Era mediodía y yo ya había sobrevivido a mi segundo cliente del día: una mini-bestia peluda que respondía al adorable nombre de Principessa, pero que, en realidad, era un gremlin disfrazado de Shih Tzu. Cada vez que venía, su pelo parecía un nido tras un tornado. Pero, como siempre, se fue luciendo como si fuera a desfilar en una pasarela canina, mientras yo me quedaba con la espalda hecha un acordeón y un humor digno de lunes.
—Estoy muerta, estoy hecha polvo —murmuré, dejando caer mi cuerpo sobre el mostrador de recepción.
Bianca estaba firmando unos papeles al otro lado.
—¿Y eso es noticia? —soltó sin alzar la mirada, como si no me estuviera deshaciendo frente a ella.
—Tengo la espalda hecha pedazos. Ni siquiera siento los omóplatos —llevé la mano a la frente, como si estuviera a punto de desmayarme—. Además, tengo un terrible dolor de cabeza.
Ella levantó una ceja, por fin dándome la mínima atención.
—¿Sí? —entrecerró los ojos, sospechando—. ¿Y qué te tiene así, eh?
Claramente, estaba más interesada en el chisme que en mi bienestar.
—El trabajo, obvio. Menos mal que hoy cerramos temprano y mañana planeo dormir hasta que mi cuerpo olvide que existo.
Bianca dejó el bolígrafo sobre la mesa y me miró con esa expresión que siempre me ponía nerviosa, como si estuviera a punto de descubrir todos mis secretos más oscuros.
—¿Segura de que es solo por el trabajo?
Tragué saliva. Oh, santo cielo, aquí vamos.
—¿Por qué otra cosa sería?
—No sé, dímelo tú. Anoche te desapareciste por un buen rato… salvo que el baño estuviera en otra ciudad.
Cerré los ojos un segundo, como si así pudiera borrar las imágenes que volvían con fuerza: los besos apresurados, las manos en mi cintura, el calor que me hizo olvidar mi nombre y, claro, la gloriosa forma en que me golpeé la cabeza contra la pared en medio de mi fogoso momento con Valentín.
—Estás imaginando cosas —balbuceé, tratando de no reírme al recordar cómo me tambaleé después del golpe, pero aun así seguí como si nada hubiera pasado. La pasión es la mejor anestesia, confirmadísimo.
Bianca me observaba con ojos de halcón. Lo olfateaba, lo sabía. LO SABÍA.
—Hiciste algo con ese barman, ¿cierto?
Miré alrededor. Estábamos solas —el sábado, la veterinaria era un desierto, lo cual era perfecto para una confesión sin testigos—. Entonces, al estar en confianza, hice un puño con la mano y la llevé a mi boca para morderme el dedo.
Bianca, ante mi reacción, rompió a reír.
—¡Ni lo niegues! ¡Tienes la cara de una pecadora satisfecha! ¡Brava! —aplaudió, divertida.
Le lancé una mirada ofendida, aunque probablemente mi sonrisa gritaba sin pudor: “Sí, lo volvería a hacer”.
—Solo voy a decirte que fue… buenísimo. Elegí al mejor para acabar con mi sequía.
Ella se apoyó en el mostrador, como si necesitara acomodarse para recibir el mejor chisme del año. Su mirada brillaba de pura intriga.
—¿De verdad fue tan bueno?
Solté una risa maliciosa.
—Tesoro, no sabes lo que ese hombre puede hacer cuando se quita esas gafas. Es como si Clark Kent se convirtiera en… no sé, en un dios griego con mirada de villano.
Bianca chasqueó la lengua, divertida, pero enseguida su expresión se volvió seria.
Alerta. Se viene advertencia.
—Pero igual es arriesgado, ¿no? El tipo trabaja justo enfrente. ¿Qué pasa si todo se pone incómodo?
Bufé, encogiéndome de hombros con desdén.
—Fue una noche. Solo eso. Nada de dramas ni corazones rotos. Además, nos protegimos, nos divertimos y ciao bella. Finito.
Moví las manos como si estuviera ahuyentando cualquier posibilidad de complicaciones.
Bianca no parecía convencida, pero su escepticismo estaba en el último puesto de mi lista de preocupaciones. Mi atención ahora estaba en el recuerdo fresco de unas manos que, madonna santa, sabían exactamente lo que hacían.
—Bueno, al menos me alegra que estés buscando cómo sacarte a Gianluca de la cabeza —comentó, como quien lanza una bomba atómica mientras se lima las uñas.
Rodé los ojos tan fuerte que por poco veo mi infancia.
—¿En serio, Bianca? ¿Tenías que mencionarlo justo ahora?
Ella se encogió de hombros, como si no acabara de invocar el nombre prohibido.
—Solo espero que no te hayas acostado con ese barman por celos.
Le dediqué una mirada fulminante.
—Per favore. Mi vida no gira en torno a Gianluca.
…O eso me gustaba decirme a mí misma.
Aunque, si me ponía a contar la verdad verdadera de toda la verdad, mi vida había girado alrededor de Gianluca más veces de las que un perro da vueltas antes de acostarse.