El restaurante seguía creciendo y Eugenio cada vez tenía menos tiempo para su familia. Llegaba tarde a casa, cansado, y muchas veces ni siquiera cenaba con ellos.
Un día, Lorenzo llegó con un muchacho delgado, de mirada viva.
—Eugenio, te presento a Carlos. Es cocinero, trabajó en Buenos Aires.
—¿Y qué quiere aquí? —preguntó Eugenio mientras limpiaba la barra.
—Trabajo —respondió Carlos—. Puedo encargarme de la cocina para que usted se ocupe de otras cosas.
Eugenio lo probó esa misma noche. Carlos cocinaba rápido, con buena mano para los condimentos. Al final del turno, Eugenio le dijo:
—Si quieres, empezás mañana.
Con Carlos en la cocina, Eugenio empezó a pasar más tiempo en casa. Llevaba a los hijos a la escuela, ayudaba a Ester con las compras y hasta jugaba con Eustaquio en la plaza.
—Te hacía falta descansar un poco —le dijo Ester una tarde mientras preparaban mate.
—Más que descansar, estar con ustedes —respondió él.
Carlos se convirtió en parte de la familia. No sólo cocinaba, también cuidaba el negocio como si fuera suyo.
La vida parecía tomar un ritmo más humano… aunque Eugenio, en el fondo, sabía que los cambios siempre traían sorpresas.
Editado: 12.08.2025