Sombras en el paraíso

Los primeros meses después de la boda habían sido un remanso de paz. María y Diego vivían entre la emoción de los nuevos proyectos y la calidez de la familia. Sin embargo, como suele suceder, las aguas tranquilas comenzaron a agitarse.

Todo empezó con una llamada inesperada desde Londres. Un viejo socio de Diego le ofrecía participar en un negocio muy rentable, pero implicaba viajar con frecuencia y pasar largas temporadas fuera.

—Es una gran oportunidad, María —dijo Diego mientras repasaba los números en su cuaderno—. Con esto podríamos asegurar nuestro futuro.

María lo escuchaba con el ceño fruncido. El recuerdo de las distancias largas, de los años en que había estado lejos de casa, le pesaba demasiado.

—Diego, acabamos de empezar nuestra vida aquí. No quiero que nos separemos otra vez.

La conversación quedó en el aire, pero la tensión empezó a notarse en gestos y silencios. Eugenio, siempre atento, percibió el cambio y se acercó a María una tarde en la cocina.

—Hija, a veces los caminos no son fáciles. Lo importante es que hablen claro y no dejen que el orgullo les gane.

Pero la situación empeoró cuando Diego recibió otra llamada insistente, esta vez con la fecha de una reunión clave en Londres. Decidió aceptar sin consultarlo del todo con María.

Cuando se lo contó, ella sintió una mezcla de enojo y tristeza.

—¿Ni siquiera ibas a preguntarme? —dijo, con la voz quebrada.

—No quiero que esto nos aleje, María. Pero si rechazo la oferta, quizá me lo reproches en el futuro —respondió él, intentando mantener la calma.

Esa noche durmieron espalda con espalda, sin decir palabra. Carlos, desde la sala, escuchaba el silencio y pensaba en cómo ayudar, mientras Eugenio se debatía entre intervenir o dejar que ellos mismos encontraran la salida.

La certeza que antes parecía tan sólida ahora se veía amenazada por decisiones difíciles y miedos que ninguno quería admitir.