¡quiero ser la protagonista!

4. Valentín vs. Calista: El combate que debería estar en el top 10 de Netflix.

La guerra contra Valentín no iba tan bien como quería. Porque lo que yo no sabía, lo que nadie me había advertido, era que ese desgraciado no solo tenía talento para hacerme perder la cabeza en un callejón trasero de su bar, sino que también era un maestro supremo del contraataque.

Y lo peor: lo hacía con una sonrisa maleducadamente encantadora.

Mis estrategias pasivo-agresivas, que en mi mente eran geniales, terminaban explotándome en la cara. Literalmente.

Primero, lo del balcón.

Ah, sí. Había empezado a usar su balcón como mi papelera personal. Cada vez que tomaba Coca-Cola, salía y lanzaba la lata a su balcón. ¿Resultado? No imaginé que ese desgraciado fuera a coleccionarlas para luego tirarlas frente a la veterinaria con una nota:

“Grazie per reciclar en mi balcón. Aquí tu premio.”

Mi rabia no cabía en el cuerpo. Me hervían las venas como una olla de pasta sin colar.

Y aun así, no me rendí.

Todas las mañanas, al sacar a Greta para su paseo matutino, me aseguraba de dejarle un regalito especial en la puerta del bar. Sí, justo frente a la entrada. Cortesía de mi “saco de pulgas”, que parecía tener el intestino sincronizado con mi venganza.

Porque si él me iba a torturar con karaoke a todo volumen hasta las cuatro de la madrugada, lo mínimo era que recogiera caca de perro antes de abrir el bar.

Lo peor era que mi sueño era la única víctima inocente. Dormía cinco horas, mal contadas, y sentía que las arrugas me estaban invadiendo la cara. Addio juventud, fue bonito mientras duró.

Estaba terminando de ordenar todo en el grooming, lista para otro día de sobrevivir a clientes y perros hiperactivos, cuando Fabia apareció en la puerta.

—Callie… tenemos un pequeño problema.

Me giré, ya medio agotada mentalmente.

—¿Qué pasa ahora?

Fabia se mordió el labio, nerviosa.

—Es que… te están esperando.

Miré mi reloj. Apenas faltaban diez minutos para mi primer cliente. Nada grave.

—El cliente ha venido un poco antes, pero no pasa nada.

—Es que no solo el primer cliente te está esperando... hay una fila de personas afuera. Con perros. Muchos perros.

Fruncí el ceño.

—¿Qué significa muchos?

—Quizá deberías verlo por ti misma.

Tragué saliva, tensa, y salí a la calle para comprobarlo con mis propios ojos. Para mi sorpresa, una docena de personas se amontonaban frente a la veterinaria, cada una con su mascota. Labradores, chihuahuas, incluso un gran danés que parecía más caballo que perro. Todos me miraban con expectativa.

—Es imposible que todos ustedes tengan cita para hoy.

Un hombre con un labrador alzó la mano y agitó un papel.

—El volante no dice nada sobre citas.

—¿Qué volante?

Tomé el papel y lo leí rápidamente:

“¡Baño gratis para tu mascota! Trae a tu perro hoy mismo a la veterinaria "Vita da Cani" y dale el cuidado que merece”.

Mi sangre hirvió. ¿Quién podría haber hecho esta linda broma? Bueno, no necesitaba ser Giuseppe Dosi* para saberlo.

Con el volante arrugado aún en el puño, crucé la calle y empecé a golpear la puerta del bar con fuerza. Incluso la pateé, cada vez más cerca de la combustión espontánea.

—¡Valentín! ¡Abre ahora mismo! —grité, como una loca—. ¡Te juro que si no sales ahora mismo, voy a meter este volante por donde no te da el sol!

Nada.

Silencio.

Ni un ruido. Ni un grito. Ni siquiera un maldito gemido.

Golpeé la puerta con más fuerza. Luego pateé.

Nada.

La rabia me hervía en la piel. Si no salía, lo sacaba yo con una grúa.

Finalmente, recogí un par de piedras del suelo y subí a mi balcón.

—¡Valentín, sal ahora mismo!

Lancé las piedras, y el muy desgraciado se hizo de rogar.

Llamé a Greta.

—¡A ladrar, piccola, vamos, como nunca antes!

Greta se puso en modo sirena. Ladridos furiosos, como si anunciara el apocalipsis.

En el preciso momento en que lancé la última piedra, el balcón enemigo se abrió de golpe.

Y ahí estaba él. Sin camisa. En calzoncillos. Otra vez.

—¿Qué demonios quieres? —gruñó, apoyándose en la barandilla.

Le mostré el volante arrugado, como quien exhibe una prueba de asesinato.

—¡Fuiste tú! ¡TÚ repartiste esto para arruinarme el día!

Valentín arqueó una ceja, cruzó los brazos y me miró con calma irritante.



#64 en Joven Adulto
#687 en Otros
#278 en Humor

En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 01.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.