¡ Quiero una heredera! [#4 de la saga Heredero]

Capítulo 8: Yo... quiero una heredera.

Alexandra.

Me atreví a soltar una gran carcajada cuando vi Alexander salir de la piscina empapado y con el peluche de felpa entre sus manos.

—¿Ya me puedo largar de tú casa?

—Si no quieres que te tome en brazos y te lleve a la habitación, te recomiendo que hagas silencio.

Me atreví a sonreír, y esto no le gusto Alexander porque entrecerró sus ojos y posteriormente lanzo el gato de felpa a mis pies.

—¿Dónde esta Patricia?

Me lleve la tasa de café a los labios y poco después me encogí de hombros.

—No se…

Alexander me brindo una mirada fulminante.

—Alexandra… no me toques las pelotas porque te puede ir muy mal.

—Esas pelotas que dices, más bien son canicas de los pequeñas que son.

El hombre miro hacia el cielo y recitó varias palabras.

—Dios, por el amor tuyo. Toca Alexandra padre amado. Por la grandeza de tu espíritu renueva a esta oveja descarriada…

—Deja el drama Salvatierra y ordena mi libertad, si no quieres seguir sufriendo.

—Es mejor que te detengas, porque no permitiré que te marches de esta casa así que todo lo que estas haciendo lo estas llevando acabo en vano.

Luego de estas palabras apreté la tasa de café con fuerza.

—Hare de tu maldita vida un verdadero infierno.

—No te preocupes querida, porque no me asustan para nada residir en el mismísimo infierno.

Salvatierra guiño uno de sus ojos, y esto fue capaz de hacer corto circuito en mi.

Juro que te voy a borrar esa maldita sonrisa de los labios a como de lugar, Alexander Salvatierra.

Antes de que mi verdugo se marchara, uno de los tantos hombres que tiene a su disposición se acercó a pasos agigantados hacia nosotros.

—Señor. Creo que debería presenciar lo que esta sucediendo…

Alexander tras escuchar estas palabras coloco sus ojos en el guardián.

—¿Ahora, que sucede? -inquirió con voz dura.

—Se trata de su gata Patricia…

Él en cuanto escucho esas palabras coloco sus ojos en mi.

—¿Qué le hizo la diabla a mi pobre bebé?

—¡Oye…! ¿por qué me culpas a mí?

—Te culpo porque eres la única que podría conspirar en contra de la vida de mi pobre e indefensa gatita.

Deje la tasa sobre la mesa y me dispuse a levantarme de la silla.

Caminé cortos pasos hasta estar al frente de Alexander.

—¿Qué le sucede a la gata? -me atreví a preguntarle al guardián.

El guardián cuando coloco sus ojos en mí, se sonrojo explosivamente.

Uhhh… eso me puede servir.

No seas puta, Alexandra. Cordura me reclamo.

E inmediatamente apareció locura.

Si te da la gana, sé la más puta más grande. Locura me animo.

Yo por mi parte sacudí mi cabeza porque esta pelea entre cordura y locura no me llevaría a ningún lado.

—¿Qué le pasá Patricia?

—Su gata esta de parto, señor.

Estas palabras lograron que Alexander abriera los ojos como platos.

—No, ella es mi pequeña…

—Creo que tu pequeña se comió el pastel antes de tiempo Salvatierra… -me atreví a burlarme de él. —Muchas felicidades Salvatierra por tus nietos… ¿Quién iba pensar que serías abuelo tan joven?

—Dejame en paz diabla.

Alexander tras estas palabras empezó a caminar. Y yo me dispuse a seguirlo.

Aprovecharía al máximo esta situación para joderle un poco la existencia a Salvatierra.

—¿Qué nombre le vas a poner a tus nietos, abuelo Alexander? -el apretó sus puños. —En caso de que no tengas nombres yo te puedo ayudar a elegir.

—Alexandra… has silencio.

—Hare silencio porque se por el momento tan difícil que estas pasando. -Alexander hizo una mueca, y apresuró sus pasos. —Se que te duele saber que pensabas que tu gata era casta y pura, pero tienes que superarlo Salvatierra. Tienes que dejar a tu hija ser feliz.

Él se detuvo para darme una mirada fulminante.

—Ya me calló…

Caminamos en total silencio hasta el lugar donde se encontraba la gata Patricia trayendo a sus gatitos al mundo.

Me agaché al lado de la gata y sonreí al ver ver cinco camadas de gatitos.

—Tienes unos nietos hermosos Alexander. -mencione.

—Yo que pensaba que tenía una hija casta, pero no… ahora Patricia me sale con el domingo siete…

—Deja el drama… y dale gracias a Dios que puedes tener nietos.

—No quiero nietos, solo quiero a mi gata Patricia.

Entrecerré mis ojos.

—Mucho cuidado con deshacerte de los gatos porque no respondo Alexander Salvatierra.

Alex se agachó a mi lado, y tomó uno de los gatos entre sus manos.

Observé fijamente como él lo acarició.

Y fue inevitable que no sonriera.

Viéndolo de esta forma Alexander Salvatierra no es tan malo como parece.

—Si quieres te regalo un foto para que te dure más…

—¡Ja…! no que fueras tan hermoso.

—¿Te aparezco hermoso?

Coloque mis ojos en lo de él y fue imposible no perderme en sus bellos ojos.

Alexander Salvatierra, es hermoso.

Pero esa palabra no saldrán de mis labios.

—Me pareces el hombre más horrendo que mis ojos han podido visualizar.

—No seas mentirosa, Alexandra.

Antes de poder responder el guardián que había informado sobre el parto de Patricia, carraspeó.

—¿Ahora que sucede?

Antes de que el hombre pudiera hablar, dos perros corrieron hacia nosotros. Pero fue a regazo que fueron a parar.

—¿Y esos perros?

—Señor, esos cachorros aparecieron en la puerta hace dos horas, y al parecer aprovecharon la salida de Martín para entrar.

—Sacalos, no los quiero aquí.

Fulminé a Salvatierra.

Retiró todo lo bonito que pense de él hace tan solo unos minutos, porque con las palabras que ha dicho logró matar el buen concepto que tenía de él.

El guardián se agachó para tomar a los perros, pero antes de que él pudiera tomarlos entre sus manos, yo los abrace.

—Mucho cuidado con sacar a la calle a los perritos.




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