Alicia toca las hojas de los arbustos mientras camina. Se detiene al llegar a la entrada del laberinto.
—Desde arriba no luce muy grande —comenta Rylan al acercarse.
—No lo es, me lo se de memoria.
—¿Cada año que venías, solo paseabas aquí? —bromea.
—En realidad sí. —Sonríe avergonzada—. El primer año que vine caminé sin parar en este laberinto. —Cierra los ojos—. Lo recuerdo, quería desaparecer aquí adentro.
Rylan observa el lugar. Tiene mucha iluminación, al compararlo con el otro, el del evento; pierde la magia. Aquel es grande y la luna es la mejor compañía. Puede que sea poco práctico y seguro, pero a cambio, se vuelve nostálgico y romántico.
—Empecé a venir por él —dice Alicia—. Vio el evento del antifaz en un video. Siempre fue una persona llena de energía, quería todo lo relacionado con salir, saltar, bailar. Era tan abrumador cuando le daban esos ataques —ríe—. Quería venir, pero meses antes de eso, rompió conmigo. Así que vine sola, por despecho. —Camina dentro del laberinto—. Entré y di vueltas por horas.
—¿Puedo confiar en que no me dejaras ahí dentro? —Se acerca a ella.
—¿Crees que puedes confiar en mí?
—Ciegamente. —Le acaricia el rostro—. Entiérrame debajo de la fuente si quieres.
—Rylan… —Ríe—. Que manera tan brusca de arruinar la escena. En fin, me gustó mucho este pueblo. Y aunque el primer año fue deprimente y solitario, en los siguientes siempre conseguía una conocida durante el viaje que lo hacía más ameno. Pero mi objetivo era conocer a alguien…
—Ese alguien —repite burlón.
—Quería creer en eso, muchas veces me ayudó en momentos difíciles. Supongo que a veces sirve ser infantil.
—La inocencia nos da vida.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?
—Simple, un par de años antes fui con Jesica, luego con mi ex y este último fue por trabajo.
—¿Jesica? ¿La que ganó la subasta?
—Esa misma.
—No… ¿tienes historial con ella? —pregunta con horror.
—Un poco, si.
—Qué decepción. —Da un par de pasos en silencio—. Prométeme que cuando seas famoso, y ella te escriba, la vas a ignorar.
—¿Por qué? —Sonríe.
—Me cae fatal, prefiero que estés con cualquier otra que con ella.
—¿Celosa?
—Un poquito —comenta avergonzada—. Es que, no lo sé. Me hace sentir insegura, la odio.
—El sentimiento es mutuo.
—¡No! ¿Hablaron de mí? —Gira bruscamente y tira un golpe al brazo del chico.
—Te defendí, te lo prometo. —Le sujeta la mano. Rylan mira como la luz amarilla cae sobre el rostro de Alicia, y su cabello danza con la brisa—. No hay punto de comparación.
—¿Qué?
—Tu belleza va mucho más allá —comenta embelesado—. Eres una sinfonía dulce que nunca acaba.
Alicia siente un cosquilleo que recorre su cuerpo en menos de un segundo.
—Rylan… —responde, finge mirar el cielo.
—¿Lo escuchas? —susurra. Y sonríe satisfecho al saber que ha logrado confesarse con éxito.
—¿La dulce sinfonía?
—La canción que suena a lo lejos, luego de que aquella ebria me pidiera un favor.
—¿Qué te pidió? —Le junta las manos alrededor del cuello.
—Bailar… —susurra de nuevo. Y mueven su cuerpo en sincronía.
Alicia cierra los ojos, recordando como se sentía hipnotizada esa noche. De repente: un chico extraño y misterioso se había vuelto una pieza en ella, desesperada por encontrar alguna conexión.
—¿Te acuerdas de la letra? Creo que sonaba a lo lejos algún tecno de esos que ponen en las fiestas.
—Quédate, mi corazón estalla si te pierde de vista. Mi sol, mi ilusión, quédate a mi lado, mi niña consentida —canta Rylan. Entona lo que recuerda de la canción, con un tono bajo, casi en susurro.
Ella se detiene. Ahora recuerda la canción. Es una melodía popular que se escucha muy seguido en todos lados. Con ritmo para bailar, pero una letra que encaja perfecto con lo que le encantaría escuchar.
—¿Un último favor? —pregunta ella juntando sus manos delante de él. Finge estar feliz, no puede negar el dolor que le acaba de causar lo que le cantó.
—¿Cuál será? —Sonríe.
—Como se que no te volveré a… —Rylan corta las palabras con un beso. La abraza, le aferra las manos en la espalda con fuerza—. Ya eres libre —susurra jadeante.
—Tienes buena memoria. —Aguanta la risa.
—Siempre estuve orgullosa de eso, pero ahora será mi condena —comenta con tristeza. No pudo evitar sentir el quiebre en su voz.
—No digas nada, no pienses nada —suplica.
—De camino al ascensor hay mucho trecho para pensar —vuelve a hablar con la voz temblorosa.
—Alicia. —Le toma la barbilla con la mano—. No quiero irme de aquí, pero…
Ella le mira los labios con deseo. El corazón en su pecho late con mucha prisa. Se encuentran en una encrucijada de emociones.
—Volvamos. —Camina en dirección a la salida.
En su cabeza mantiene la imagen de una noche tranquila y amorosa. Se rehúsa a pensar en el después. Rylan la sigue sin decir nada. Los pensamientos de él también están revueltos. Pero no logra mantener la misma calma que ella. No sabe cómo concentrarse, o cómo callar su inseguridad.
El número en el ascensor aumenta los latidos. Se abren las puertas en el quinto piso. Ambos quedan paralizados ante el pasillo expuesto. Alicia toma la iniciativa. Sin dejar de ver hacia adelante, busca con su mano un dedo de él, y lo encierra dentro de su puño. Camina, con delicadeza, su acompañante le sigue, sin apartar la mirada de su dedo cautivado.
—¿Te parece si pido un vino? —dice al abrir la puerta.
No responde nada. Entra y observa la cama. La toma por la cintura, impidiendo que continúe los pasos hasta el teléfono. Frente a frente, escuchan su respiración entrecortada. La ausencia de ruidos se hace mayor. Rylan intenta formar palabras, pero no hay ninguna que pueda describir este momento. Ella lo sabe, siente lo mismo. Con pasión unen sus labios de nuevo. Dejan que las manos busquen y exploren los botones y cierres, mientras que el juicio queda nublado por el deseo.
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Editado: 30.07.2024