Caminar hasta su casillero se había vuelto la peor rutina de su vida desde que su amiga había publicado no solo esa fotografía, si no varias de ella revelando lo que a ella más le avergonzaba. Sus pecas.
Abrió lentamente la puerta metálica, deseando ser invisible. Era conocida por sus buenas calificaciones, por ser la líder de las porristas y por estar al frente de la organización de la fiesta de egresados. Hacía días se preguntaba que le pasaba a Valen, podía notar ciertas acciones falsas y eso le molestaba. Ella jamás hacía cosas que podría molestarla, pero en su interior se repetía que era suficiente.
Supo de que ella mintió cuando dijo que Lucas se burlaba de ella y se preguntaba porque lo había hecho.
—Hola Abril… ¿Por qué no esperaste por nosotras?
La voz de Valen invadió sus oídos, cerró los ojos y soltó el aire varias veces antes de girarse para quedar frente a ella.
—Lo siento, olvidé enviar un mensaje al grupo de que hoy tenía que venir más temprano por temas de la organización de la fiesta.
Sonrió, tan falsamente como las uñas que valen llevaba aquel día.
Valen ladeó la cabeza, como si estuviera evaluando si creerse la excusa o no. Detrás de ella, las otras dos integrantes del trío inseparable —Mili y Cata— se acercaban con sus mochilas colgando como si fueran accesorios de diseñador. Mili llevaba una remera con la frase “Drama Queen” en letras doradas, y Cata masticaba chicle con la intensidad de quien está entrenando para una competencia olímpica de masticación.
—¿Temas de organización? —repitió Valen, cruzándose de brazos. —Qué raro, porque ayer dijiste que ibas a venir con nosotras. ¿Te pasó algo?
Abril sintió el peso de las miradas. No solo de ellas, sino de los estudiantes que pasaban cerca, fingiendo no escuchar pero claramente atentos. El pasillo del casillero se había convertido en una pasarela de rumores, y ella era el desfile principal.
—No me pasó nada —respondió, con una sonrisa que dolía más que sus pecas expuestas en Instagram.
—Solo necesitaba un poco de aire.
—¿Aire? —interrumpió Mili, con tono burlón. —¿Del tipo que se respira o del tipo que se llama Lucas?
Abril parpadeó. ¿Qué?
—¿Qué tiene que ver Lucas en esto?
Valen se encogió de hombros, como si la conversación hubiera tomado un giro espontáneo y ella no tuviera nada que ver. Cómo si olvidará que ese chico fue su novio.
—Nada, solo que ayer te vimos hablando con él en el estacionamiento. Muy cerca. Muy sonriente. Muy… aireado.
Abril sintió cómo se le encendían las mejillas. No por vergüenza, sino por rabia. Porque sí, había hablado con Lucas. Y sí, él le había dicho que no se había burlado de sus pecas, que de hecho le parecían “lindas, como constelaciones personales”. Y sí, ella había sonreído. Pero eso no era asunto de Valen. Ni de Mili. Ni del comité de chismosos del pasillo 3B.
—¿Y si lo hice? —dijo, alzando la voz apenas un poco—. ¿Desde cuándo hablar con alguien es delito?
Las chicas se miraron entre sí. Cata dejó de masticar por primera vez en la mañana.
—No es delito —dijo Valen, con tono dulce y venenoso—. Solo que nos preocupa que te estés alejando. Que estés… cambiando. Además recuerda la regla “No salir con el ex de tu amiga “
Abril cerró su casillero con un golpe seco. El sonido resonó como un punto final.
—Tal vez cambiar no es tan malo —dijo, y se giró para irse.
Pero antes de dar el primer paso, escuchó la voz de Lucas detrás de ella.
—Abril, ¿Tienes un minuto?
Las tres chicas se giraron al unísono, como si fueran parte de una coreografía de musical escolar. Lucas estaba ahí, con su mochila colgando de un solo hombro, el pelo despeinado y esa sonrisa que parecía no saber que era peligrosa.
Valen miró todo con una rabia palpable, su rostro se desfiguró por el deseo de alejar a ese par.
—Claro —dijo Abril, sin mirar a las otras.
Caminaron juntos hacia la salida del pasillo, dejando atrás a Valen, Mili y Cata, que ahora parecían más confundidas que molestas.
—¿Todo en orden?
Le preguntó a la pelirroja. Desde ese día en casa de la pelirroja algo había cambiado entre ellos, por alguna extraña razón para Lucas, Abril había dejado de ser tan cortante con él.
—Si…— respondió con seriedad. —Dime que es lo querías.
Abril quería ir a encerrarse a la biblioteca para armar la nueva coreografía de su equipo de porristas y olvidar que su amiga era más su enemiga que cualquier desconocido.
Lucas se rascó la nuca, incómodo. No era común verlo así. Él solía moverse por los pasillos como si fueran su pasarela personal, con esa mezcla de carisma y torpeza que lo hacía irresistible para algunas y absolutamente irritante para otras. Pero frente a Abril, parecía perder el guion.
—Quería preguntarte si… bueno, si todavía necesitas ayuda con la música para la fiesta —dijo, bajando la voz como si estuviera confesando un crimen menor.
Abril lo miró, arqueando una ceja.
—¿La música?
—Sí. O sea, sé que tienes buen gusto, pero también sé que tienes cero tiempo. Y yo tengo una playlist que podría salvarte de tener que escuchar a Mili insistiendo con reguetón cristiano.
Abril soltó una risa inesperada. No porque fuera gracioso, sino porque era cierto. Mili tenía una obsesión inexplicable con mezclar ritmos latinos con letras de salvación espiritual. El año pasado, casi arruina el baile de bienvenida con una versión remix de “Cristo Viene” y “Gasolina”.
—Eso sería… útil —admitió Abril, cruzando los brazos—. Pero no me buscaste solo por eso, ¿no?
Lucas se detuvo frente a la puerta de la biblioteca, como si esa fuera la frontera entre lo superficial y lo importante.
—No —dijo, con una sinceridad que desentonaba con el caos hormonal del pasillo. —También quería saber si estabas bien. Lo de las fotos… fue una mierda.
Abril bajó la mirada. Las pecas. Las malditas pecas. Desde que Valen las había expuesto como si fueran un defecto, sentía que caminaba con un cartel luminoso sobre la cara que decía “Mírenme, soy la chica constelación”.