo, es perfecta para ti.
—No se lo que haré, todavía no he tenido el gusto de pensar en ello, pero de algo sí estoy seguro, y es que estoy viejo para tonterías como esas.
—¿Tonterías? No te pareció tonto tocar a escondidas de tu familia, ¿pero trabajar en la música como una real oportunidad si lo es?
—No quiero las migajas del esposo de mi mamá. Tampoco quiero lidiar con un mundo de espectáculos, no soy un payaso, y mucho menos tengo la edad para aparentar ser un idiota de escenario.
—¿De qué estás hablando? No te armes una película en tu cabeza, ni siquiera sabes como es enfrentar todo eso.
—¿Entonces tú sí puedes armarte un escenario en tu mente?
—¡Por supuesto!, porque soy una payasa que vive dando espectáculos para los demás, ¿no te parece?
Rylan hace un breve silencio antes de responder. Se ha dado cuenta de lo insultante que ha sido para ella el anterior comentario.
—Lo siento —dice calmado—. Tengo treinta, he perdido mucho tiempo intentando descubrir qué hacer con mi vida. Pero se que esto no es lo que quiero.
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Editado: 30.07.2024