Sydney
Entré enojada al baño, pero debía admitir que no estaba molesta con Wyatt, al contrario, me sentía decepcionada de mí misma y con miedo de que si no me decía lo que sucedió, terminaría por separarnos de nuevo, no importa todas las promesas que nos hagamos. Me sentía como una tonta que no podía hacer nada para ayudarlo. ¿Qué tan malo tuvo que haber sido para que no pudiera decírmelo, aunque fuera tan obvio? ¿Por qué debía cargar con ese peso por sí solo? Estuve en el baño por lo menos 30 minutos, considerando la actitud que debía tener luego de haber entrado como un huracán furioso porque me gritó.
Cuando salí de la ducha, y me detuve en frente del gran espejo en forma de ovalo sobre el lava manos para cepillarme los dientes, recordé que no se me ocurrió pasar antes por mi apartamento para buscar algunas cosas. Entonces posé la mirada sobre el frasco de cristal en donde estaba el cepillo de Wyatt, a su lado estaba otro con una nota colgando de una cinta dorada. Sonreí cuando leí lo que había escrito en la nota, mi nombre. Me puse su bata de baño y salí, decidiendo olvidarme de eso por el momento. Estábamos recuperando lo que creímos perdido, no quería arruinarlo.
Wyatt estaba de pie al final de la habitación, usando solo unos shorts de piyama grises, mientras miraba la ciudad por el ventanal. Ya que las cortinas estaban abiertas, el sol de la mañana lo bañaban a él, y a su sexy y alborotado cabello castaño que ahora se parecía rojizo. Finalmente caminé hacia Wyatt y lo abracé desde atrás, recostando mi frente de su espalda. En seguida sentí sus manos posarse sobre mis antebrazos y descender lentamente hasta cubrir mis manos con las suyas.
—No debí presionarte—susurré, sabiendo que sin embargo él me escuchó—. Lo siento.
—No debí levantar la voz—contestó, y entonces se volvió hacia mí, envolviéndome en un abrazo cálido—. No quiero que mi pasado arruine esto de nuevo, así que, por favor, déjalo.
Asentí en silencio, aliviada de poder armonizar nuestro presente, un poco deprimida por no poder hacer nada para sanar las heridas más viejas de su alma. ¿Realmente sería capaz de dejarlo así? ¿Podría controlarme y renunciar a saber lo que pasó? Debía hacerlo, porque, de cualquier forma, ¿qué tan malo podría ser lo que sucedió con Rachel?
—Desayunemos, luego te dejaré en tu apartamento—dijo Wyatt mientras se separaba de mí.
—La verdad, quería visitar a Carly en su piso. No había podido venir a su casa desde lo que pasó, y tengo días sin verla.
Wyatt asintió, pero alcanzó mi rostro entre sus manos y me besó en los labios.
—Como desees, pero esta noche vuelve a quedarte.
Lo miré a los ojos, como siempre, tan caramelos y dulces cuando estaba feliz, un contraste de lo oscuros que se volvían cuando mencionaba algo sobre su pasado. En ese momento supe que no podría dejarlo ir como él quería.
Asentí, torciendo mis labios en una sonrisa pequeña.
—Sí.
Wyatt volvió a besarme, haciéndome olvidar por un instante mis conspiraciones. Por el momento, solo quería estar entre sus brazos. Aferré mis piernas alrededor de su cintura cuando me cargó, sintiendo el bulto entre sus piernas levantarse tan rápido como creció mi libido. Caminó hasta la cama y me dejó caer en ella de espaldas, y mientras Wyatt se quitaba el short, desenredé torpemente la tira de la bata de baño que me cubría. Para cuando estuve desnuda, él estaba colocándose el preservativo.
Nuestras contrariedades se redujeron infinitamente cuando hicimos el amor, y lo único que poseía sentido era la sensación de nuestros cuerpos juntos.
Me dediqué a la cocina cuando Wyatt tuvo que disculparse para contestar una llamada de teléfono. Las cosas estaban igual que la última vez que estuve en la cocina, a excepción de todas esas latas de cerveza en la nevera. De nuevo me dejé deprimir por la imagen de un Wyatt sentando frente al mesón, tomando solo durante las noches de noviembre.
Para cuando Wyatt volvió ya había resuelto nuestro desayuno con lo poco que encontré en la nevera. Por lo que cuando se sentó en frente del mesón, no pude evitar mirarlo con curiosidad y preguntarme si se habría alimentado bien mientras estuvimos separados.
—¿Por qué me miras así? —preguntó, sonriendo con una ceja enarcada.
Sonreí tristemente, desviando mi mirada hacia el plato de beicon y tortilla de huevos que preparé para Wyatt.
—Tu nevera está vacía—contesté, estirándome sobre el mesón para dejar su desayuno en frente de él—. ¿No tenías a alguien que limpiaba y hacía las compras?
Busqué en las gavetas los cubiertos y se los di.
—Decidí que era hora de darle vacaciones a Eloise—dijo.
Lo miré mientras comía en silencio, sabiendo que esa no era la única razón. Tomé mi plato y rodeé el mesón para sentarme a su lado.
—Está bien—asentí—. ¿Qué me dices de las cervezas de la nevera?
Él sonrió.
—Hay muchas porque no tomé.
Lo miré con una ceja enarcada.
—¿En serio?
Esta vez se rió.
—Estuve huyéndoles durante todo el tiempo. Hasta que nos encontramos en el restaurante, entonces comencé a tomar.
—Entonces fui la culpable.
—No, solo creí que embriagarme sería una buena forma de olvidarte mientras durara el efecto. Pero cada vez que estuve a punto de hacerlo, no lo hice.
Me giré hacia él.
—Que bueno que no lo hiciste.
Wyatt también se giró hacia mí.
—Pienso igual—entonces volvió a comer.
—Por cierto, ¿cómo está Viola de su embarazo? —pregunté—. No la vi en la empresa.
—No trabajará durante el periodo de su embarazo.
—¿Pero está bien?
—Sí. Pero es sorprendente, ya no sabemos a quien creerle, si al doctor que asegura que es algo delicado, o a Viola y a su intensa personalidad. No pareciera que corre ese tipo de riesgos.
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Editado: 02.07.2022