Las cosas que el mundo pone ante nosotros siempre tienen un porqué. Y la verdad es que siempre tenemos lo que nos hace falta justo en nuestras narices.
Mi abuela solia decir que la mejor forma de esconder algo, era dejandolo a la vista de todos. Y era cierto. Conocí un hombre que dejaba la llave de su casa colgada de la puerta, y nadie nunca entró a robar nada, porque nadie la veía.
Que curioso, ¿no? Pensar que ves a diario algo o a alguien y pocas veces reparas en algo relevante sobre eso o ese alguien.
En mi caso, tarde me di cuenta de lo que sentia por la mujer que podría haber sido el amor de mi vida. No, no fue eso. Para ser sincero, en un principio no lo note, pero cuando caí en la verdad, me vendé los ojos y me tapé los oidos evitando absurdamente oir los látidos que mi corazón emitía por aquella mujer.
Me falto coraje para poner en palabras los sentimientos que afloraban por mis poros cuando la veía. Quizá si no hubiera sido tan terco, ni tan cobarde, habria sido capaz de luchar por su atención.
Lo peor de todo, es que en realidad, yo perdí cuando noté que sus ojos brillaban por mí, y decidí mirar hacia otro lado.
"¿La amas, Rodri?", me preguntó una vez. "No", le dije. Pero nunca el porqué. Nunca le dije que no amaba a mi novia porque la amaba a ella. y a sus ojos cafés que combinaban con su aliento y su cabello.
¿Por qué no le dije que quería darle todo lo que nunca me animé a darle a nadie?
Me perdí de sus besos de miel por idiota. Me perdí de sus abrazos de nube por miedoso. Me perdí de sus acaricias doradas por inmaduro.
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Editado: 26.02.2019