—¡Marcos! — el grito de Julián se hizo escuchar por el gran campo. El mugido de las vacas impedía que lo escucharan. Levanto su mano y le hizo señas al hombre que estaba con unos caballos que estaban amansando —Ven un momento.
El hombre curtido por el sol se acercó con paso rápido.
—Diga usted patrón — al momento de acercarse al hombre más joven se quitó el sombrero y limpio el sudor que cubría su frente con la manga de la camisa.
Julián miro a su viejo capataz. Era un hombre valeroso y muy trabajador. Tenía varios años viudo. Se aproximaba a los sesenta años, nunca le faltaba fuerza ni gallardía. Él lo admiraba mucho.
—Viene una comisión del gobierno a solucionar el problema que tenemos con los terrenos baldíos — dijo muy preocupado — ven a mi oficina, necesito decirte algo.
Los dos hombres entraron a la casa que era de una sola planta. Estaba rodeaba por maderos rústicos y los acabados del interior también eran en ese material. El padre de Julián era un amante de la naturaleza y por eso acondicionó la casona, como era llamado por los empleados y los vecinos del lugar. Aun los muebles y muchos de los accesorios eran tallados en rústicos rollos de madera, la casona era simplemente, era hermosa.
—Entra y cierra, por favor — dijo Julián al ingresar a la oficina — yo quiero hacerte una propuesta — suspiro. Sabia de ante mano que el hombre no iba acertar de buena ganas ese turbio negocio.
El hombre lo miro y entre cerro los ojos sospechando.
— ¿En qué lio me va a meter esta vez? — dijo el capataz muy serio. El hombre se mantuvo de pie frente al escritorio de su patrón no se quiso sentar a pesar de que Julián le hizo una seña para que lo hiciera.
—¡Tranquilo amigo!— sonrió con malicia — simplemente quiero que te hagas pasar por mí.
—¿Qué? — dijo el hombre que aun sostenía su sombrero en la mano y lo giraba rápidamente, para controlar el nerviosismo. El adoraba a ese joven pero cada vez que tenía alguna descabellada idea él y sus muchachos se veía en problemas — Que yo sea usted. No me dirá que tiene alguna hembrita preñada.
— ¡Dios no! — dijo riendo por la forma de hablar del hombre — y como alguna hembrita te oiga hablar así...
— No me cambie de taburete — dijo con brusquedad el viejo — ¿Qué pretendes con que cambiemos de lugar? No quiero.
— Oye pero si ni siquiera sabes el motivo — dijo Julián a la defensiva.
Julián se removió en el mueble de madera caoba muy reluciente.
— Mira. Me quiero hacer pasar por capataz— dijo. Él apoyo los codos en la mesa y se recargo en el escritorio. La camisa de cuadros en blanco azul y rojos te tensiono por la dureza de su espalda.
— ¿Por qué quieres ser peón, cuando eres el patrón? — alegó el hombre.
—Quiero saber que piensan los delegados del gobierno. Muchos de los lugareños quieren despojarme de mis tierras — dijo molesto Julián.
— ¡Eso no lo pueden hacer! — bramo el capataz — esas tierras usted se las compro a don Óscar Martelo, además los alrededores del rancho El Manantial, también pertenecen a los Martelos y ellos podrán testificar que son suyas, compradas y no invadidas — dijo el hombre molesto de que se dudara de la honorabilidad y honradez de su joven patrón.
Los terrenos baldíos hacían sido invadíos por inescrupulosos ladrones. Se apoderaban de los terrenos, para luego venderlos a los necesitados a valores muy elevados o los daban en arrendamientos solo con la excusa de robarles a los pobres campesinos del sector. La delincuencia se estaba acrecentando en el sector de San Onofre y era algo muy preocupante para los lugareños y sobre todos para los dueños de terrenos que aún se mantenían vírgenes o que no habían cultivado.
—Si, en eso tiene razón, pero yo estoy preocupado por las tierras que rescate de las apuesta de juego de mi padre... Alonso Espejo no quiere dar su brazo a torcer, él está injuriándome con que yo le robe las tierras.
— Eso también lo puedes refutar — el viejo golpeo el sombrero en su pierna — Patrón usted era muy joven, y su papá cometió muchos errores y tal vez no lo recuerde, pero él hizo un contrato. Él se quedaría con las tierras siempre y cuando usted no lograra sacar el rancho a flote, le dio diez años. Y usted lo logro.
— ¡Pero no tengo papeles de eso! — exclamó molesto — no quiero utilizar el maldito documento donde implica involucrar a mi hermana en el asunto.
Marcos Agudelo, bajo la mirada triste.
—En eso no podemos hacer nada — dijo triste —la joven debe casarse con el hijo de ese tahúr.
— ¡No! No quiero que ella se vea involucrada con ninguno del rancho Los espejos.
— Eso ella misma lo decidirá — dijo el viejo capataz — Sí, pero lastimosamente el papel en san Onofre es el que manda — dijo cansado el hombre.
— Bueno sabes lo que quiero, así que comunica a todos que a partir de hoy yo soy el mayoral del rancho El Caporal.
— Si su padre estuviera vivo....
—Pero, no lo está y yo no voy a dejar que me quiten mis tierras. Me voy a pegar como una lapa a los del comité del gobierno. Les haré la vida imposible para que nunca más quieran regresar por estas tierras. Mis tierras.
El capataz lo miro con ojos furiosos por la orden.
—Como usted diga — dijo molesto el hombre — solo diga que puedo dormir en su cama — rio malicioso.
—En mi cama, ni lo sueñes — le grito. Su habitación era algo intocable para las personas del rancho El Caporal.
La carcajada del hombre se escuchó alejándose del lugar y a la vez le prometió que de una u otra forma se iba a desquitar de esa en que lo estaba metiendo.
El padre de Julián era un ludópata, levándolo a la ruina total. En uno de sus juegos apostó sus tierras, y para no perderlo creó un ridículo contrato con Alonso Espejo.
En el tiempo de diez años su hijo debería recuperar las tierras, y si su hijo lograba la meta entonces su pago seria su hija.