Alejo la besó, acarició no solo lo físico, sino que también su alma. Ella jamás había tenido la necesidad de llegar a ese punto, pero con él quería todo. Había entregado su alma y ahora también su cuerpo.
Un camino de besos recorrieron la piel, hasta llegar al arete de su pupo, sus corazones latían con tanta fuerza que se mezclaba con él sonido de sus respiraciones agitadas. Sus manos jugaba y sus besos eran el fiel reflejo de cuánto anhelaba aquella conexión.
Él castaño la miró por breves segundos antes de seguir, quería leer lo que sus ojos decían, serían ellos los que le dirían si seguir con aquello o detenerse.
Los ojos de Emilia brillaban con intensidad, experimentando todo lo que una vez le contaron, cerró sus ojos y se entregó.
Habían unido sus vidas, viajando a otra dimensión cuando al fin se incendió la hoguera, tan intenso como aquel amor, indagaron en lo profundo de sus océanos, sintiéndose vivos. Se estremecieron cuando sus miradas se cruzaron, diciéndose todo lo que sus corazones sentían, lo que sus almas entrelazadas gritaban mientras llegaban a la cúspide de aquel amor.
La abrazó, besó su frente cuando el volcán hizo la erupción que les hizo volar en un éxtasis.
—Quisiera que siempre seas tú.— le dijo la rubia, mientras escuchaba la ferocidad con la que él corazón de Alejo retumbaba.
—Deseo esto para siempre palomita.— le dijo con sinceridad, perdido en lo bonito que había sentido. Darse cuenta que cuando existe amor entre dos personas todo es más mágico. Alejo jamás se había enamorado, era la primera vez que sentía algo tan fuerte y único; no quería a nadie más en su vida, era ella con quién quería estar toda la vida.
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ɴᴀʀʀᴀ ᴇᴍɪʟɪᴀ:
Puedo percibir su respiración lenta, calma, dejándome saber que duerme profundamente.
Con cuidado quito su brazo de mi cintura y salgo de la cama, tomo mis pertenencias para poder irme a casa. Mamá se va a enojar si se entera que no dormí en casa. Tomo una hoja de su cuaderno y un bolígrafo, para dejarle una nota.
“Buenos días mi chico de ojos castaños. Fui a prepararme para ir a clases. Te quiero ♡”
Dejo la nota en su mesita de noche y salgo con prisa de su casa. Cruzo la calle que nos separa y decido ingresar por la puerta trasera, ya que si mi madre está levantada estará en la sala.
Abro lentamente y me encuentro con Mari la cocinera, una mujer agradable y que siempre me ayuda.
—Sube con prisa, aún no pregunta por ti.— me dice en un susurro, le sonrío y corro hasta el segundo piso, directo a mi habitación. Si logro meterme a la ducha, antes de que ella ingrese a mi habitación estaré a salvo, ya que no lograra sentir el perfume de Alejo en mi.
Al abrir la puerta de mi habitación, respiro con alivio al ver qué esta desierta, corro al baño y me quito todo para meterme de inmediato bajo la lluvia artificial. Cierro mis ojos y sonrío al recordar todo lo sucedido la noche anterior. Me duele el cuerpo, pero me siento bien, quizás hasta más segura de lo que él siente por mi. Pude ver el amor en sus ojos; solo ruego que nada me baje de esta nube de amor en la que me siento.
Alejo me hace sentir viva y capaz de muchas cosas, quiero estar toda la vida con él, tener nuestro hogar, formar una familia, un perro quizás y mucho amor para siempre.
—¡Emilia!.— escucho la voz de mi madre y luego él sonido de sus pasos acercarse hasta el baño.
—Me estoy bañando mamá.— cierro la llave de la regadera y envuelvo mi cabello en una toalla y luego cubro mi cuerpo con una bata.
—Sal, necesito hablar contigo.— me miro en el espejo una vez más y salgo. Encontrándome con mi madre, tan elegante como siempre, compartimos muchas similitudes físicas, pero nada más, en el resto somos demasiado diferentes.
—¿Qué sucede mamá?.— le pregunto en cuanto estoy frente a ella.
