—Música.
Aquella palabra rompía el viento del departamento con una fuerza impresionante. Liliana recibía esas palabras con asombro y después sorbía un poco del café que estaba sobre la mesa.
No estaba segura si habían sido las palabras del médico, los cuidados de las vecinas, la ansiedad que se había bajado o el recuerdo de Connie y el hombre de la compañía de la luz. Pero algo le hizo por fin enfrentar esa pregunta.
Había pasado toda la noche reflexionando. ¿Qué modificó en el mundo virtual? ¿Qué cosas amaba del mismo? Desafortunadamente, la mayoría de las cosas que llegaban a su mente eran elementos del mundo real. La pregunta era qué hacía en un departamento tan pequeño, cuando, aparentemente quería estar frente en otros sitios. ¿Qué hacía en una vida que la hacía tan infeliz?
Respondió, en su momento, que así debía ser, porque aquella fue la carrera que eligió. Por lo tanto, el trabajo que ejecutara sería de oficinista, el sueldo que obtuviera la conduciría hacia el departamento que tenía y... Bueno, nuevamente se sentía sin ninguna opción.
Volvió a la raíz, una vez más. Le ayudó el ambiente tan cómodo que se había hecho en el sillón. Cerró los ojos pensando en el instante en que eligió su carrera, cuando mandó la solicitud a su trabajo. ¿Esas eran las decisiones de las que hablaba ese hombre?
—No sabía que no me gustaría —comentó ella con pesar. Sostenía una taza de té que le había preparado el médico.
Aquel la observaba con renovada curiosidad. Irrumpió en la imagen que tenía de ella cuando regresó a disculparse y a pedirle que profundizaran en su pregunta.
—Es normal —respondió levantando la taza—. Por eso existe el bello acto de cambiar de opinión.
—Pero, no puedo volver el tiempo y elegir otra carrera.
—Ciertamente no. Pero puedes decidir qué harás desde ahora. ¿Qué quieres hacer desde ahora?
Deberían especializarlo por los cuestionamientos tan fuertes que soltaba a diestra y siniestra. Pensó en aquella nueva pregunta lo mejor que pudo, pero en realidad no tenía una respuesta a la misma.
Quizá fue por eso que tomó su celular y buscó el contacto que menos esperaba buscar.
Como no tenía muy claro lo que quería, prefirió poner la mesa. Preparar el mantel que nunca sacaba, utilizar el microondas (porque la estufa ya no era una opción), y poner en cada lado un pedazo de pan untado con mantequilla.
Era lo poco que le sobraba, pero daba la impresión de que pertenecía a una extensa colección de bienestar, así que se sintió satisfecha cuando su madre llamó a la puerta y, en especial, cuando pronunció aquella respuesta:
—Música.
Liliana sonrió.
—Siempre te gustó la música. —Las palabras estaban adornadas con sonrisas invisibles.
Nadie puede engañar a una madre, para bien o para mal. A pesar de que Carmen sabía a la perfección que ese pan con mantequilla probablemente era lo único decente en la despensa de su hija, también percibía que Liliana, después de mucho tiempo, se notaba mejorada.
—¿Cantar? ¿Algún instrumento?
—¿No lo recuerdas, Liliana? —cuestionó la mujer con afecto materno—. Adorabas escribir canciones y tocar el piano. Tenías uno pequeño para niños, era rosa con decoraciones brillantes.
La chica intentó hacer memoria. Su mente no era la mejor cuando se trataba de recordar su infancia. La adolescencia la percibió como un agujero negro que... bueno, en realidad ya no le interesaba seguir cavando en las razones por las que perdió el recuerdo de amar el piano. El punto era que lo perdió y algo le decía que necesitaba recuperarlo.
—¿Sigues teniéndolo en casa?
Carmen dio un sorbo a su café y probó el pan que le había preparado su hija. Como la taza había sido calentada en microondas, la temperatura de la misma volvía lentamente a estar templada.
—Lo siento, hace años lo doné junto al resto de tus juguetes. Pero, si tienes interés de ver un piano real, creo que a unas cuadras de aquí hay un lugar en el que te prestan uno para tomar clases.
—¿En serio? —La mirada de Liliana se encendió, esta vez, parecía ser para siempre.
—Sí, no estoy segura en dónde, pero escuché que es gratuito y que prestan el piano del centro cultural para practicar o para las lecciones.
Las propuestas indirectas de su madre hicieron una cadena de flores en su mente. La susodicha se ancló en la chica hasta que despidió a la mujer (quien se fue lo más tranquila que se había ido en mucho tiempo), y siguió hasta que Liliana se sentó en el sillón y miró fijamente los lentes.
Necesitaba buscar la dirección. Podría hacerlo con el teléfono, pero sabía que era mucho más sencillo con los lentes. Le mostrarían todas las rutas posibles para llegar y podría llevárselos para encontrar el establecimiento sin ningún problema.
El departamento estaba en silencio. Solamente se encontraban ella y sus decisiones. El brillo de los lentes la llamaba con claros cantos de sirena, pero algo la detenía, no estaba segura de qué.
Mordió la parte superior de su pulgar para calmarse un poco. Bueno, si los tomaba solo por un momento, ¿en realidad tenía algo de malo?
Extendió ambos brazos para colocárselos, en un intento inconsciente de volver esto algo más ceremonioso y presionó el botón de encendido temblando, como si no lo hubiera hecho nunca, o como si recordara algo terrible que venía con el tacto del mismo.
Todas sus aplicaciones se desplegaron. Algunos mensajes de sus amigos se miraban en la parte derecha de la pantalla, pero un mensaje que nunca había visto antes abrigó toda su vista:
"¡Bienvenida de vuelta a casa!"
Liliana meneó la cabeza y buscó la aplicación de mapas. Apenas estaba tecleando la dirección del centro cultural cuando otra notificación apareció frente a sí:
"¡Prueba nuestro piano virtual!"
Su dedo índice viajó una y otra vez entre las opciones de rechazar o aceptar. Si probaba el piano, no tenía que ir directamente al centro. De una vez descubriría lo que buscaba. A todo esto se preguntó: ¿qué era lo que buscaba?