Ambas realidades desaparecieron al mismo tiempo. La luz que la rodeaba estaba absorbiendo todo mientras Liliana se desvanecía hasta tocar el suelo.
Comenzó a escuchar murmullos y sonidos distantes, pero no tenía la lucidez suficiente para entender lo que pasaba, así que simplemente se dejó abrazar por esa intensa luz que poco a poco se tornó en oscuridad.
🎀
—Creo que ya está reaccionando.
Alcanzó a escuchar esa frase difuminándose con el viento. Las figuras volvían poco a poco a marcar su contorno, y después a colorearse y llenarse de formas. Fue comprendiendo que se encontraba recostada en un sillón. No reconoció los muebles inmediatamente, ni a las personas que la rodeaban.
Notó que el sitio en el que estaba se parecía a su departamento, pero con una decoración diferente. Además, la puerta estaba abierta y había un montón de personas recargadas en la puerta, con el gesto preocupado y curioso fijo en ella.
—Nada grave, como les decía —dijo uno de ellos que tenía un estetoscopio al cuello—. Pero está un poco débil. ¿Has estado comiendo bien?
Liliana intentó reincorporarse, pero, en efecto, se sentía débil y mareada. Así que tan solo cerró los ojos un momento con fuerza para sentir que recobraba la cordura.
—¿Quiénes son ustedes? No los conozco. ¿En dónde estoy? ¿Me secuestraron?
Algunas risas débiles volaron entre los presentes. No era en ánimo de burla, sino de estrés liberado por toda la situación.
—No, Liliana. Somos tus vecinos —enunció una señora que estaba cerca de la puerta.
—Beth, la chica del 12 te encontró desvanecida y te trajimos aquí —explicó otra chica que parecía de su edad.
La chica se cuestionó por qué era que no recordaba ninguna de esas caras. Sin embargo, la duda pronto fue resuelta por sus recuerdos, en realidad, nunca se detenía a saludar a sus vecinos. Jamás los miraba, mucho menos ahora que tenía los lentes.
Volvió a pasear sus pupilas por el lugar y, en efecto, tenía todo el sentido saber que se encontraba en otro de los departamentos del edificio.
—Lo bueno es que el doctor Sánchez estaba aquí en su casa, queda cerca de tu piso y ya te revisó. Todo está bien.
Aquel vecino, enunciaba las palabras envueltas en paternidad. No los recordaba, pero parecía que cada uno de ellos la tenía muy presente.
—Si quieres podemos hablarle a tu mamá.
Liliana no sabía qué responder. Poco a poco las fuerzas volvieron y se pudo reincorporar levemente en el sillón. Los observó a todos y de su débil boca salió un:
—Gracias.
Las sonrisas volaron entre los presentes. Algunos vecinos cargaban aún sus bolsas del mercado o tenían niños pequeños curiosos que se asomaban por detrás del adulto que los cuidara.
Entre todos agradecieron las atenciones del médico que habitaba en el edificio. Después, dos vecinas se ofrecieron para llevar a Liliana hasta su departamento y darle un poco de caldo de pollo que tenían cocinándose en casa.
La chica observó a todos despedirse como si fueran sus familiares de toda la vida. Ella tan solo los miraba con los ojos muy abiertos, su piel pálida y el cuerpo casi sin alma.
—No hay nada que un buen caldo de pollo no cure —decía una de las vecinas mientras metía con cuidado las llaves de Liliana al picaporte.
Entre ambas recostaron a Liliana en su propio sillón, le preguntaron por la ubicación de cobijas y cojines para acomodarla mucho mejor. La señora Susana salió un momento para traer la olla con el caldo, mientras la señora Rosario acomodaba a la joven con todo lo que habían recolectado.
El departamento se inundó con ese delicioso aroma cuando Susana entró de nuevo. Recargó su olla en la estufa y buscó unos platos para comenzar a servir.
—¿Segura que no quieres que llamemos a tu mamá?
Liliana reflexionó un momento. La mirada se desvió hacia el resto del lugar, agradecía porque todo ese tiempo mantuvo el orden, quizá le habría avergonzado que la encontraran en las condiciones iniciales.
De pronto, una idea cruzó por su mente, tan repentina como un rayo en medio de un día calmo.
—¿Y mis lentes?
—¿Usabas lentes? —preguntó la señora Susana haciendo memoria.
—A lo mejor se te cayeron, si son para leer y son delgaditos, seguramente quedaron cerca de la puerta —completó Rosario exprimiendo un poco de limón sobre los platos recién servidos.
—No, no, no. Son mis lentes inteligentes. Son grandes y...
—¡Ah, claro!
—No supimos qué era, de pronto hay modas tan raras —dijo la señora Rosario riendo.
Liliana sintió la preocupación borboteando, pero en realidad no tenía la suficiente energía para levantarse y entrar al departamento del doctor Sánchez a recuperar sus lentes. Por el contrario, se dejó hundir en el mar de almohadas y cojines perfectamente acomodados por Rosario y deleitó todas y cada una de las cucharadas que acercó doña Susana a su boca.
Por las venas, sintió que la energía volvía. Lo hacía de una forma diferente, tan gentil y tan pura que casi escuchaba a su cuerpo gritar: "¡Esto es lo que necesitaba!".
Ambas vecinas comenzaron a tejer, con sus hilos de dulzura, una conversación amena. De esas en las que no necesitas participar para soltar una risita de vez en cuando y sentirte parte de cada oración pronunciada.
Liliana, sin querer, olvidó el asunto de los lentes por un buen tiempo. Se hundió en lo que estaba viviendo. No quería que llamaran a su madre porque sabía que, eventualmente, aquello se convertiría en una letanía. No deseaba escuchar más sobre cómo debía cuidarse. Ella sentía que lo estaba haciendo perfectamente bien.
Cuando el tiempo fue prudente, ambas señoras se despidieron, recordándole a Liliana los números de sus departamentos. Se quedó una vez más en el silencio de su casa, porque era demasiado llamarlo "hogar", y más pronto de lo que ella hubiera querido, la preocupación por los lentes volvió.