—Disculpe que la moleste —continuó la desconocida que le había hablado—. ¿Tendrá la hora?
Liliana tardó un momento en reaccionar, pero pronto estaba buscando algún reloj (aunque sabía muy bien que no tenía ninguno). Recordó que no había traído su celular, así que simplemente subió los hombros avergonzada.
—No hay problema —respondió aquella extraña con amabilidad y siguió caminando.
Notó que iba en una dirección similar, así que empezó a hilar sus pasos con los de ella con discresión.
El centro cultural era pequeño, pero se respiraba un ambiente maravilloso. Recordó los escenarios de Virtual Realities. Quizá habían sido demasiadas opciones de personalización, pero Liliana desarrolló un fuerte sentido de la crítica. Podía detectar las fallas en un nuevo escenario con la facilidad de un depredador. Así, lograba personalizar las cosas que no le gustaran del sitio.
Fue con esa misma habilidad que empezó a hacer una comparativa con la realidad en la que estaba. El centro tenía un árbol enorme en el centro, a su alrededor un montón de bancas y una persona que echaba agua, con una jícara, a las raíces del suelo.
Ese era el primer detalle. Quizá aquel escenario hubiera sido fácilmente replicado por los lentes, pero ese aroma tan peculiar a tierra mojada, esas partículas de agua que flotaban en el aire y le daban un poco en la cara cuando pasaba cerca; el frío en su piel, el brillo en sus ojos... Vaya, no había notado que faltaban muchas cosas en Virtual Realities.
Una vez que la señora que iba siguiendo, se perdió entre algunos pasillos, supo que era momento de buscar la sala de piano sola. Pensó de nuevo en sus lentes. Ahí, seguramente aparecerían un montón de instrucciones para señalarle qué era lo que tenía que hacer. Sin embargo, empezaba a descubrir un encanto particular en el hecho de deambular por ahí sin saber con precisión hacia dónde ir. Sintió el peso de su pequeña bolsa de manta y se acercó con timidez a unos carteles.
—¿Eres nueva por aquí? —preguntó una chica de lentes de botella, que se acercaba con una sonrisa.
—Hola, sí. Soy Liliana —dijo ella procurando no tartamudear.
Esa presentación le hizo cosquilleos en los labios. Pronunciar su verdadero nombre era algo distinto. No se sentía igual que filtrar su identidad por medio de un nombre de usuario.
—Y yo Teresa. Vengo aquí casi todos los días, ¿necesitas ayuda en algo?
—Bueno, estoy buscando la sala de piano.
—Una de las más bonitas —repuso adelantándose un poco para quedar más cerca de los letreros—. Tienes que ir hacia el pasillo lateral y luego bajar por todas las escaleras hasta que veas un cartel que dice "música". La salita está muy cerca de ahí.
Teresa tenía un leve aroma a romero. Usaba el cabello muy rizado y fijo con gel. Se preguntó cómo era el cabello verdadero de sus amigos en VirtualRealities.
Liliana agradeció a la chica, que después se fundió en un grupo de personas cerca del árbol. El señor que regaba las plantas había avanzado, así que el aroma se intensificaba al tiempo que Liliana se adentraba en los largos pasillos de ese centro.
Ahí, el bullicio se apagó. Tan solo eran las paredes amarillas de hormigón húmedo que la acompañaban. Todo tenía un diseño mexicano tradicional, con pequeños jarroncitos colgados y ese delicioso aroma a barro que te ancla de inmediato.
Sujetó con más fuerza la cuerda de su morral, porque percibió la solemnidad de estar con ella misma. Tal parecía que todos se encontraban en el patio principal, porque las voces también eran nulas.
Pensó de nuevo en Connie, porque los pensamientos pesados tienen la costumbre de llegar cuando pueden acorralar a la consciencia. ¿Sería prudente buscarla?
Después de unos minutos ahí, sentía que algo en ella se estaba derritiendo. No quería ser demasiado cliché, con todos esos discursos de que las tecnología nos arruinarían, pero tenía la impresión de que se había vuelto más fría en ese mundo.
Ahora, entre la semi oscuridad de los pasillos, entre las voces que volvían a ella, algo despertaba. Era esa suavidad que le permitía entender que no fue la manera de hablarle a su vieja amiga. No solo a ella. Pensó en las víctimas de su espada: en su madre, en el doctor Sánchez, aunque estaba segura de que él ya la había perdonado.
Pensó por un momento en otra persona a la que quizá había herido... a ella. Mientras seguía avanzando, los recuerdos de su rostro marcado de rojo, irritado por los lentes, llegaron a su corazón. Tuvo que detenerse porque los ojos se le llenaron pronto de lágrimas. Como cuando uno mira un jarrón fino quebrarse, ella se vio en sus recuerdos, hambrienta, aislada, enferma, débil.
Colocó una mano en la pared para mantenerse en pie. No había ventanas en ese enorme pasillo, tan solo unas lámparas que iban iluminando el camino de quien transitara por ahí, y las decoraciones, así que Liliana se armó de fuerzas para continuar caminando.
¿Era una oleada de consciencia? ¿Qué era lo que la mantenía al borde del llanto? Nuevamente la gran pregunta volvía: ¿Qué era lo que iba a elegir en esta realidad?
Sollozó un poco cuando alcanzó a ver unos cuantos rayos que iluminaban con discreción. Era una ventana que finalmente se asomaba hasta el fondo del corredor. Liliana aceleró el paso, estaba perdiendo la compostura, pero al mismo tiempo la recuperaba; y cuando por fin alcanzó la ventana, se sentó en una pequeña banca y miró directamente hacia la luz del sol.
🎀
Tenía los lentes entre las manos. Su departamento lucía distinto ahora que la luz de otro escenario había tocado su retina en mucho tiempo. Casi comenzaba la sesión con sus amigos, pero no podía dejar de pensar en lo que había vivido en la mañana.
El salón de música era muy diferente al que había conocido en la realidad virtual. Este estaba un poco polvoso, el piano se miraba viejo, las ventanas parecían requerir mantenimiento y el sonido era menos nítido que en la réplica. Pero algo, así como cuando llegó al centro, era diferente.