¡quiero ser la protagonista!

34. El idiota del bar y su lavacani

La cena continuó con Ludovica lanzando miradas furtivas a Valentín como si intentara hipnotizarlo con el poder de su descontento.

Parpadeaba despacio, como en cámara lenta. Suspiraba en momentos estratégicos, justo cuando alguien la miraba. Y cada vez que hablaba —que era todo el tiempo—, inclinaba el cuerpo hacia él, como si fuera imposible mantener una conversación sin invadir su espacio personal.

Pero Valentín, ajeno —o fingiendo serlo con maestría—, parecía más interesado en su copa de vino que en cualquier drama silencioso. Ni siquiera pestañeó cuando Ludovica “accidentalmente” dejó caer una gota de aceite sobre su camisa.

Observé todo con una mezcla de diversión y agotamiento mental. ¿Acaso Ludovica tenía un botón de apagado? ¿O seguiría hablando incluso mientras dormía, murmurando monólogos sobre su brillante carrera entre ronquidos? Era una duda existencial que me pareció más urgente que averiguar si el tiramisú alcanzaría para todos.

Y entonces, en medio de una pausa milagrosa en el espectáculo Ludovica, Valentín soltó una frase que hizo que toda la mesa se detuviera.

—Por cierto —dijo, como si comentara el clima—. Calista tiene una perra y un gato. Greta es… digamos que aún no le agrado del todo, pero estoy trabajando en ello.

El silencio se hizo de inmediato, como si alguien hubiera cortado el sonido del jardín. Todas las miradas se centraron en él, como si todos estuvieran intentando descifrar la ecuación: Valentín + Perros = ¿Milagro o locura?

Fiora dejó caer el tenedor sobre el plato, mientras Marcelo levantó ambas cejas en señal de sorpresa. Antonella parpadeó dos veces, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Incluso Martino dejó de robarle comida a Livia, porque todos conocían su supuesta fobia a los perros.

Y ahora, aquí estaba Valentín, el hombre que una vez cruzaba la calle para evitar un perro, hablando con total naturalidad de Greta, de sus planes para ganarse su cariño, como si fuera lo más normal en su vida.

—¿Estás intentando que un perro te acepte? —preguntó Marcelo, incrédulo, con la copa de vino a medio camino entre el plato y la boca.

—Sí —respondió Valentín, encogiéndose de hombros—. Es difícil. Tiene criterios muy altos… y un odio injustificado. Pero no me rendiré.

Hubo un instante de silencio en la mesa. Luego, estallaron las risas, no burlonas, sino llenas de sorpresa genuina.

Yo solo lo observaba mientras mi corazón latía más fuerte y rápido, no solo porque mencionara a Greta, sino por la forma en que lo hacía. Parecía que ya era parte de mi vida, como si no fuera un extraño, sino alguien que deseaba quedarse, incluso si eso implicaba enfrentarse a una perra asesina.

Y, Madonna mia, eso… eso era demasiado dulce para procesarlo con dignidad.

Cuando finalmente llegó el postre —un tiramisú que olía a café recién hecho, mascarpone y pecado mortal—, fue el turno de Martino de convertirse en el centro de atención.

Valeria, con esa alegría contagiosa, lo señaló con el tenedor.

—¡Martino! —canturreó—. Eres el único soltero de la familia. ¿No va siendo hora de que nos presentes a alguien?

Martino se reclinó en la silla, tomó un sorbo de vino con teatralidad y respondió:

—Ya tengo novia.

—¿Cómo que novia? —preguntó Antonella, casi atragantándose con el café—. ¿Desde cuándo?

—Desde hace semanas —respondió, con una sonrisa de satisfacción—. Se llama Bianca. Es veterinaria, inteligente y muy hermosa.

Yo casi me atraganto con el tiramisú.

—Perdón… ¿Qué? —tosí, limpiándome con la servilleta—. Eso es mentira. Bianca jamás saldría contigo.

—¡Claro que sí! —protestó Martino, fingiendo ofensa—. ¿Qué sabes tú de mi relación con ella?

—Sé más de lo que quisiera, te lo aseguro. Por ejemplo, sé que pasas todas tus tardes en Vernazza con excusas ridículas como “visitar a Valentín”, pero en realidad te quedas mirándola por la ventana de la veterinaria como un psicópata.

Martino frunció el ceño y empezó a defender su “relación” con argumentos absurdos:

—¡Ella me trajo café ayer! Y me sonrió cuando le dije que su planta estaba marchita, y una vez me dejó acariciar al Inspector.

—Oh, por favor. Mi gato nunca se dejaría tocar por ti. Ni muerto.

—¡Oye! ¿Qué tienes contra mí? Soy un buen partido para Bianca.

—Nadie es suficiente para Bianca.

—Cierto… —dijo Martino, soñador, llevándose una mano al pecho—. Ella es tan hermosa. Mamá, cuando la conozcas la vas a amar. Es perfecta.

—Nunca la conocerá —lo interrumpí—, porque no es tu novia. Y no lo será. Jamás.

Martino me apuntó con el tenedor como si lanzara un desafío.

—No estarás invitada a nuestro matrimonio.

—Eso tenlo por seguro —repliqué, sonriendo con suficiencia—, porque nunca ocurrirá. Bianca es mía.

La discusión entre ambos se volvió tan absurda, tan exagerada, tan cargada de orgullo masculino y defensa femenina, que pronto todos en la mesa estallaron en carcajadas.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 25.11.2025

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