Connie insistió en que realizaran una videollamada, pero Liliana no dejó la idea de volverse a ver en el café. En realidad, ahora las videollamadas le parecían extrañas. Como si aquellas fueran las irreales y el mundo verdadero se encontrara en Virtual Realities.
Su compañera se notaba incómoda a leguas. Podías adivinar que su presencia era involuntaria en todo sentido, aunque la intención de comunicarle algo a su amiga le carcomía los huesos.
—¿Quieres que cambiemos de escenario? —preguntó Liliana dejándose aceptar que Connie no estaba para nada cómoda en el sitio propuesto.
—No, no. Seré muy breve... Siento la responsabilidad de explicarte por qué me fui, por qué ya no contesté nada. Además, pienso que, quizá estamos o estábamos viviendo algo similar.
Desde que estaba en el mundo virtual, ninguna de sus conversaciones se habían tintado de tanta oscuridad. Percibió esa reconocible incomodidad que nos recorre cuando sabemos que lo siguiente que se pronunciará estará lleno de emociones difíciles de procesar.
—Extrañé mucho platicar contigo —comentó la joven intentando suavizar todo—. He descubierto un montón de nuevas funciones desde que te fuiste y compré nuevas cosas para mi avatar. Antes solíamos elegir las opciones gratuitas, pero creo que invertir un poco en las cosas no tiene nada de malo cuando es para uno, ¿no?
Connie la miró. Aún por medio de su avatar se percibía la tristeza.
—Liliana... pasó algo horrible desde la última vez que me conecté —sentenció la chica. Parecía no tener el más mínimo interés en volver sus palabras digeribles. Tan solo quería salir de todo y volver a desconectarse—. Nunca te lo conté, pero yo no vivía sola.
—Bueno, en realidad eso nunca lo pregunté. No era importante, las amigas éramos nosotras. Los demás, ¿por qué me importarían?
Connie bajó la mirada nuevamente. Liliana limpió sus manos de sudor en el pants holgado que portaba ese día.
—Era importante. Es importante. ¿Recuerdas la vez que me contaste que olvidaste comer? Te dije que tal vez me había pasado, pero que no lo recordaba, que no le daba importancia tampoco.
—Solo dime qué pasa.
—Sí me había pasado. Muchas veces, más de las que me gustaría admitir, porque no es algo bueno. No es algo que deba suceder. Esa vez que me fui, desconecté los lentes porque se les estaba terminando la batería. Corrí a mi cuarto para cargarlos. De vez en cuando lo miraba, lo miraba para asegurarme de que estaba bien... Siempre lo estaba, al menos eso quiero recordar. —Las lágrimas comenzaron a caer sobre las mejillas del avatar. Liliana sabía que era muy frío pensar en ello, ¡pero qué buenos gráficos tenían esas lágrimas!—. Ya no se movía. Liliana, ya no se movía. Se sentía tan frío y sus ojitos...
—¿De qué me estás hablando?
—Mi bebé. Yo vivía con mi bebé... Los lentes me ayudaban a distraerme de lo sola que estaba en esta etapa de madre soltera. Es que las cosas se me salieron de las manos, perdí la noción del tiempo.
—¿Estás intentando decirme que mataste a tu bebé? —cuestionó Liliana levantándose de la mesa.
Connie intentaba retener el llanto para continuar la conversación, pero aquellas palabras le hicieron soltar un chillido desde el fondo de su alma.
—¡Yo no lo maté, no lo maté! Me pasó lo mismo que a ti.
—¡No es lo mismo que a mí, Connie! No es como si fuera una mascota virtual o algo así. ¡Mataste a tu bebé! ¡Deberías estar en la cárcel!
Connie se llevó una mano a la boca. No esperaba una felicitación, pero no creyó escuchar palabras de espada que vinieran de la boca de su amiga.
El silencio reinó por unos momentos. Liliana pareció calmarse, después de unos minutos las palabras pronunciadas ya no parecían tan apropiadas, así que se limitó a desviar la mirada mientras su amiga dejaba de sollozar.
—¿Qué pasó después? —preguntó la chica cuando aquello sucedió.
—Pues... tienes mucha razón, con lo de la cárcel —Connie mantenía la mirada gacha—. Mi juicio está abierto por negligencia infantil. Algunos familiares me están ayudando a pagar los abogados.
Nuevamente ese silencio. A Liliana no le gustaba sentirse involucrada en todo eso. Se preguntaba por qué era que Connie decidió volver para contar esa parte tan terrible de su desaparición.
—Sentía que tenía que decírtelo, por una parte porque te consideraba mi única amiga —confesó limpiándose las lágrimas (las reales y las virtuales)—. Pero, por otra, porque quiero que sepas lo peligroso que es todo esto.
—¿Hablas de esto? —cuestionó Liliana señalando la cafetería—. Lo siento, pero no puedes compararlo. No tengo un hijo, ni a nadie a quién cuidar. Solo me tengo a mí misma.
—¿Y no crees que eres una persona a la que cuidar también?
Liliana soltó una pequeña risa burlona, aunque en el fondo comprendía que Connie tenía toda la razón.
—Espero las cosas se solucionen. Tengo que irme.
Connie volvió a mirar incrédula a Liliana. En verdad la consideraba su única amiga. La muerte de su pequeño hijo había resultado traumática para ella, por un momento tuvo la esperanza de encontrar un refugio en su amiga; pero esa amistad se había evaporado, así como la conexión de Connie a la cafetería y a los lentes para siempre.
Liliana también se los retiró apenas todo terminó. Volvió a mirar su departamento. Lucía tan acogedor que se sintió personalmente alejada de la idea de que aquello era cierto. No podía comparar una cosa con otra, porque, en realidad, ella estaba cuidando muy bien de sí.
Notó que había dejado una bolsa de papas fuera de su lugar. Estuvo a punto de levantarse, pero pronto recibió un recordatorio. Era otra reunión con sus amigos. Debajo, estaba la notificación de cobro por el uso de Virtual Realities. ¡Además el anuncio de más funciones desbloqueadas!
Aplaudió un poco porque recuperó la paz que tanto anhelaba. Hablar con Connie le había traído recuerdos de su antigua realidad. Le pareció revivir esos instantes en los que uno requería pasar por tragos amargos no solicitados. Ahí, mientras empezaba a acercarse hacia su querida realidad, sintió el alma despegándose de la otra. Los problemas nadaban lejos, una vez más.