Wyatt
Si pudiera volver en el tiempo en que estuve en la universidad, sabiendo que me encontraría con Sydney 16 años después, me hubiera convertido en cualquier otro hombre, menos un empresario con la vida tan complicada como la que tenía. Escuchar a Taylor decirme que la salvó de ser atropellada el mismo día que terminamos, quebró un poco cada hueso de mi cuerpo.
Mientras conducía, se formó en mi mente la visión de ellos juntos, una vida tranquila, la que ella merecía; la miré de reojo, estaba sentada a mi lado, con la cabeza recostada de la ventana. Sydney estaba afligida, y debía ser porque él se volvió alguien importante para ella.
—Quizá tú me hayas perdonado—comenté—, pero yo jamás podré perdonarme por dejarte sola, justo ese día.
Sydney se reacomodó y giró su cuerpo hacia mí tanto como el cinturón de seguridad le permitió.
—¿Lo dices por lo que dijo Taylor? Wyatt, eso no fue tu culpa.
—¿Y si hubieras tenido un accidente? No debí dejarte sola, no ese día.
Se volvió nuevamente hacia el frente y la escuché suspirar en voz baja. Ella estuvo a punto de decir algo, pero yo me adelanté.
—Y por eso actué como un idiota en frente de Taylor, porque solo podía pensar en alejarte del hombre que estuvo ahí cuando yo no, sentí los celos más absorbentes que he tenido, cuando pensé que todo sería fácil para ambos si decidieras quedarte con él.
Sydney no contestó, de hecho, el resto del camino continuó manteniéndose en silencio. Fue hasta que entramos en el estacionamiento subterráneo del apartamento y estacioné el auto, que ella hizo algo, que como de costumbre últimamente, me sorprendió.
Se quitó el cinturón de seguridad, soltó el mío, me sujetó del cuello de mi camisa, me acercó, se acercó ella, y entonces reunió nuestros labios en una danza pausada y dulce que relajó todos los músculos tensos de mi cuerpo, a expresión de mi miembro. Rápidamente moví la palanca para reacomodar el asiento y darle espacio a Sydney antes de tomarla de la cintura y la subirla a mis piernas.
De pronto, me soltó del cuello y subió sus manos a los costados de mi rostro. Entonces repartió calmadamente, besos en mi frente, nariz, mejillas, hasta finalizar en mi boca nuevamente. Luego separó su rostro del mío para encontrarnos con nuestras miradas.
—Esta noche te prohíbo sentirte culpable por lo que sucedió en el pasado conmigo—me advirtió, meneando lentamente su cintura contra mi pelvis, logrando que, en este momento, lo que pasó hace tres minutos me importe poco—. Por primera vez me enfrento a mis miedos, pero porque es contigo. Sé que hay algo en tu pasado que todavía te agobia…
—Sydney…
—Y que por eso temes que algo pueda salir mal ahora—me interrumpió, sujetándome con firmeza con sus manos, mirándome a los ojos con una fiereza que me descolocó—. Pero fuiste tú quien me dijo que no había vuelta atrás, y quiero que ambos cumplamos eso al pie de la letra. ¿Puedo creer que incluso en las situaciones que me lastimen, dejarás que me quede?
La miré a los ojos, los ojos más azules, sensuales y retadores a los que me he enfrentado en la vida. Sydney enarcó una ceja, dejando que su oscuro cabello ondulado le callera sobre los hombros.
—Haré lo que tenga que hacer para evitar que te lastimen—contesté finalmente. Cuando Sydney esquivó su mirada, sonreí por su premeditada decepción y continué—. Pero puedes creer que yo seré quien te proteja todo el tiempo. No volveré a dejar vacío el espacio de tu corazón que me pertenece.
Entonces su mirada rebuscó la mía de nuevo, y sonrió tímidamente. Si algo no había cambiado de ella, era ese color rojo que se apoderaba de todo su rostro cuando había algo que la superaba, cuando alguien encontraba ese botón que liberaba todo lo que escondía en su mente, incluyendo la sensualidad que emanaba de ella cuando se deshacía de sus propios prejuicios.
Sydney estuvo a punto de responder, pero me adelanté y estrellé mis labios contra los de ella, deseando poder devorar todo su cuerpo en este momento. Comencé a desabrochar el primer botón de su camisa, pero Sydney me detuvo y se separó de mis labios.
—Estamos en un estacionamiento.
—Dentro de mi auto—reparé.
—No podemos hacerlo aquí—terció.
—Lo que no puedes hacer, es detenerme una vez toque el interruptor.
Ella enarcó una ceja, pero podía notar la diversión en cada facción de su rostro.
—¿Entonces dices que soy como un robot que puedes controlar?
—Digo que nadie te puede hacer sentir como yo.
La sujeté suavemente de la nuca con una mano para acercar su rostro al mío. Y con mi mano libre controlé el vaivén de sus caderas.
—Si no, ¿entonces por qué esta parte de tu cuerpo no dejaría de moverse?
Sydney sonrió.
—Sabelotodo.
—No lo sé todo. Pero contigo me esfuerzo—dije, rompiendo el segundo botón de su camisa.
—Wyatt, ¿qué estás haciendo?
—Desasiéndome de los obstáculos, como tú lo hiciste esta mañana. Claro, yo soy un poco más discreto, aquí no hay cámaras.
Ella intentó contenerlo con aquella mirada indignada, pero se le escapó una risita, y yo continué desabrochando los botones de tu camisa. Cuando su brasier estuvo a la vista, activé el seguro de las puertas.
—No hay vuelta atrás—le recordé.
Su primera respuesta fue una sonrisa traviesa.
—No hay vuelta atrás.
Desperté antes de que el sol saliera y la luz despertara a Sydney. Me volví hacia ella y me recosté de un brazo, a observarla casi compulsivamente, como si temiera que este fuera uno de esos sueños que tuve durante casi todo el mes que estuvimos separados. Solo quería verla un poco más, con el cabello desordenado encima de mi almohada, disfrutando del suave y sensual contraste entre la piel nívea de su cuerpo desnudo y las sábanas de seda azul marino de mi cama.
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Editado: 02.07.2022