¡quiero ser la protagonista!

1. Crónicas de una Extra Anunciada

Si realmente yo fuera la protagonista, mi vida estaría llena de momentos inolvidables, donde cada tragedia solo sería un paso más hacia el final feliz. Como en esas películas, donde la chica tropieza con un adonis de sonrisa encantadora, se le caen los papeles al suelo y, en vez de recogerlos, él le sostiene la mirada con un brillo cómplice que parece gritar: “Eres el amor de mi vida”.

Pero no. Mi vida no era una comedia romántica con un clímax inolvidable bajo la lluvia, música pop indie de fondo y un adorable final feliz. No había destinos entrelazados ni casualidades mágicas que me lanzaran a los brazos del hombre de mis sueños.

Si de verdad fuera la hermosa protagonista, ¿dónde estaba mi príncipe azul? Ese hombre irresistiblemente guapo, con un corazón de oro y abdominales tan marcados que podrían rallar queso parmesano sobre ellos. Millonario, amable, bueno en la cama… ¡Por favor! ¡Ni siquiera tenía un pretendiente decente!

¿Dónde estaba mi romance épico con besos robados y declaraciones dramáticas en medio de una plaza italiana con luces colgantes y violines de fondo?

En ninguna parte.

Porque, claramente, yo no era la protagonista.

Si lo fuera, Gianluca sería mi novio. Pero no. Gianluca no era mi novio. Gianluca era el hombre perfecto… para otra. Si él fuera mi príncipe azul, no estaría con los ojos brillantes mientras me contaba cómo su novia de tres años le había dado el “sí”.

Sí a casarse con él.

Sí a tener la vida perfecta que yo no tengo.

Sí a ser la protagonista de su historia.

―Callie, ¿me estás escuchando? ―Gianluca me miraba como si mi opinión fuera importante, lo cual era irónico porque claramente no lo era.

Sí, lo estaba escuchando. Aunque hubiera preferido estar sorda en ese preciso instante. Gianluca estaba narrando con lujo de detalles cómo había organizado la propuesta de matrimonio más ridículamente perfecta que Vernazza había visto en años. Seguro que los turistas hasta le aplaudieron. Romántico, detallista, con un anillo que brillaba más que mi futuro.

―Ella está escuchando, Gian ―intervino Bianca, mi otra amiga, quien debía estar al tanto de mi crisis interna―. Lo que pasa es que la emoción la dejó sin palabras, ¿cierto, Callie?

Asentí lentamente porque eso es lo que haces cuando tu cerebro está demasiado ocupado procesando tu propia miseria como para articular una respuesta coherente.

―Sí… estoy que muero de emoción.

—Sí… Bueno, te ves como si te murieras, pero no precisamente de la emoción.

Él estudió mi cara como si esperara que en cualquier momento rompiera en llanto o me desmayara.

—Es que mi emoción es interna. Muy interna.

Gianluca y Bianca intercambiaron miradas de incredulidad, pero no insistieron. Mejor para mí.

Mientras Gianluca seguía hablando de cómo su novia había llorado de felicidad cuando se arrodilló con el anillo, yo intentaba calcular cuántos años de terapia necesitaría para superar esto.

—Aunque estoy que me muero de la emoción por tu propuesta tan… encantadora —Gianluca me miró con asombro ante mi interrupción abrupta—, no puedo morirme ahora. Si lo hago, la señora Fátima también se muere, y no por tristeza, sino porque su no tan encantadora Pomerania de cuatro años quedaría sin bañar.

Esa fue mi excusa perfecta para escapar y volver a lo que mejor sabía hacer: bañar perros. Y no, no era solo cuestión de “echar champú y enjabonarle las pelotas a los perros” como decían algunos ignorantes.

¡Soy una estilista canina! Y merecía respeto. ¿Sabes cuántos mordiscos he recibido? ¿O cuántos pelos de perro he tenido que sacar de lugares de mi cuerpo que preferiría no mencionar? Así que, cada vez que escuchaba a un idiota hablar de mi trabajo como si fuera poco, me encargaba de patearle el trasero.

―Dama está feliz de verte —anunció la señora Fátima mientras me entregaba la correa de su pomerania, una bolita de pelos marrón con cara de diva.

―Qué bueno que alguien esté feliz hoy.

―¿Qué dijiste?

―Que Dama va a quedar guapísima, como siempre. Ya sabe, dos horas, no una.

La señora Fátima tenía un problema crónico con el tiempo. Siempre llegaba una hora antes a recoger a Dama, como si creyera que yo tenía superpoderes para secar perros con la mirada.

—Sí, sí. Gracias, Callie —dijo antes de marcharse, aunque todos sabíamos que en una hora estaría espiando por la ventana como un halcón.

Suspiré y comencé a trabajar con Dama, quien, para mi sorpresa, estaba de un humor radiante. Me lamía la cara cada vez que podía y se dejaba hacer todo sin una sola protesta.

―Vaya, ¿acaso estás tratando de consolarme? ―le rasqué detrás de las orejas y ella movió el rabo con entusiasmo―. Eres muy linda, ¿sabes? Es tan tierno que quieras hacerme sentir mejor.

Ella siguió emocionada recibiendo el baño.

―Pero no te preocupes, Dama, los extras como yo no deben esperar nada porque no tenemos nada bueno que esperar.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 13.08.2025

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