¡quiero ser la protagonista!

17. Negar lo evidente es el primer paso hacia la aceptación.

Iba de regreso a la veterinaria tras un largo paseo con Greta. Necesitaba caminar, despejarme, intentar no pensar en los desastres emocionales que, como siempre, yo misma había provocado. Estar sola y sin hacer nada era una tortura: mi mente se convertía en un laboratorio de hipótesis absurdas y teorías conspirativas sobre mis fracasos amorosos, además de flashbacks vergonzosos de mis besos con Valentín.

Prometí que nunca más me metería en este tipo de líos amorosos… ¿Y qué fue lo que hice? Lo de siempre: volver a tropezar con la misma piedra. Y de paso, besarla… con lengua.

¿Por qué siempre termino enamorada de hombres que deberían estar en una lista negra emocional? Es como si tuviera un radar especial para meterme en problemas innecesarios.

Sacaba las llaves del bolsillo, lista para entrar a la veterinaria y dejar atrás mis pensamientos dramáticos, cuando escuché la puerta del bar abrirse.

Por supuesto que era Valentín.

No dudó en acercarse, aunque se detuvo a unos metros de distancia cuando Greta lo recibió con un gruñido digno de un Rottweiler.

Buongiorno —dijo, con esa voz suya que era irritantemente encantadora incluso a las ocho de la mañana.

—Estás muy madrugador —respondí, porque no tenía otra cosa inteligente que decir.

—Tengo que madrugar si quiero hablar contigo, ya que durante el resto del día solo me evitas.

—Yo no te evito, solo no quiero hablar contigo.

—¿Lo dices por lo que pasó hace dos días? —preguntó, como si no fuera absolutamente obvio.

—Otra cosa que deberías borrar de tu memoria. Con fuego, si es posible.

—¿Por qué? Es un recuerdo agradable.

—Humillante, querrás decir —repliqué, mientras Greta seguía ladrando como si estuviera defendiendo el castillo de Hogwarts.

Valentín insistió:

—¿Podemos hablar de eso?

¿Hablar de eso? ¿A las ocho de la mañana? ¿Frente a la veterinaria? ¿Con mi perra convertida en fiera territorial?

No, nosotros no hablaríamos, ni siquiera si ambos quisiéramos. Greta parecía decidida a evitar cualquier tipo de acercamiento… y se lo agradecía.

—No creo que ahora sea un buen momento.

—¿Y cuándo lo será?

—Sinceramente, no creo que haya un buen momento.

Él intentó acercarse, y Greta se puso más en guardia. Valentín retrocedió al ver sus tiernos colmillos.

—Podrías al menos intentar que se calme —me pidió con cara de desesperación.

—No, así está bien. Se estresa cuando no la dejo ser ella misma.

—Calista…

—Ya hablaremos. Ahora tengo que trabajar, así que no tengo tiempo para… esto.

Entré rápidamente a la veterinaria, cerrando la puerta tras de mí con un suspiro de alivio. Me recosté contra ella y, en cuanto levanté la mirada, vi a Bianca detrás del mostrador, fingiendo que revisaba el calendario de citas en el computador.

Greta corrió hacia Bianca en cuanto la solté, y ella la recibió con los brazos abiertos como si fuera su sobrina favorita.

—Hola, ¿cómo está la pequeña Greta la gruñona?

Mientras Greta le lamía la cara, Bianca me lanzó esa mirada cargada de culpa que llevaba dos días perfeccionando.

—¿Voy a morir y no me has dicho todavía? —le pregunté con sarcasmo—. Porque si no, no entiendo esa expresión de pesar con la que me miras.

—Es que no puedo evitarlo. ¡Siento que todo es mi culpa! —exclamó, casi al borde del llanto.

—Créeme que si fuera tu culpa, en este momento ya no seríamos amigas.

Bianca suspiró dramáticamente.

—Yo prometí nunca más dejarte beber cerca de un hombre que te gustara.

—Tú no tienes que cuidarme, Bianca.

—Pero al menos debo estar pendiente de ti, porque tú y el amor… —hizo una pausa significativa—, son como aceite y agua. Se repelen. Se ignoran. Y cuando por fin se mezclan, explotan.

Tragué saliva.

Eso dolió más de lo que esperaba.

—¿Y qué se supone que haga ahora? —pregunté con voz bajita, como si la respuesta pudiera romperme del todo.

—Decirle que te gusta.

La miré como si me hubiera sugerido lanzarme al mar con un vestido de novia y piedras en los bolsillos.

—No puedo, Bianca. No otra vez. No con él. Rechazarme es una cosa, pero que lo haga Valentín, Valentín, sería demasiado. Más que doloroso… sería humillante. Antes nos detestábamos. Lo nuestro era odio puro, legítimo, con insultos y miradas asesinas incluidas.

—Nunca se odiaron, Calista. No te engañes. Se coqueteaban con veneno. Era obvio.

—¿Obvio para quién? Porque yo lo quería lanzar por las escaleras cada vez que abría la boca.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 21.09.2025

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