El día amaneció con un aire distinto, como si el mundo también supiera que algo grande estaba por suceder. Diego estaba nervioso, pero decidido. Sabía que para avanzar necesitaba algo más que la respuesta de María: necesitaba la bendición de Eugenio.
Después de pensarlo mucho, se armó de valor y fue a la casa de Eugenio. Lo encontró en el jardín, cuidando unas plantas con la calma que siempre lo caracterizaba, aunque la sombra de las preocupaciones recientes aún parecía pesar en sus ojos.
—Eugenio —dijo Diego, con un tono serio pero respetuoso—. Quiero pedirte algo muy importante. Quiero casarme con María. Quiero hacerla feliz y cuidarla toda la vida. Pero no puedo hacerlo sin tu permiso.
Eugenio dejó la maceta que estaba regando y miró fijamente a Diego. Por un momento, el silencio llenó el aire, denso y pesado. Luego, con una sonrisa lenta pero sincera, asintió.
—Diego, siempre he querido lo mejor para mi hija. Si tú eres quien la hace feliz, entonces tienes mi bendición. Cásense, y sean felices.
Diego sintió que un peso enorme se quitaba de sus hombros y le agradeció con un fuerte apretón de manos.
Los preparativos para la boda comenzaron de inmediato, pero con calma, disfrutando cada instante. María brillaba con una mezcla de nervios y emoción, y Eugenio, aunque reservado, se mostraba más tranquilo que en semanas.
La ceremonia fue sencilla pero llena de amor. Familia y amigos se reunieron para celebrar esa unión que parecía haber sido escrita por el destino desde hacía años.
Después de la boda, el plan era claro: partirían a Londres, la ciudad que alguna vez fue el hogar de María, para vivir allí unos días y después viajar a España, donde disfrutarían de una luna de miel inolvidable.
Londres los recibió con su cielo gris y sus calles llenas de historia. Pasearon por los parques, visitaron los lugares donde María había dejado su infancia, y Diego se convirtió en testigo de ese pasado que ahora se transformaba en un futuro compartido.
Luego, el vuelo a España. El sol, la playa, las calles empedradas y los sabores mediterráneos les ofrecieron un refugio perfecto para comenzar su vida juntos. Cada rincón era una promesa, cada momento, un recuerdo que guardarían para siempre.
En las noches, sentados en una terraza, María y Diego soñaban con los planes que tenían, mientras Eugenio, en una llamada desde casa, les deseaba suerte y les recordaba que, aunque lejos, siempre estarían conectados.
Así, con permiso, promesas y nuevos comienzos, la historia de María y Diego se abría a un capítulo lleno de amor y esperanza, un capítulo que ellos escribirían juntos, paso a paso, sin prisa pero con certeza.
Editado: 12.08.2025