El sol entraba a raudales por la ventana cuando Abril abrió los ojos, entrecerrándolos como si el día insistiera demasiado en despertarla. Se estiró despacio y, por un instante, pensó que todo lo ocurrido en la fiesta había sido un sueño.
El beso. La moto. Esa mirada de Lucas como si supiera todos sus secretos.
Abril llevó la mano a sus labios, sonriendo sola en la cama como una tonta.
—Estás perdida —se dijo en voz baja, y enseguida se cubrió la cara con la almohada.
No pasaron ni cinco segundos cuando alguien golpeó la puerta.
—¡Abril, bajá ya! —era la voz de su madre, con ese tono que no admitía demora. —El desayuno se enfría.
—¡Voy! —respondió ella, levantándose a regañadientes.
Bajó las escaleras con el cabello todavía enredado y la misma sonrisa tonta pegada en el rostro. En la mesa estaban su padre leyendo el diario, su madre sirviendo café, y su hermano menor, Mateo, devorando cereales como si hubiera pasado semanas sin comer.
—Buenos días —dijo, tratando de sonar normal.
—Buenos días, dormilona —respondió su madre, arqueando una ceja. —Llegaste tarde anoche.
Abril se atragantó con el café que acababa de servirse.
—N-no tanto…
Mateo, su hermano del medio levantó la vista con malicia.
—Sí, y llegaste sonriendo como si hubieras ganado la lotería.
Abril lo fulminó con la mirada, pero su madre intervino enseguida.
—¿Y quién era el muchacho de la moto? —preguntó la mujer fingiendo demencia para saber si era el mismo con el que había salido de casa. Pero también fingiendo que no había espiado por la ventana cuando su hija se marchó.
El café casi se le cae de las manos.
—¿Moto? ¿Qué moto? Creo que el bebé está llorando— intentó hacerse la distraída.
—La negra con rayas verdes que estacionó frente a la casa —insistió su madre, sirviendo tostadas como si nada. Ignorando el comentario sobre el bebé.
—Toda la cuadra la escuchó rugir.
Mateo sonrió con la boca llena de cereales.
—Debe ser el chico malo del que hablan en el grupo de WhatsApp.
—¡Mateo! —exclamó Abril, lanzándole una servilleta a la cara.
Su padre levantó la mirada del diario, serio, y Abril sintió un nudo en el estómago.
—Espero que ese “chico malo” no te meta en problemas.
Ella bajó la vista, removiendo el café en silencio. Pero, por dentro, la imagen de Lucas con esa sonrisa traviesa volvía a aparecer, quemándole la memoria como un secreto imposible de ocultar.
Y aunque intentara disimularlo frente a todos, Abril lo sabía, lo que había comenzado la noche anterior, apenas estaba empezando a enredar su vida.
—No será así papá.
Dijo en apenas un susurro, dando por finalizada aquella charla. Nadie obtuvo más información de la que ya se había escapado y para Abril fue un alivio.
. . .
Abril llegó al instituto con el estómago hecho un nudo. Había repasado mil veces en su cabeza cómo saludaría a Lucas si llegaba a verlo, cómo haría para que nadie notara nada… y en todas esas versiones terminaba haciendo el ridículo.
—Tranquila, no va a pasar nada —se repetía en voz baja mientras caminaba hacia la entrada.
Pero, como si el universo adorara burlarse de ella, lo primero que vio al doblar la esquina fue a Lucas. Recién bajado de su moto, con el casco en la mano, saludando a un par de chicos como si estuviera en una película de acción.
Abril sintió el corazón a punto de escaparsele por la boca.
—Respirá, respirá, respirá —murmuró para sí misma, justo cuando dos voces conocidas la sacaron de su trance.
—¡Abril! —gritó Mili, una de sus “amigas”, corriendo hacia ella con una carpeta en los brazos. Detrás venía Cata, siempre seria, con su típica mirada de “yo te lo advertí”.
—¡Cuenta! —dijo Mili sin rodeos—. ¿Es verdad que ayer llegaste en moto?
Abril se quedó helada.
—¿Q-qué moto?
Camila la miró fijo, sin siquiera parpadear.
—Lucas tiene una moto negra con rayas verdes. Justo como la que alguien dijo que se estacionó frente a tu casa anoche.
Abril tragó saliva.
—Coincidencia —balbuceó, sonriendo nerviosa.
Cata se llevó la mano a la frente.
—¡Por favor, Abril! Ese chico es un problema con patas. Te va a romper el corazón antes de que te des cuenta.
—Exacto —añadió Mili tajante.
—Y si no te lo rompe él, lo hará su moto.
Abril iba a protestar, a negar todo, con ellas sería fácil fingir. Además recordó todo lo que había escuchado en el baño.
Pero en ese momento, como si el destino quisiera jugar sucio, Lucas pasó caminando muy cerca. Ella sintió el aire cambiar de inmediato: él la miró de reojo, con esa media sonrisa que le hacía temblar las rodillas.
—Buenos días, Firefly —murmuró, lo justo para que solo ella lo escuchara.
Abril casi se atraganta con su propia respiración.
—¿Firefly? —repitió Cata, frunciendo el ceño—. ¿Te acaba de decir… Firefly?
—No… dijo… eh… Friday… como viernes… porque… porque… es viernes, ¿no? —improvisó Abril, sudando frío.
Mili arqueó una ceja.
—Hoy es lunes.— le dijo aumentando las sospechas y aquello tendría que decirle a Valen.
Lucas siguió de largo, como si nada, pero Abril lo sintió reírse bajito mientras se alejaba. Y, aunque sus amigas seguían mirándola con sospecha, ella no pudo evitar sonreírse sola, mordiéndose el labio.
Por dentro, supo que la batalla por ocultar lo que sentía iba a ser mucho más complicada de lo que imaginaba.
. . .
La mañana avanzaba en el instituto con su rutina habitual: timbres que sonaban demasiado temprano, pasillos llenos de voces y carpetas, y profesores con caras de lunes eterno, aunque fuera martes. Abril caminaba apurada, intentando esconderse entre el gentío, como si con eso pudiera borrar el recuerdo del saludo de Lucas minutos antes.
Pero no. Cada paso que daba, cada respiración, estaba teñida por esa palabra que él le había susurrado: Firefly.