Era como una mañana cualquiera, conmigo de pie en la cocina comiendo un desayuno improvisado mientras intentaba no llegar tarde al trabajo. Todo parecía en su lugar: mi lata de Coca-Cola, tostadas medio quemadas y Spotify decidiendo por mí la banda sonora del día.
Todo en su sitio. Todo… menos Greta, porque no la veía por ningún lado intentando pedir algo de jamón.
Fruncí el ceño. Algo no estaba bien.
Miré a un lado, miré al otro, miré tras de mí e incluso di una vuelta de 360º y no hubo rastro de Greta.
―¡¿Dónde estás, piccola?! ―grité, esperando que apareciera ladrando y corriendo hacia mí como siempre.
Fui a mi habitación, segura de encontrarla en el balcón, ladrando como loca y queriendo pelear con los pájaros, los vecinos y cualquier cosa que se moviera, pero el balcón estaba vacío y en total silencio. Miré bajo la cama, creyendo que había aprendido a jugar a las escondidas, pero al final la encontré tendida en el sofá.
Ella solo movió el rabo una vez y luego me lamió los dedos.
—Dios mío —susurré—. ¿Estás deprimida?
Supuse que mi patético estado de ánimo había contagiado a mi pequeña, inocente e inofensiva Greta.
―Lo siento, Greta. Todo es mi culpa.
Terminé mi desayuno con menos entusiasmo, agarré las llaves, el teléfono y bajé a la veterinaria como cualquier día.
En el mostrador estaba Gianluca hablando animadamente con Fabia.
—Buongiorno —dije, acercándome.
―¡Callie! —Gianluca me abrazó al instante.
Y yo sonreí, devolviéndole el abrazo sin poder evitarlo. Se sentía bien volver a ser como antes.
―¿Qué significa ese abrazo?
La voz de Bianca me pilló tan desprevenida que casi salto un metro hacia atrás. Al girarme, la vi de pie, con los brazos cruzados y esa mirada que mezclaba celos, curiosidad y la habilidad innata de saber que Gianluca y yo ocultábamos algo.
—¿Acaso es raro que los amigos se abracen? —respondió Gianluca con una sonrisa despreocupada.
—Oh… —Bianca entrecerró los ojos como si analizara una escena de crimen—. ¿Acaso ya se han reconciliado? ¿Ya volvieron a ser amigos?
—Siempre hemos sido amigos —respondió Gianluca.
—¡No puedo creerlo! —gritó Bianca, lanzándose al drama—. ¡Se reconciliaron sin mí! ¡Se reunieron sin mí! ¡Tuvieron un momento lindo sin mí!
Fabia, detrás del mostrador, intentaba contener la carcajada… y fallaba.
—Cálmate, ¿sí? —dije, intentando no reírme—. No fue una guerra de los mundos, solo… resolvimos un malentendido.
—¡Pero esta amistad es de tres! —insistió, casi ofendida—. ¡Todo lo hacemos juntos! ¡Juntos!
Entre risas, le dije a Gianluca:
—Ocúpate de ella. Yo tengo dos perros hiperactivos esperándome esta mañana, así que necesito ir a luchar… digo, a trabajar.
A pesar de los saltos, ladridos y caos generalizado de mis clientes perrunos esa mañana, mi cabeza no estaba en el trabajo. Estaba en Greta. Su mirada apagada, esa falta de energía… no era normal. Greta podía ser vaga a veces, pero nunca así. Algo no iba bien.
En cuanto terminé con el último cliente caótico de la mañana, subí corriendo a mi apartamento. Para mi horror, Greta seguía exactamente en la misma posición en que la había dejado: tendida en el sofá. Ni siquiera había tocado su comida.
—Greta… —Me agaché frente a ella, sintiendo un vacío en el estómago—. Vamos, piccola, levántate. Mírame. Haz algo. Incluso grúñeme o intenta morderme por no haberte dado jamón esta mañana…
Ella movió el rabo una vez más y luego cerró los ojos con una lentitud que me rompió el alma en pedazos diminutos.
El corazón me dio un vuelco.
—¡Greta! —grité desesperada, tomándola en brazos como si fuera de cristal—. ¡Gianluca! ¡Gianluca!
No recuerdo haber decidido correr; mis piernas simplemente lo hicieron. Bajé las escaleras como si mi apartamento estuviera en llamas, saltando escalones, sintiendo la respiración caliente y débil de Greta contra mi cuello. Mi alma era un nudo apretado de angustia, y cada latido sonaba más fuerte que el anterior.
Gianluca estaba esperándome en el recibidor con una expresión de preocupación que no se comparaba con la mía en lo más mínimo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, llevando la mirada entre Greta y yo.
—¡Es Greta! —jadeé—. Desde esta mañana está… rara. Muy rara. Sé que algo le pasa, Gianluca…
Gianluca tomó a Greta con cuidado y la examinó durante unos segundos eternos mientras ella soltaba un pequeño gemido doloroso que me hizo sentir como si el mundo se detuviera por completo.
—La llevaré conmigo —dijo por fin, sin levantar la vista—. Tú quédate aquí.
—¿Que me quede aquí? —estallé—. ¡¿Qué clase de estupidez me estás pidiendo?!
Él respiró hondo, como si ya hubiera previsto mi reacción.