
Estaba en mi habitación, frente al espejo, probándome por quinta vez la misma blusa: amarilla, manga corta, ni demasiado ajustada ni demasiado suelta. Nada del otro mundo. Pero ahí estaba yo, girando el cuerpo hacia un lado y luego hacia el otro, como si la tela fuese a revelarme si era la indicada.
Detrás de mí, Bianca estaba tumbada en mi cama, con las piernas cruzadas y una mano acariciando perezosamente la barriga del inspector, que ronroneaba como en un spa de lujo.
Bianca lo miraba con la misma devoción con la que otros mirarían una joya de Bulgari, pero sus ojos iban y venían hacia mí, con cierta sospecha.
—¿Qué tanto te miras en el espejo? Elige una blusa rápido, per favore.
—Cállate —murmuré, lanzándole una mirada de odio—. No pedí tu opinión.
Ella rio. No era el simple “jajaja” de amiga, sino un sonido bajo, malicioso, como de villana que sabe exactamente cómo fastidiarte.
Bianca llevaba rato sonriéndome como una gata que ha visto al canario caer en una trampa. Y yo, evidentemente, era el canario.
—Vamos, Callie —insistió, incorporándose para apoyarse en los codos—. ¿A dónde vas? ¿Por qué tanto esmero? ¿Quién es el afortunado?
—No hay afortunado —dije, alborotando mi cabello con más fuerza de la necesaria—. Solo voy a salir. Como cualquier persona normal que tiene vida y amigos.
La miré de reojo justo a tiempo para ver cómo abría la boca, lista para burlarse.
—Amigos, aparte de ti y Gianluca —me adelanté.
—Mamma mia. ¿Cuánto tiempo me harás rogarte?
Me giré hacia ella, levantando una ceja con mi mejor imitación de diva italiana.
—Si ya sabes la respuesta, ¿por qué sigues insistiendo?
Típico de Bianca: siempre quiere saber más, incluso cuando ya lo sospecha o lo sabe todo.
—¡Porque soy tu mejor amiga! —protestó, con tono de niña caprichosa—. ¡Y las mejores amigas merecen detalles! ¡Detalles!
Negué con la cabeza, reprimiendo una carcajada. ¿Detalles? Ella pedía detalles cuando era la persona más reservada del planeta en cuanto a sus propios sentimientos.
Porque, últimamente, Bianca estaba… distinta. Más distraída. Más suspiradora. Más… vulnerable cada vez que Martino aparecía por la veterinaria. Y aunque fingía indiferencia —«Martino no significa nada», bla bla bla—, era obvio que algo pasaba. Pero claro, Bianca tenía su propio ritmo para estas cosas: lento, melodramático y lleno de pausas teatrales.
—¿Con qué cara me reprochas, Bianca, cuando tú no me has dicho lo que pasa entre Martino y tú? —ataqué, con toda la malicia que pude reunir.
Ella se incorporó de golpe, roja como un tomate cherry.
—¡Martino no significa nada!
—Claro… —respondí, estirando la palabra—. Por eso guardaste el papel con su número y lo defendiste ayer cuando dije que era un idiota.
—¡Lo defendí porque tú eres peor! —saltó Bianca, agitando las manos.
—Él dijo que Lupo era el hijo de ustedes, ¡obvio que es un idiota!
—¡No estamos hablando de mí! ¡Estamos hablando de ti! ¡Y de Valentín! ¡De lo que pasa entre ustedes y no quieres decirme nada!
Suspiré largamente, como si de ese aire pudieran salir todas las palabras que me estaba guardando. Porque Bianca tenía razón —como casi siempre, maldita sea—. Y porque sabía que, si no hablaba, no me dejaría en paz.
—Está bien… —Cedí al fin, sentándome a su lado en la cama—. Lo invité a salir. Oficialmente. Como novios. Como… una pareja real.
La reacción fue instantánea.
Bianca se llevó las manos a la boca con un sonido ahogado. Los ojos se le salieron de las órbitas como si hubiera visto a la Madonna aparecer en mi habitación. Incluso el inspector, hasta hace un segundo en trance gatuno, se despertó, estiró las patas y nos miró con expresión de: “Tranquila, respira, ragazze”.
—¡¿QUÉÉÉÉÉÉ?! —saltó de la cama—. ¡TIENES NOVIO! ¡Y NO ME LO DIJISTE! ¡CALISTA, ERES UNA TRAIDORA! —alzó un dedo acusador—. Espero que Gianluca aún no sepa nada, porque entonces sí estarás en problemas conmigo.
—¡Baja la voz, per favore! —le pedí, riendo sin poder evitarlo—. ¿Por qué tanto drama? ¿Tan raro es que tenga novio?
—¡Bueno…! Hace meses Valentín era tu enemigo declarado. ¡Y ahora sales con el hombre que juraste denunciar por tener ratas en su bar!
—Siendo sinceras, ni yo puedo creer que hayamos terminado en una relación —confesé, con una sonrisa nerviosa—. La verdad, pensé que todo acabaría a las dos semanas.
—¡Pero es que…! —balbuceó, sin palabras—. ¡Dos semanas! ¡Ya llevan dos semanas juntos! ¡Y YO NO SABÍA NADA!
—No quería hacerlo público —admití, jugueteando con mis manos—. Porque… tenía miedo. De que, al decirlo en voz alta, todo se desmoronara, como si nombrarlo lo hiciera desaparecer.
Bianca dejó de gritar. Su energía volcánica se apagó de golpe. Se sentó a mi lado, despacio, y me miró con ternura.