¡quiero ser la protagonista!

37. Lasaña, amor y un cachorro sin correa

Valentín se había pasado las últimas semanas trabajando sin parar, centrándose en el bar, inventarios y pagos. Pero luego de tanto estrés llegó la calma, y se tomó la noche libre. Por primera vez en semanas, no había música, ni clientes, ni gritos, ni ladridos amenazantes de Greta, porque esa noche estábamos cenando en su apartamento.

Me senté en la mesa con el aroma de la lasaña casera —cortesía de la señora Fátima y Dama— flotando en el aire como una bendición.

Valentín, con su vino tinto en la mano, levantó la copa en un brindis improvisado.

—Por una noche sin estrés —brindó con una sonrisa cansada pero preciosa—. Sin Greta intentando robarme tu atención. Y, sobre todo, sin Gianluca apareciendo en la puerta.

—Amén a eso —dije, alzando mi Coca-Cola con solemnidad.

Mis prioridades eran claras: Valentín tenía el vino, yo tenía la felicidad líquida.

Pero mientras él disfrutaba del primer bocado de la lasaña, yo apenas tocaba mi plato. Mi atención estaba completamente absorbida por la pantalla de mi teléfono, pero no se trataba de un video de gatos ni de una serie emocionante. En cambio, era un torrente de mensajes de Bianca y Gianluca, quienes estaban disfrutando de una reunión con sus compañeros de universidad —y que en algún momento también fueron mis compañeros.

En una foto, Bianca posaba con dos compañeros mientras levantaba una copa, sonriendo. En otra, Gianluca aparecía con expresión seria… mientras alguien le plantaba un sombrero de fiesta ridículo. Incluso había un video en que todos se burlaban de él por verse tan “sometido a la domadora de delfines”.

Yo reía en silencio, completamente absorbida. Y ahí fue cuando Valentín me observó con esa mezcla de diversión y resignación que ya se le daba demasiado bien.

—¿Vas a dejar el celular antes de que la lasaña se enfríe? —preguntó.

Le lancé una mirada traviesa, como si supiera que tenía razón, pero disfrutara de hacerlo esperar.

—Sí, señor. Ya lo dejo.

Finalmente, dejé el teléfono a un lado.

Él entrecerró los ojos.

—Estás obsesionada con esos videos de gatos.

—No estoy obsesionada con los videos de gatos —dije.

Él enarcó una ceja ante mi respuesta.

—Bueno… sí, estoy obsesionada —admití—. Pero no eran videos de gatos. Era algo importante.

—¿Más importante que la lasaña de la señora Fátima? Eso es un crimen.

Tomé un bocado, haciendo un sonido de puro gusto y deleite.

—¡Dios mío! Sí, tienes razón. Esto es arte.

—¿Y qué estabas viendo? —insistió él mientras llenaba su copa.

—Fotos de Bianca —respondí—. Está en una reunión con Gianluca y sus antiguos compañeros de universidad. Y al parecer están todos disfrutando de burlarse de él por ser “el novio domado”.

Valentín soltó una risa contenida y negó con la cabeza, como si imaginara perfectamente la escena.

Continuamos disfrutando de la cena. La lasaña estaba deliciosa, el vino, perfecto, y la Coca-Cola, bien fría como me gustaba. Pero aun así… algo estaba pasando.

Sentía la mirada de Valentín clavada en mí, pero no el tipo de mirada que me gustaría, como: “te estoy mirando porque estás hermosa”, o “quiero arrancarte la camisa”. Al contrario, era el tipo de mirada que indicaba que se venía una pregunta existencial en camino.

Lo observé de reojo.

—¿Por qué me miras como si fuera idiota? —pregunté con una sonrisa, dejando el tenedor sobre el plato.

—Solo tengo curiosidad —susurró.

Me incliné hacia adelante, divertida.

—¿Curiosidad de qué?

—De ti —respondió, sin dudar—. De lo que sientes, de lo que piensas y de lo que quieres.

—Valentín… —musité, ladeando la cabeza—. ¿Qué es lo que realmente quieres preguntar?

Él apoyó los codos sobre la mesa con los dedos entrelazados.

—¿No has pensado en volver a estudiar?

La pregunta me tomó por sorpresa.

¿Seguir estudiando?

Hacía tanto que nadie me lo preguntaba… ni siquiera yo misma.

—¿Ya te avergüenzas de mí? —solté, mezclando humor y autodefensa—. ¿Ya no te gusta que sea lavacani?

—¿Qué? ¡No! —respondió demasiado rápido—. Tu trabajo fue lo que terminó de enamorarme. Eres tú, con tu sarcasmo, tu fuerza y tu forma de amar a los animales. Eso… eso fue lo que me atrapó.

Me quedé muda. Absolutamente muda. Entonces, agarré mi teléfono, abrí la aplicación de grabadora y la puse justo frente a él.

—¿Podrías repetir eso? Necesito pruebas para cuando intentes negarlo en el futuro.

Valentín se llevó una mano a la cara y soltó una carcajada incrédula, pero luego volvió al tono serio.

—La verdad… —comenzó—, es que la curiosidad surgió cuando te vi tan emocionada hablando del reencuentro de estudiantes. Y eso me recordó nuestra conversación cuando ayudamos a Nonna en el voluntariado…



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 09.12.2025

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