¡quiero ser la protagonista!

2. Cómo sobrevivir a la boda del protagonista (y fracasar en el intento)

El vestido de la novia era una obra de arte, digno del personaje principal. Era tan deslumbrante que resultaba casi doloroso contemplarlo. No podía ni imaginar el costo de algo tan lujoso, aunque, considerando que era la novia de Gian, estaba segura de que la domadora de delfines tenía el dinero suficiente para adquirir ese vestido y otros tres iguales sin pensarlo dos veces.

Todo en la boda era un derroche de lujo a la altura de la ocasión; las familias de ambos habían invertido sin escatimar, porque nada dice “felices para siempre” como un menú de ocho tiempos y una orquesta tocando en vivo.

Cuando Chiara llegó junto a Gianluca, este la miró con adoración. Sus ojos brillantes la contemplaban como a la mujer más hermosa de la faz de la Tierra… La miraba de la forma en que solo se mira a la mujer que se ama.

Exactamente como yo soñaba que me mirara a mí.

Mi sonrisa fue sincera cuando dieron el “sí, acepto”, se colocaron los anillos y se besaron.

La ovación fue ensordecedora. La gente lloraba, aplaudía, suspiraba.

Y yo… yo estaba ahí, atrapada en mi papel secundario.

—¡¿No son preciosos?! —exclamó Bianca a mi lado, pero al notar que no respondía, rápidamente se cubrió la boca.

—No debí decirte eso, lo siento.

—Sí, se ven maravillosos y… muy enamorados.

—¿Te gustaría acercarte a felicitarlos?

—Por supuesto, Bianca, soy la amiga del novio. ¿Cómo podría no hacerlo?

Ella me tomó de la mano y me guió entre los invitados, buscando acercarnos a los recién casados. Cuando tuvimos la oportunidad, Gianluca se acercó a abrazarnos, y ambas lo felicitamos, aunque Bianca lo hizo con mucho más entusiasmo que yo.

—Felicitaciones, Gian… Sé feliz y cuida de tu novia.

Era un comentario un tanto redundante, ya que él siempre se preocupaba por todos los que amaba.

—Ahora es mi esposa —me corrigió con una sonrisa radiante.

—Oh, sí. Claro. Tu… esposa.

Sentí la palabra en mi lengua, como si la masticara lentamente, intentando convencerme de que era real. Gianluca se había casado con alguien que no era yo… se había casado con la verdadera protagonista.

Dios, necesito una Coca-Cola.

La fiesta continuó con risas y música. ¿Y yo? Aburrida. Nunca he sido fanática de las bodas. No porque sea cínica ni porque las odie, sino porque siempre terminaba atrapada en el papel de “la amiga que cuida las cosas mientras los demás se divierten”. Y, cómo no, esta boda no fue la excepción.

Bianca, mi querida y sociable amiga, ya se había perdido entre la multitud, aplicando su técnica infalible de socializar con cualquier ser humano que tuviera un vaso en la mano. Yo, en cambio, decidí que había cumplido con mi cuota de interacción social por la noche.

—Me voy.

Rápido y sencillo. Así hablé, porque me quería ir de la misma manera: rápida y sin ser vista.

—¿Qué? ¡Pero si la noche apenas empieza!

Bianca no estaba para nada complacida con mi decisión, pero la diferencia entre ella y yo es que ella sí estaba disfrutando estar aquí, mientras que yo solo quería estar en mi cama.

—Para ti sí. Yo prefiero estar en casa con Greta y el Inspector.

Frunció el ceño como si mi excusa fuera la peor que había escuchado en su vida.

—¿Cómo vas a llegar?

—Ya hablé con un taxista. No te preocupes, Vernazza está a una hora.

—Hora y media —me corrigió con precisión de GPS.

—¡Bah! Veinte minutos más, veinte minutos menos, ¿qué más da? —agité la mano con dramatismo antes de desaparecer en la noche como una heroína misteriosa.

No me despedí de nadie, porque sin duda nadie se daría cuenta de mi ausencia.

Subí al taxi con la satisfacción de quien logra escapar de una emboscada social. En cuanto cerré la puerta, solté un suspiro y me hundí en el asiento.

—A casa, per favore. Y si puede teletransportarnos, mejor.

El hombre se echó a reír, como si hubiera escuchado ese chiste mil veces antes. Me encogí de hombros. La desesperación roba originalidad.

Cuando llegué a la veterinaria, eran las dos de la madrugada y el bar de enfrente bullía de turistas que parecían estar compitiendo en un torneo internacional de “¿quién grita más fuerte después de tres botellas de vino?”.

Fruncí el ceño con desagrado mientras cruzaba la calle y entraba en la veterinaria. Al subir a mi piso, Greta me recibió con ladridos y saltos, con la energía de un expreso doble. El Inspector, en cambio, apareció con la elegancia de un mafioso siciliano. Se frotó contra mi pierna con una ternura que habría sido conmovedora… si no supiera que su amor era estrictamente transaccional.

Quería comida.

—Sí, sí, su majestad, ya voy —murmuré, dirigiéndome a su plato con la resignación de una esclava medieval.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 13.08.2025

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