La última campanada del día sonó como una señal liberadora para todos… menos para Abril. Para ella, fue el inicio de un torbellino.
Había pasado toda la tarde intentando no mirar el bolsillo donde escondía el papel de Lucas. Encuéntrame en la cancha después de clases. Solo tú y yo.
Lo había leído tantas veces que ya se lo sabía de memoria.
Mientras sus amigas discutían sobre qué heladería visitar después de clase, Abril fingía asentir. Cada “sí”, “claro” y “obvio” iba acompañado de un latido acelerado.
—Entonces, ¿vamos? —preguntó Mili, con los ojos brillantes. Mientras Valen solo observaba en silencio.
—Sí… sí, claro. —respondió Abril, aunque por dentro gritaba ¡NO!
Pero justo cuando estaban a punto de salir por la puerta principal, Cata se detuvo en seco.
—¿Y esa mochila? —preguntó, señalando la de Abril.
—¿Qué tiene? —respondió ella, con nervios que se le notaban hasta en las pestañas.
—Parece que estuvieras escondiendo un cadáver ahí adentro.
—Ay, Cata, no exageres —intervino Mili riendo. — Lo único que esconde Abril son fórmulas de física y vergüenza ajena.
Abril rio falsamente, aunque sus manos sudaban. Tenía que zafarse como fuera.
—Chicas, me olvidé… de… de entregar un trabajo en… eh… laboratorio.
—¿A esta hora? —dijo Valen, desconfiada.
—Sí, el profe dijo que si no lo entregaba hoy, me desaprobaba.
Muy bien, Abril, digna de un Oscar, pensó.
Mili y Cata se miraron entre ellas. Mientras Valen solo observaba.
—Bueno… ve entonces —dijo Mili finalmente.
— Pero no te zafas de la salida mañana.
—Prometido —respondió Abril, lanzándose pasillo adentro en dirección contraria.
Cuando dobló la esquina y ya no las vio, exhaló un suspiro largo, como si hubiera corrido una maratón.
. . .
La cancha estaba casi vacía. El cielo comenzaba a teñirse de naranjas y rosados, y una suave brisa levantaba las hojas secas de la tarde. Abril cruzó lentamente el portón, sintiendo cómo el corazón se le instalaba en la garganta.
Lucas estaba ahí, sentado sobre una de las vallas metálicas, con los auriculares colgando del cuello y esa postura relajada que parecía no conocer la vergüenza.
Cuando la vio llegar, sonrió como si lo hubiera sabido desde siempre.
—Llegaste.
—Tenía… curiosidad —dijo ella, encogiéndose de hombros.
—Curiosidad, ¿eh? —Lucas se bajó de la valla con un salto ágil y comenzó a caminar hacia ella. — Eso suena a excusa linda para “moría por venir”.
—No flipes —respondió Abril, aunque no podía borrar la sonrisa nerviosa de su cara.
—No flipo, Firefly. Te leo bien. —Se detuvo frente a ella, lo suficientemente cerca para que su perfume y el sonido del viento le desordenaran los pensamientos.
Por un momento ninguno dijo nada. Solo se miraron, y Abril sintió esa sensación en el estómago otra vez… como si un enjambre de mariposas hubiera decidido instalarse ahí para siempre.
—¿Sabes por qué te dije Firefly? —preguntó él, rompiendo el silencio.
Abril negó con la cabeza, algo insegura.
Lucas dio un paso más cerca.
—Porque cuando estás nerviosa, brillas. Literalmente. Se te nota en los ojos, en las mejillas, en todo. Y… no podía dejar de mirarte.
Abril sintió cómo la cara se le encendía de calor.
—Eso es… muy cursi —intentó disimular.
—Y tu te lo creíste igual —respondió él, sonriendo aún más.
Ella bajó la mirada, intentando ocultar la sonrisa.
—No sé por qué te escucho.
—Porque te gusto —dijo él sin rodeos.
Abril alzó la vista bruscamente.
—No seas tan… tan directo.
—¿Por qué no? A mí me gusta dejar las cosas claras. Tu me gustas, Firefly. No sé desde cuándo exactamente… tal vez desde la primera vez que me dijiste “Eres un imbécil” —rio bajito. —Recuerdo aquel día. Defendías a Val de un supuesto ataque mío.
Abril sintió que el mundo se detenía un instante. Quiso decir algo ingenioso, algo que mantuviera las paredes que había construido. Pero lo único que salió fue un torpe:
—Yo…
—No hace falta que digas nada ahora —la interrumpió Lucas suavemente—. Solo quería que lo sepas.
Un silencio cómodo se instaló entre ambos. El viento soplaba, las luces del campo comenzaban a encenderse, y en el fondo se oía la pelota de fútbol rebotar de un grupo que jugaba lejos. Era como si estuvieran en su propio rincón del universo.
Lucas se sentó de nuevo en la valla y la miró, invitándola con la mirada a acercarse. Abril dudó unos segundos… y luego caminó hacia él, sentándose a su lado. Sus piernas rozaban apenas. No había contacto intencional, pero el roce bastaba para hacerle cosquillas en el estómago.
—¿Siempre haces esto? —preguntó ella. — ¿Citar chicas en la cancha al atardecer?
Lucas fingió pensar.
—Sí, es mi técnica infalible. A la tercera cita, pido matrimonio.
Abril le dio un codazo, riendo.
—Idiota.
—Pero funcionó, ¿no? —respondió él, inclinándose un poco más.
Ella lo miró con esa mezcla de molestia y ternura que solo él lograba provocarle.
—No sé si decir “funcionó” es correcto…
—Estás aquí, Firefly. Eso dice bastante.
Abril suspiró, bajando la mirada.
—Esto no es tan fácil, Lucas. Mili, Cata, Valen… todos opinan, todos hablan.
—¿Y tú? —preguntó él suavemente—. ¿Qué quieres tú?
La pregunta la desarmó. Por un momento, todo el ruido desapareció. Las advertencias, los chismes, las dudas. Solo quedaron ellos dos, la brisa, y esa sensación de estar al borde de algo nuevo.
—No lo sé… —respondió ella honestamente. — Pero cuando estoy contigo, todo es un caos… y me gusta.
Lucas sonrió de una forma que no era burlona, ni arrogante. Era sincera.
—Entonces quédate un ratito más en el caos conmigo.
Abril rio, nerviosa, pero asintió.
Hablaron durante casi una hora. De tonterías, de cosas que no tenían sentido, de recuerdos de infancia, de música. Cada broma venía con miradas que se alargaban demasiado, con roces de rodilla que ninguno apartaba, con silencios cómodos.