Quiero que vuelvas a mi

Capítulo 17

Wyatt

 

Tomé la difícil decisión de no llegar con Sydney hasta mi oficina, sería cometer un terrible e irresponsable error, sobre todo, sabiendo que tendría que dar una razonable explicación del por qué ahora no vendería las acciones de mi empresa. Así que cuando llegamos al piso de mi oficina, volvimos a la recepción. Dejé a Sydney con sus amigas una vez me aseguré de que los guardias tenían cubiertas todas las entradas, además de haber sacado a cada periodista. Entonces Eliot me acompañó de vuelta al salón en donde nos esperaban por lo menos 4 de aquellos 10 hombres con una expresión de impaciencia e indignación, incluido John Anderson.

Para ser sincero, escuchar a Sydney pedirme que no dejara mi trabajo, me alivió mucho. Sin embargo, todavía pensaba que soltar lo que pudiera perjudicarnos en un futuro era lo más responsable. Aun así, todavía me permití ser codicioso, y tener todo, en especial a Sydney, en mi vida. No sabía lo que tendríamos que enfrentar luego de haber dado este paso, pero con el infernal recuerdo de lo que se sintió estar separados, sé que prefiero perderlo todo a no estar con ella.

Mis accionistas y Anderson estabas conversando entre ellos, a excepción de Thomas Jones de 45 años, y Matthew Davis de 36, dos de mis accionistas de confianza, quienes permanecían aislados de la calurosa conversación que lideraba John Anderson.

—Estoy aquí—anuncié cuando entré al salón, permitiéndoles cortar su conversación antes de darse cuenta de que escuché todo lo que dijeron sobre mí—. Disculpen la tardanza, podemos proseguir.

Anderson se levantó de su silla y rodeó la mesa para enfrentarme.

—Esto era una rueda de prensa, no un reality show de tu desastrosa vida, Powell. Todos quedamos en ridículo cuando esa muchachita entró sin permiso.

—Quedaste en ridículo cuando esa muchachita adivinó tu edad—bromeó Thomas.

Eliot y varios de los demás hombres sonrieron encontrando divertido aquella broma. Aun así, Anderson no se inmutó e ignoró aquello.

—Se escapó de mis manos, Anderson. Pero lamentó los inconvenientes, tomaré la responsabilidad de todo—contesté, sin ánimos de darle explicaciones sobre mi vida.

Una vena en la esquina de la frente de Anderson comenzó a temblar cuando asintió.

—Por supuesto que lo harás.

—Bien, ¿podemos continuar? —intervino William Miller, otro de mis inversionistas más edad—. No debería estar preguntando esto, porque parecías muy seguro de lo que estabas haciendo esta mañana, y no quiero tener que involucrar tu vida privada ahora, pero por lo que escuchamos de aquella muchacha, parece que las cosas han cambiado.

—¿Dejarás el barco? —preguntó Thomas, levantándose de su silla junto a Matthew, mirándome con expectación como todos los demás.

Miré hacia todos los hombres seriamente.

—No, no venderé las acciones—aclaré, sabiendo que el color rojo en el rostro de Anderson significaba que estaba muy molesto—. Como dije anteriormente, tomaré toda la responsabilidad de forma pública por haber creado esta situación para todos, si es lo que quieren.

Thomas se acercó a mí, palmeó mi hombro y me guiñó un ojo con diversión.

—Suficiente de demostraciones públicas por ahora, Powell.

Sonreí, recordando que todos ellos vieron cuando Sydney entró con aquella determinación para besarme.

—Esto lo sabrá todo el mundo, Powell—me amenazó Anderson.

—John, compórtate—terció William Miller, levantándose de su silla—. En este mundo, cosas como esas suceden todo el tiempo. Si me disculpan, caballeros, tengo otras reuniones.

Detrás de William varios de los demás comenzaron a salir. Pero Thomas se detuvo a mi lado antes de irse.

—Te hablo luego para acordar una cena en mi casa con mi familia. Y lleva a tu pequeño huracán, al que llamas Sydney.

Me reí, y asentí.

—Claro.

Finalmente, John también se fue y quedamos Eliot y yo solos. Me senté en una de las sillas en la que estuvo sentada una de las periodistas, debía ir por Sydney antes de que se le ocurriera irse, pero necesitaba tomarme un momento.

Eliot tomó otra silla y la arrastró para sentarse frente a mí.

—Vaya mañana. En serio creí que mañana estarías viniendo a despedirte de todos.

Asentí pensativamente, reflexionando sobre lo que haría a partir de ahora para proteger tanto a mi hija como a Sydney de todos.

—Escuché que el señor Jones la llamó Huracán—Eliot sonrió con asombro cuando movió cabeza—. ¿De donde la sacaste? Fuera de haber visto su cara en todas esas fotos de internet. Me parece conocida.

Sonreí, pensando en la primera vez que la vi. Era adicto a recordar la primera vez que nuestras miradas se encontraron.

—Ella trabajaba aquí.

Enarcó ambas cejas con reconocimiento.

—Oye—carraspeó, y continuó hablando como quien no quiere la cosa—, discúlpame por lo que dije de ella. No fue la causante de lo que sucedió hace un mes.  

Conocí a Eliot Carter tres años después de haber fundado ItaPowell, el día que se presentó por una entrevista de trabajo, con un curricular impecable y estudios de Harvard. Me agradó, era decido y tan adicto al trabajo como yo. Solo hemos sido eso, jefe, empleado y compañeros de trabajo durante todos estos años, sin embargo, había que admitir que de una forma sutil nos hemos hecho amigos sin darnos cuenta, ya que, literalmente lo veía más a él que a mi propia hija en un día.

—Fue mi culpa—declaré, revisando la hora en mi teléfono—. Me distraje, y puse en peligro no solo nuestro trabajo, si no el de miles de personas, algo que no sucederá de nuevo.

—Bueno, no podíamos saber que el idiota de Ramos haría eso. No es culpa de nadie.

Me levanté de la silla.

—Tengo que salir. Te lo dejo a ti por hoy.

Eliot se levantó también y asintió.

—Ve. Agradécele por mí.

—Gracias por dejarla entrar.




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