Agudicé la mirada, detallando a Gianluca con cuidado. Estaba tan guapo como siempre, pero esta vez no quería solo admirarlo. Necesitaba entender qué había cambiado en él para que ya no me hiciera cosquillas en el estómago... y esas cosquillas, traicioneras, ahora se activaran cuando Valentín estaba cerca.
Dios mío, ni yo misma me creía lo que estaba pensando. Aún no superaba del todo lo de Gianluca, y ahora mi cerebro decidía ponerse creativo y lanzarme a los brazos de Valentín. Era como si mi vida amorosa estuviera siendo dirigida por el mismo Satanás.
Así que ahí estaba yo: encerrada en una veterinaria, un viernes por la noche, a solas con mi ex crush, investigando el misterio de mis sentimientos como si estuviera en una operación encubierta de la CIA.
—Me asustas. Deja de mirarme así —me advirtió Gianluca, mirándome de reojo mientras fingía reorganizar unos papeles.
—Cállate. Me desconcentras —respondí, sin apartar los ojos de él, como si buscara pistas invisibles en su rostro.
—¿Se supone que estás haciendo algo?
—Sí. Estoy intentando descubrir qué fue lo que cambió en ti para que se me pasara el enamoramiento.
Entonces tosió como si se le fuera la vida en ello, como si estuviera a punto de expulsar un pulmón o una verdad incómoda. Se aclaró la garganta y miró a todos lados, como si alguien fuera a juzgarlo por tener una conversación tan absurda conmigo. Pero solo estábamos él y yo en la veterinaria. Era un viernes por la noche y ya había cerrado.
—¿Hay algo mal contigo últimamente?
—Muchas cosas están mal conmigo —admití sin rodeos.
—¿Tienen que ver con nuestro querido vecino?
—¿Desde cuándo es “querido”?
—Desde que son casi uña y mugre.
—¿De dónde sacaste eso? No es cierto.
—Díselo a los clientes, porque ya están pidiendo que los invite a la boda.
—Nada tiene que ver con Valentín —mentí descaradamente—. Tiene que ver conmigo.
—¿Me contarás?
—No creo que quieras saber. También se trata de ti y, cuando hay sentimientos involucrados, eres un evasivo de primera.
—Vaya, qué bonito concepto tienes de mí.
—Entonces, de verdad, ¿quieres tener esta conversación?
Justo en ese momento, como si el universo hubiera decidido que ya habíamos tenido suficiente drama por hoy, Bianca apareció de la nada, saliendo del área de consultas.
—¿Qué conversación? —preguntó, mirándonos con bastante curiosidad mientras se ajustaba su vestido blanco, ligeramente ceñido al cuerpo.
—¿Tú no te habías ido? —pregunté yo, más sorprendida por su repentina aparición que por su pregunta entrometida.
—Últimamente no me quieres aquí.
La miré con sospecha mientras detallaba su atuendo. Parecía lista para una noche de fiesta y diversión, lo cual era raro porque Bianca no suele salir mucho… a menos que haya drama involucrado.
—¿Y a dónde vas tan glamourosa? —pregunté, entrecerrando los ojos con suspicacia.
—Las chicas y yo nos vamos a reunir en el bar de Valentín. ¿Vienes?
—Sí —respondí sin pensar. Fue tan automático que incluso me sobresalté.
Ella parpadeó, genuinamente sorprendida.
—¿En serio? No te invitamos antes, creyendo que no querrías ir.
—Adelántense, me daré una ducha rápida y luego las alcanzo.
Y sin dar espacio a más preguntas ni miradas inquisitivas de Gianluca, giré sobre mis talones y subí corriendo a mi apartamento. Mi corazón latía rápido, pero no sabía si era por la idea de ver a Valentín o por mi clara evasiva a la respuesta de Gianluca.
Llegué al bar unos cuarenta minutos después que Bianca y su escuadrón de risas estridentes. El lugar, como siempre, tenía esa atmósfera de “casi fiesta”, con luces cálidas y música lo suficientemente alta como para no dejarme dormir. Como todas las noches.
Encontrar a Bianca fue fácil, porque gritó mi nombre tan fuerte que incluso atravesó la música. Mientras me acercaba, miré alrededor, creyendo que quizás Valentín había alcanzado a escuchar mi nombre, pero no lo vi por ningún lado.
—No pude creerlo cuando Bianca dijo que te unirías a nosotras —comentó una de sus amigas.
Estuve tentada a pedirles que me recordaran sus nombres, pero ya sabía que igual los olvidaría. Así que asentí con una sonrisa falsa y actué como si supiera perfectamente quién era cada una, aunque no pudiera diferenciarlas. Eran clones: el mismo peinado, la misma sonrisa blanquecina y, probablemente, el mismo horóscopo —Cáncer, con Mercurio en crisis—.
—Y te ves tan guapa —dijo otra, con los ojos clavados en mi cabello como si fuera un objeto traído del espacio por la NASA.
—Es un cabello afro. ¿Nunca habías visto uno?
—Oh, no, no… solo lo miraba porque me parece muy bonito —dijo, apurada, como si acabara de pisar un campo minado.