Los días siguientes se deslizaron entre conversaciones a medias y silencios cargados de significado. María sentía el peso de la propuesta de Diego y la cercanía inesperada de Eugenio, que parecía luchar contra sus propios fantasmas.
Carlos, con su paciencia y calma, seguía manteniendo la rutina de la casa, recordándole a Eugenio la importancia de la familia, aunque él aún no estuviera del todo convencido.
Una tarde, mientras preparaban la cena juntos, Eugenio rompió el silencio:
—María, sé que esto no es fácil para ti… ni para mí. Pero quiero que sepas que, aunque a veces me pierda, quiero estar aquí para ti, para todos.
Ella lo miró, conmovida, y respondió:
—Eugenio, yo también quiero claridad. Quiero que estemos bien, no importa lo que pase con Diego.
Por su parte, Diego aguardaba pacientemente, sin presionar, respetando el tiempo que María necesitaba. Sabía que el camino no sería sencillo, pero estaba dispuesto a recorrerlo a su lado.
Una noche, María se encontró caminando sola por el parque, buscando respuestas en el silencio. Fue allí donde decidió que, aunque el corazón duela, debía seguir su intuición, y que sus decisiones definirían su futuro.
En esa misma ciudad, bajo el mismo cielo, tres corazones latían con esperanza y miedo, pero también con la promesa de que, tarde o temprano, la verdad saldría a la luz y abriría las puertas para un nuevo comienzo.
Editado: 12.08.2025