Raíces y Vueltas

Un tiempo de calma

Con Carlos al mando de la cocina, el restaurante funcionaba como un reloj. Los clientes entraban y salían contentos, y las mesas rara vez quedaban vacías.

Eugenio ahora podía desayunar con Ester, llevar a los chicos al colegio y hasta darse el lujo de cerrar temprano algún domingo. La casa se llenaba de risas, sobre todo cuando Carlos venía a comer con ellos.

—Este guiso lo aprendí de mi abuela —decía Carlos—, pero el suyo, doña Ester, no tiene comparación.
 —No me vengas con halagos, que después me vas a pedir aumento —respondía ella, sonriendo.

En esos meses, María escribió desde Londres contando que había conseguido un mejor trabajo. Mandó dinero para ayudar con los estudios de sus hermanos. Eugenio se sintió orgulloso, aunque evitaba hablar demasiado del tema; no le gustaba mostrar emociones frente a todos.

El negocio seguía creciendo. Con las ganancias, compraron un segundo horno, más mesas y pintaron el local. Algunos vecinos decían que ese restaurante ya era un punto obligado en Misiones.

Era un tiempo de calma y abundancia.
 Pero Eugenio, que había vivido demasiadas vueltas en la vida, sabía que nada es eterno.





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