¡quiero ser la protagonista!

36. Cuando el amor incluye pijamas ridículas, sabes que es verdadero.

Entramos a mi apartamento después de una noche perfecta con Antonella y Francesco: risas, vino, comida deliciosa y conversaciones que, si fuera por mí, nunca hubieran terminado. De camino a mi apartamento, Valentín y yo discutimos sobre qué película ver, sobre quién tendría que limpiar el arenero del Inspector y sobre si Greta realmente tenía un plan para asesinarlo algún día… todo normal. Todo perfecto.

Cuando la puerta de mi habitación se cerró tras nosotros, sentí esa chispa eléctrica que siempre se encendía cuando estábamos solos. Me giré hacia Valentín con una sonrisa traviesa, esa que él decía que siempre traía problemas.

—Tengo una sorpresa —canturreé, en tono inocente, pero no tanto.

El rostro de Valentín fue un poema. Una mezcla entre curiosidad y un ligero pánico que intentaba disimular mal.

—Te amo —dijo con voz grave, como si estuviera firmando su sentencia de muerte—, pero cada vez que dices “sorpresa”, siento que debería esconderme bajo la cama.

—Ay, basta —le di un toquecito en el brazo—. Esta vez es algo necesario. Bueno… más o menos.

Antes de que pudiera interrogarme, fui directa al armario, revolví entre mis cosas y regresé con una bolsa de papel marrón. Cuando metí la mano y saqué el contenido, pude ver el momento exacto en el que su alma se desconectó temporalmente de su cuerpo.

Le había comprado un pijama, pero no cualquier pijama.

Era un conjunto azul intenso, con pantalón y camisa estampados con diminutos perros Jack Russell: pequeños, sonrientes y con ojos enormes.

Valentín palideció como si hubiera visto a Greta empuñando un cuchillo.

—¿Es en serio? —murmuró, horrorizado—. ¿Además de soportar el mal humor de Greta y verla en mis pesadillas, ahora también tengo que llevarla en mi ropa para dormir?

Asentí, como si todo lo que acabara de decir fuera lo más hermoso del mundo.

—Sí. Es demasiado bonita. Tienes que usarla. O… esta relación termina aquí y ahora.

Él abrió y cerró la boca, como si intentara protestar pero no encontrara palabras.

—No estoy de acuerdo —logró decir, indignado—. No puedes llevar todo el control de la relación.

—¿Entonces qué? —pregunté, alzando una ceja—. ¿Vas a usarla o no?

Valentín soltó un suspiro tan profundo que parecía estar renunciando a su honor, a su masculinidad y a su dignidad en un solo gesto.

—No tengo otra opción —murmuró, derrotado—. Pero quiero que sepas que esto es humillante.

Solo un rato después, Valentín salió del baño con la infame pijama puesta. Caminaba como un hombre que había perdido una apuesta con la vida.

—Esto es humillante —murmuraba entre dientes—. Humillante. Nunca pensé que llegaría a este punto.

Y entonces me vio, y el supuesto sufrimiento existencial se detuvo de golpe.

Para su sorpresa, yo también llevaba la pijama a juego: azul intenso, llena de Jack Russells en miniatura, pero la mía con un short coqueto y una camisa más ajustada. Si íbamos a hacer el ridículo, al menos yo lo haría con estilo.

Su expresión pasó de tragedia a diversión en dos segundos.

—Estás… —empezó a decir, pero se quedó sin palabras.

—¿Qué? —pregunté, mientras me acercaba lentamente—. ¿Demasiado linda? ¿Demasiado cómoda? ¿Demasiado irresistible?

Él me atrapó por la cintura con un solo movimiento, pegándome a su pecho.

—Eres demasiado —murmuró contra mi cuello—. Demasiado buena. Y definitivamente una mala influencia.

Sonreí contra su piel y le di un beso juguetón, como si degustara su rendición.

—Te ves adorable —lo provoqué.

—“Adorable” no es un cumplido que un hombre espera recibir de su novia.

Intenté besarlo otra vez, pero él esquivó mi boca, intentando recuperar terreno perdido.

—El hecho de que me haya puesto esta pijama… tendrá consecuencias.

—¿Ah, sí? —fingí desinterés—. ¿Y cuáles serían esas consecuencias?

Su sonrisa lenta y peligrosa era tan predecible como irresistible.

—Tengo un plan —susurró—. Uno al que no podrás decir que no.

—Te escucho.

Y entonces soltó la bomba.

—Quiero mojarte con mi cóctel favorito… y después lamerte completa.

Me quedé mirándolo por un segundo, procesando sus palabras, antes de esbozar una sonrisa traviesa que le hizo saber que estaba más que lista para seguirle el juego.

—No me parece una mala idea en absoluto. ¿Cuándo lo hacemos?

—Solo estaba bromeando —dijo rápidamente, aunque sus ojos decían otra cosa.

Le lancé una mirada seria y fingí algo de tristeza.

—Pues si estabas bromeando… me vas a decepcionar mucho.

Él frunció el ceño, claramente atrapado entre su orgullo y su curiosidad por ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 25.11.2025

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