¡quiero ser la protagonista!

31. Rehabilitación Emocional Canina

Por supuesto que no había perdido la oportunidad de molestar a Valentín. Cada vez que quería, o podía... básicamente, todo el tiempo.

Molestarlo era demasiado fácil.

Tenía esa expresión perfecta, entre fastidio y ternura, que me invitaba a hacerlo una y otra vez, como si fuera mi deporte favorito.

—No me estás ayudando —dijo, frunciendo el ceño mientras intentaba mantener al cachorro en su regazo—. Y no me gusta que te burles de mí. Pensé que ahora que estamos en una relación, yo dejaría de ser el blanco de tus burlas.

—Precisamente porque soy tu novia puedo hacerlo. Ahora tengo permiso oficial para molestarte, llamarte cobarde, besarte cuando quiera y obligarte a alimentar cachorros.

Le sonreí.

—Es el paquete completo, amore.

Por un momento, pareció que iba a seguir quejándose, pero su mirada se suavizó.

El ceño se relajó, los labios se curvaron apenas.

—Entonces prepárate —dijo, bajando la voz, con ese tono que me erizaba la piel—. Porque yo también tengo permiso para llamarte lavacani en público y para besarte las veces que quiera, y donde quiera.

—¿Dónde quieras? Vaya, qué confianza.

Valentín, decidido a demostrar que tenía el control total de la situación —y de nuestra relación—, intentó besarme.

Valentín, decidido a demostrar que tenía el control total de la situación —y de nuestra relación—, intentó besarme. No eran reales ganas de besarme; fue más bien un experimento: «Puedo besar a mi novia cuando quiera».

Se inclinó hacia mí, lento, calculado. Pero, justo cuando sus labios estaban a unos centímetros de los míos, se detuvo. Su gesto se congeló en el aire.

—¿Qué pasa? —pregunté, aunque ya lo sabía.

Miré hacia abajo y vi al pequeño cachorro, dormido plácidamente sobre su regazo, con una pata enredada en la manga de su camisa y el hocico hundido contra su abdomen. Y alrededor, los demás se movían inquietos, haciendo ruiditos, buscando calor.

Aunque intentara lucir como si los odiara, él no iba a aplastar a un perrito por un beso.

Valentín suspiró, derrotado.

—Dame un beso —exigió, con tono cansado.

—¿Qué? ¿Ahora no eres demasiado valiente para acercarte?

—No lo suficiente cuando tengo a un pulgoso dormido en mi regazo y a otro pegado a un biberón como si su vida dependiera de esa leche.

—Entonces no exijas besos si no puedes cumplir.

Me incliné hacia él antes de que pudiera replicar y lo besé corta y dulcemente.

—Otro —murmuró, con voz ronca—. Pero ponle más intensidad.

Estaba a punto de volver a besarlo —ya con más intención, más ganas, más de todo— cuando el universo, disfrazado de seis bolas de pelo, decidió sabotearme.

Los cachorros de pronto se activaron. Uno saltó sobre la pierna de Valentín, otro intentó robarle el biberón y el dormilón, ofendido, decidió unirse a la rebelión.

La escena se volvió un desastre adorable: risas, lamidos, biberones derramados, cachorros trepando por todas partes. Uno intentaba morder mis rizos y otro había decidido que el biberón no era suficiente y prefería masticar la bota del pantalón de Valentín.

Entre risas y chillidos suaves, olvidé por un segundo que esos pequeños peludos no tenían hogar.

Que mañana volverían a estar solos.

Que nadie los visitaría.

Que sería difícil que alguien los adoptara.

Con mis manos llenas de leche y mi corazón lleno de impotencia, sacudí la cabeza, intentando apartar ese pensamiento, para que mi tristeza no se filtrara en el momento. Así que, mientras continuábamos alimentando a los cachorros —él con más cuidado y ternura de la que hubiera imaginado—, dejé que las palabras salieran sin filtro.

—Los animales… —Empecé, sin mirarlo—: Son una parte esencial de mi vida.

Acaricié con la punta de los dedos a uno que dormía en mi falda, tan pequeño y frágil que cabía en mis dos manos.

—Ocupan un lugar especial. Sería lindo que tú convivieras con esta parte de mí. No te estoy pidiendo que adoptes a diez perros ni que bañes a Greta. Pero… —Hice una pausa, sintiendo cómo las palabras me pesaban en la lengua—. Si esto va en serio, tendrás que aprender a compartir espacio con ellos. Conmigo. Con mi mundo.

Valentín me miró de reojo.

—No debes preocuparte por eso —dijo, encogiéndose de hombros—. Es una tontería.

—No es una tontería —repliqué—. ¿Cómo vas a visitar mi apartamento si Greta quiere comerte vivo cada vez que entras? ¿O no vas a mi trabajo simplemente porque no te gusta?

—Que no me gusten los perros no ha impedido que vaya a verte a la veterinaria.

—La última vez saliste corriendo.

—Eso fue una vez —protestó—. Y el perro me gruñó primero.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 04.11.2025

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