—Quiero que termines lo que sea que tengas con el joven Bardón.— suelto una risita incrédula a lo que ella dice.
—No será posible, nos amamos y no tengo intenciones de que esto termine.— me toma de los hombros y me obliga a mirarla.
—Él te va a lastimar y puedo asegurarte que cuando eso suceda no estaré para solucionar tus problemas.— suelto una risa nerviosa, sin poder creer lo que ella dice.
—Mamá, nunca estás para mí. Solo intentas cubrir mis supuestos errores por apariencia. No terminaré con Alejo, el es mi novio y si me equivoco tendré que superarlo sola, como lo hago siempre.— mamá respira profundo, sé que le molesta que no haga lo que ella quiere, pero no me quitará lo único real en mi vida.
—Se que no soy una madre ejemplar, no sé cómo darte amor. Pero ahora no miento, él te va a lastimar. Los Bardón solo lastiman.— lo dice tan segura que me hace sospechar.
—No se a que te refieres, pero Alejo no es así. Si era esto lo que tenías para decirme, pierdes tu tiempo. No me alejaré de él.— camino hasta mi guardarropas, dándole la espalda, dejándole saber que no debe insistir más.
—Luego no digas que no te advertí y cuando eso suceda no estaré.— escucho sus tacones y antes que salga de mi habitación dejo salir quizás las palabras más hirientes que dije en mi vida.
—Yo no tengo madre, tu eres una extraña para mi. Déjame en paz Elsa.— seco las lágrimas que había mojado mis mejillas, sintiendo mi corazón doler. Pero libre porque al fin le dije lo que pienso de ella. Mi única madre es mi abue Blanca.
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Emilia bajó las escaleras y fue directo a la cocina, tomó una fruta y salió a esperar que Alejo sacará su auto. Se sentó en la orilla de la calle, mientras comía de su manzana sin quitar la mirada de la casa de su novio. Sonrió ampliamente cuando lo vio salir, con su cabello alborotado y sus lentes de sol oscuro, una camisa celeste, lo hacían ver el chico más atractivo.
Se puso de pie y abrió la puerta del auto cuando Alejo parqueo justo frente a ella.
—Buenos días, hoy estás más hermosa que ayer.— le dijo de forma coqueta, lo que a ella la hizo sentir sus mejillas calentarse.
—Tú también estás muy guapo, tu cabello así me gusta mucho.— le dejó un suave beso en sus labios, sin dejar de sonreír. Los dos se sentían increíble, con energía y se podría decir que desprendían luz.
—Vamos, sino meteré el auto otra vez a casa.— Alejo puso en marcha el vehículo y condujo hasta la preparatoria.
—Me gustaría que después de clases vayamos al parque de diversión.— le dijo unas cuadras antes de llegar al edificio.
—Lo que tú desees es lo que haremos.— Alejo parqueo su auto en su lugar y la miró cuando se sacó sus gafas de sol. —¿Te sientes bien?.— le preguntó y ella sabía a qué se refería.
—Si, muy bien. Tú nunca harías algo que me lastime, ¿ Verdad?.— Alejo sonrió, teniendo la necesidad de decirle aquella verdad, porque no quería lastimarla, sino amarla y hacerla feliz.
—Jamás, debo decirte algo…
Logró decir, pero un golpe en la ventana hizo que se detuviera. Se giró y encontró a su primo de pie, esperando a que bajara.
—Ve, te espero en la entrada.— le dijo la rubia, le dio un beso y se bajó del auto.
—¿Qué quieres?.— le preguntó con fastidio a Agustín.
—¿Por qué le dijiste a mi madre que le ibas a presentar a tu novia?, sabes perfectamente que ella es quien lastimó a mi hermano.— Alejo sin poder contenerse le dejó caer un golpe en el rostro.
—Escúchame bien capullo, no vuelvas a decir algo así sobre ella y acepta que el más culpable en esto eres tú.— le dijo sin pelos en la lengua. —Das asco, cabron, aléjate de Emilia, no te lo vuelvo a advertir.— lo empujó y se fue, dejando a un furioso Agustín. Se puso de pie, se limpió el labio herido y los observó a la distancia, iba a terminar con aquel ridículo amorío.
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Editado: 03.11.2024