La semana siguiente comenzó con un torbellino de tareas, listas interminables y reuniones caóticas. Abril, como presidenta del comité de la fiesta de egresados, tenía encima la presión de todos, profesores, compañeros y, sobre todo, sus amigas.
El pasillo estaba empapelado con carteles de “¡Última fiesta del año!” y bocetos a medio terminar. Abril llevaba una carpeta rebosante de papeles, marcadores de colores y post-its que parecían multiplicarse con cada paso que daba.
—Necesitamos definir el presupuesto para las luces —dijo Cata con su tono práctico habitual.
—Y conseguir a alguien que ponga música sin que cueste una fortuna —añadió Mili, que ya tenía una lista de opciones en la mano.
Valen, mientras tanto, observaba todo desde un costado. No se involucraba demasiado en la organización, pero opinaba en cada decisión importante.
Abril respiró hondo.
—Una cosa a la vez, chicas. Vamos a hacerlo bien.
Aunque sonaba tranquila, por dentro tenía la cabeza en otro lugar. O mejor dicho, en otra persona.
Porque desde aquella noche en el mirador, algo entre ella y Lucas había cambiado.
Ya no eran solo mensajes ocasionales. Ahora hablaban cada noche, se encontraban después de clases en rincones escondidos de la escuela o en la cancha, compartían miradas cómplices en medio de reuniones… y cada pequeño momento se sentía más intenso.
Lucas había empezado a aparecer sutilmente. La esperaba a la salida “casualmente”, le alcanzaba cosas cuando la veía atareada, y en cada gesto había una mezcla entre picardía y ternura que la desarmaba.
—Estás colgada —dijo Mili de repente, chasqueando los dedos frente a su cara.
Abril parpadeó.
—¿Qué? No, solo estoy pensando en las luces.
—Sí, claro —murmuró Valen con una sonrisa apenas torcida. —Seguro las luces tienen nombre y una moto negra.
El comentario cayó como un dardo. Mili soltó una risita cómplice y Cata levantó una ceja. Abril sintió cómo el calor le subía a las mejillas.
—No tengo tiempo para esas pavadas —replicó, cerrando la carpeta de golpe. —Si quieren bromear, háganlo sin mí.
Las tres se quedaron en silencio mientras ella se alejaba por el pasillo. No era su estilo explotar así, pero estaba cansada de las miradas, las indirectas, las preguntas.
Ya no era lo mismos, la pelirroja había descubierto que aquellas supuestas amigas solo se burlaba de ella.
Lucas la encontró unos minutos después, en la parte trasera del gimnasio, sentada en un escalón con la carpeta a un lado.
—¿Estás escondida o planeando la toma del colegio? —preguntó, dejándose caer a su lado.
—Ambas —respondió ella sin levantar la vista, pero con una sonrisa que no pudo disimular.
—Te ves estresada —dijo él, acercándose un poco. —¿Por la fiesta o por tus… guardaespaldas?
—Por todo —admitió ella. —Es como si cada movimiento que hago estuviera siendo observada. Y si no estoy hablando de luces o música, están insinuando cosas sobre ti.
Lucas se encogió de hombros.
—No me sorprende. Les gusta el drama.
—Sí, pero yo no —dijo ella, girándose hacia él. —Y estoy empezando a cansarme.
Lucas la miró en silencio unos segundos. Luego, con ese gesto despreocupado que lo caracterizaba, estiró el brazo y le apartó un mechón de pelo de la cara.
—Entonces quédate un ratito. Conmigo. Sin drama.
Abril lo miró, y por un instante, todo el ruido desapareció.
Se quedaron ahí, sentados juntos, hablando de todo y de nada. Lucas le contó anécdotas de su hermano Thiago y de sus amigos D y Z, mientras ella se reía con ganas. Abril, a su vez, le confesó detalles de la organización de la fiesta, los enredos con el presupuesto, y las discusiones con el profesor encargado.
Cada risa compartida, cada silencio cómodo, los acercaba un poco más.
. . .
Al día siguiente, Abril tomó una decisión que no pasó desapercibida: empezó a delegar funciones en Mili, Cata y Valen para evitar pasar tanto tiempo con ellas.
—Mili, tú te ocuparas de los proveedores de sonido.
—Cata, tú de la decoración.
—Valen, tú… habla con la profe sobre los permisos de seguridad.
—¿Y tú? —preguntó Valen, cruzándose de brazos.
—Yo coordino todo desde arriba —respondió Abril con serenidad.
— Confío en que pueden manejarlo.
Fue un golpe suave, pero firme. Ella necesitaba espacio. Y por primera vez, lo marcó con claridad.
Mili y Cata parecían confundidas, pero aceptaron. Valen, en cambio, no la perdió de vista ni un segundo. Sabía que algo estaba cambiando. Y quien estaba detrás de ese cambio era Lucas, el chico que ella había alejado de Abril.
. . .
En las semanas siguientes, Lucas y Abril encontraron pequeñas maneras de verse sin levantar sospechas:
Se cruzaban en el depósito donde guardaban materiales de decoración y se quedaban charlando entre cajas de guirnaldas.
Compartían meriendas improvisadas en el borde de la cancha, después de reuniones.
Lucas la pasaba a buscar “casualmente” algunos días después de clases, dando vueltas largas en moto para que nadie los viera juntos cerca de la escuela.
Y en cada uno de esos momentos, las risas se mezclaban con silencios significativos, las bromas con miradas cada vez más profundas.
Era como si estuvieran construyendo un pequeño universo solo para ellos, protegido ‹por ahora› del resto.
Ellos ya no tenían esa relación de odio/amor, ahora se entendían y sus mariposas enloquecían cuando sus manos se rozaban o sus ojos se decía un sinfín de promesas.
. . .
Una tarde, mientras Abril colgaba luces de papel en el salón de actos, Lucas apareció con dos cafés y una sonrisa de costado.
—Sé que no soy un decorador experto, pero puedo sostener cosas —dijo, levantando el vaso como si fuera un trofeo.
—Con eso ya haces más que varios —respondió ella riendo.
Mientras trabajaban, sin que nadie los viera, Lucas se acercó por detrás para alcanzarle una guirnalda y sus manos se rozaron. No fue un gesto planeado. Fue suave, natural… pero suficiente para que a ambos se les detuviera el mundo un segundo.