¡quiero ser la protagonista!

38. El caos que me hizo protagonista

Caminaba de la mano de Valentín, mientras Biscotto, con su energía desbordante, tiraba de la correa como si estuviera en una carrera de Fórmula 1. El aire de Vernazza había cambiado con la llegada del invierno: más frío, más ventoso y, definitivamente, más agresivo con mi dignidad. Podían llamarme loca si querían, pero en mi corazón seguía firme la verdad absoluta e incuestionable: el verano era mil veces mejor que esto.

—¡Biscotto, basta! —protestó Valentín, frenándolo con un tirón suave—. ¡No somos bomberos! ¡No hay incendio!

Biscotto, obviamente, ignoró por completo su autoridad y decidió que olfatear un arbusto húmedo era la prioridad número uno de su existencia.

—El año pasado quería una Navidad para nosotros —empezó a recriminarme de la nada—. Velas, vino, quizás una película… pero preferiste ir con mis padres. Y lo acepté, porque sé que tendremos muchas Navidades juntas para compensarlo. Pero… ¿Qué tengo este año?

Con cierta mueca, apuntó a Biscotto, que seguía entretenido oliendo un arbusto como si hubiera encontrado un tesoro.

—Esto —concluyó Valentín con resignación—. Ser niñeros. Porque mis padres decidieron celebrar su aniversario en Sicilia —“porque la luna es más redonda allá”, hizo comillas con los dedos— y nos dejaron a este a nuestro cuidado. Justo. En. Navidad.

Reí, porque su indignación era tan adorable como exagerada.

—Oh, vamos, no es tan malo. Además, ¿no dijiste que querías una Navidad tranquila? Pues aquí la tienes: tú, yo, Biscotto, Greta y el Inspector. ¡Plan perfecto!

Valentín puso cara de alguien que acababa de oír la peor propuesta del planeta.

—¿Tranquila? —repitió con incredulidad—. ¿Con este peludo destructor de calcetines? Ahora tengo que cuidar a mi supuesto “hermano menor”.

—¡Ay, por favor! No exageres —me burlé, dándole un golpe suave con el hombro—. Biscotto no es tan terrible. Además, es adorable. Mira esa carita.

Valentín observó al perro justo en el preciso instante en que Biscotto intentaba comerse una hoja seca.

—Sí —admitió—. Adorablemente insoportable.

La verdad era que Valentín tenía una relación de amor-odio con Biscotto. Bueno, más bien amor-negación. Un amor negado, enterrado, aplastado y escondido bajo montones de quejas dramáticas.

Porque sí, él se quejaba… Pero también era él quien revisaba su comida, su agua y su camita tres veces al día. Era él quien decía “no pienso levantarme” y dos minutos después estaba buscando las croquetas para ponerle su comida.

—Valentín, admítelo. Te encanta cuidar a Biscotto.

—¡No es cierto! —replicó inmediatamente, ofendido.

—Ah, ¿no? —alcé una ceja—. Entonces, ¿por qué fuiste tú quien corrió a buscarle su cama nueva? ¿Y quién se levantó a las tres de la mañana porque Biscotto tenía hambre? ¿Y quién le compró ese arnés rojo tan lindo?

Valentín abrió la boca para responder, pero su cerebro claramente decidió abandonar la misión. Ni una palabra salió. Solo un silencio lleno de derrota. Biscotto aprovechó el momento para saltar sobre él, ladrándole con entusiasmo, como si hubiera entendido la conversación y quisiera confirmar mi teoría.

—¡Biscotto, basta! —gimió Valentín entre risas mientras intentaba apartarlo—. ¡Esto no ayuda a mi caso!

Yo me doblaba de la risa mientras veía la escena.

—Te lo dije. Eres su hermano mayor.

—No soy su hermano mayor —protestó Valentín, sacudiéndose las babas como si fueran ácido—. En serio, tienes que parar con eso.

Biscotto ladró como si estuviera defendiendo su posición en el árbol genealógico familiar.

Para cuando llegamos a la veterinaria, Valentín seguía refunfuñando como un niño recogido a la fuerza del parque. Cada vez que lo miraba, con su expresión de mártir y su susurro constante de: “¿Por qué me pasa esto a mí?”, me daba un ataque de risa que casi me hizo tropezar con Biscotto, el perro de la discordia.

En cuanto entramos, vimos a Fabia en recepción, Gianluca apoyado contra el mostrador con aire de amargura por algo que probablemente él mismo había causado, Bianca revisando papeles… y también estaba Chiara, la domadora de delfines.

Chiara vio a Biscotto y sus ojos se iluminaron como si hubiera encontrado un cachorro recién salido de un anuncio navideño.

—¡Pero qué ternura! —exclamó, acercándose con las manos extendidas—. ¿Lo adoptaron juntos?

Y ahí… ahí fue cuando Valentín se convirtió en estatua.

Su rostro perdió el color en menos de un segundo. Podías verlo palidecer en tiempo real. Abrió la boca. La cerró. Abrió las manos. Las agitó. Negó con la cabeza. Todo al mismo tiempo, como si tratara de espantar no solo las palabras de Chiara, sino la idea entera del universo.

—¡No! ¡No, no, no! —dijo, con una risa nerviosa que sonaba a alarma de incendio—. Biscotto no es nuestro. Es el perro de mi madre. Solo lo estamos cuidando por Navidad y Año Nuevo. Nada más.

Bianca soltó una risa tan fuerte que hasta Biscotto levantó las orejas.



#18 en Joven Adulto
#264 en Otros
#131 en Humor

En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 09.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.