Quiero que vuelvas a mi

Capítulo 16

Sydney

 

Cuando nuestros labios se apartaron, casi a regañadientes, noté que Wyatt me tenía sujeta desde la cintura con sus dos manos, presionando mi piel con firmeza, como si pensara que en algún momento podría irme. Entonces también noté a los camarógrafos que nos lanzaban fotos con sus flashes a diestra y siniestra. Hasta ese instante comprendí lo que hice, mi imprudente osadía.  

 —Lo siento…—susurré, sintiendo que se drenaba de mí la audacia con la que llegué hasta aquí para robarle un beso—. Quizá debería…

—Quizá deberías guardar silencio por un momento—me interrumpió, con sus acaramelada e intensa mirada sobre mi—. Comprende que ya no hay vuelta atrás, Sydney. Te quedarás conmigo siempre, yo no te dejaré ir y tú no vas a huir ni a dudar. No puedes opinar ni siquiera sobre el hecho de que te voy a sacar de aquí, te llevaré a mi casa y haré contigo lo que quiera hasta que estés tan cansada que no puedas pensar nunca más en la posibilidad de alejarte de mí.

Tragué saliva, sintiendo tanto asombro por las sensaciones excitantes correr por mi cuerpo que intenté separarme de él. Sin embargo, Wyatt me retuvo con más firmeza, evitando que pudiera alejarme.

—Estuve mucho tiempo sin ti Sydney, así que te quedas conmigo. No pienso darte una oportunidad de considerar lo contrario.

—Escucha, no vine por esto—recordé, procurando mantener mi mente y mi cuerpo en nuestro plano físico, y no en el sexual que era el preferido de Wyatt—. No abandones tu trabajo, por favor.

Wyatt frunció el ceño, y quiso contestarme, pero uno de los hombres sentados en la mesa carraspeó para llamar nuestra intención. Era un hombre mayor con acentuados mechones blancos en su escaso cabello castaño, vestía un elegante traje color beige y tenía una rígida expresión en su rostro.

—¿Terminó con el acto, Sr. Powell?

Otro de los hombres intervino también.

—¿Deberíamos dar por terminada la rueda de prensa?

—Después de todo, esto se volvió un gallinero—masculló el señor de traje beige—. Vamos a firmar los documentos.

—No—intervine en voz alta—. Quiero que hablemos.

Wyatt miró hacia los demás hombres, dejó en libertad mi cintura y asintió en su dirección con una sutil mirada de disculpas. Entonces se giró hacia Eliot, que estaba al final del salón, supuse que le indicó hablar con los guardias para sacar a los periodistas y camarógrafos, lo que me alivio. Ahora los dos estábamos en la realidad.

Cuando los guardias comenzaron a sacar a todos del salón, Wyatt se volvió de nuevo hacia mí.

—Sydney, ¿qué estás diciendo?

—No quiero que dejes tu trabajo por mi culpa—susurré.    

—No tengo tiempo para esto, Powell—masculló el mismo señor de mirada rígida, levantándose de su silla—. Me venderás tus acciones, ¿sí o no? Después de este acto infantil estoy saturado.

—Sí, no se preocu…

—No—respondí con firmeza, interrumpiendo a Wyatt—. Él no le va a dar el trabajo de su vida, ¿usted no tiene su propia empresa?

El señor miró hacia Wyatt con indignación, ignorando por completo mi presencia, lo que hizo crecer una molestia dentro de mí. Estaba harta de la gente rica y sus prejuicios.  

—Señor Anderson, necesito un momento—dijo Wyatt, tomándome del antebrazo para sacarme del salón.

—Espera—objeté, mirando al llamado señor Anderson con la misma indignación y sintiendo recelo de él—. No parece que le falte el dinero, ¿por qué debe ser tan avaricioso? ¿Qué edad tiene? ¿80? Se va a morir pronto.

Wyatt solo les sonrió a los hombres en señal de disculpa, y comenzó a arrastrarme fuera del salón. Cuando llegamos a la recepción, Emma, Deisy, Liam y Eliot nos esperaban de pie junto a los ascensores.

—¿La drogaron? —les preguntó Wyatt, deteniéndose junto a ellos.

Emma se rió, pero Liam y Deisy se aguantaron.

—No puedo creer que le haya dicho a John Anderson que se va a morir pronto—mencionó Eliot con una sonrisa, tan sorprendido como entretenido.

—Supongo que es el momento—dijo Emma, encogiéndose de hombros con la misma sonrisa divertida—. Espera que la adrenalina desaparezca.

Aproveché para soltarme de su agarre y me giré hacia él. Wyatt cerró los ojos, sobándose el puente de su nariz.

—¿Cómo se te ocurre dejar tu trabajo?

—Ven conmigo, gata salvaje—me tomó de la mano con firmeza y apretó un botón plateado para el ascensor—. Hablaremos de esto en mi oficina.

—Espera, ¿me llamaste gata salvaje? No voy a subir a tu oficina contigo—tercié, sabiendo que en esas cuatro paredes no íbamos a hablar precisamente.

Wyatt se acercó a mí de frente, haciéndome ser todavía más consiente de la diferencia humillante entre mi tamaño y el suyo.

—Asume todas las consecuencias de venir hasta acá y besarme en vivo y directo para que por lo menos el 70% de New York lo viera—en ese instante la alarma del ascensor sonó cuando las puertas se abrieron—. Viniste a mi territorio Sydney, de aquí no sales sin mí.

Entonces entró conmigo al ascensor mientras todos nos veían en silencio. ¿Dónde estaban Emma y su odio por Wyatt cuando era necesario? Ella no debió dejar que Wyatt me llevara. No debí dejarme llevar tan fácilmente por él, fin.

De pronto Wyatt me soltó y dio un paso para acercarse hasta los botones. Para apretar el que dice Stop. En seguida el ascensor se detuvo entre el piso 8 y el 9. Entonces Wyatt se giró hacia mí con las manos metidas dentro de los bolsillos delanteros de su pantalón negro de vestir.

—Te voy a dar 10 minutos para que me expliques por qué estás aquí en realidad. Ya que me dijiste que no estabas aquí específicamente para besarme, aunque eso hiciste.

—¿Pero por qué detuviste el ascensor? —miré las cuatro paredes de metal a nuestro alrededor con preocupación—. Las personas normales hablarían en un pasillo, no en un peligroso ascensor detenido.

—Hablamos aquí, porque sabes bien que, si llegamos a mi oficina, no hablaremos, Sydney.




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