Los días siguientes se convirtieron en una coreografía perfectamente ensayada… o casi.
Abril y Lucas comenzaron a manejar su relación como si fueran dos espías encubiertos en una película adolescente. Entre pasillos, aulas, y rincones poco transitados, encontraron maneras de estar juntos sin levantar demasiadas sospechas.
Por la mañana, todo parecía igual. Abril llegaba con sus amigas, revisaba listas para la fiesta de egresados y fingía absoluta normalidad. Pero bastaba un cruce de miradas con Lucas para que esa rutina se quebrara.
Él siempre encontraba la forma de sorprenderla. A veces, aparecía en la entrada justo cuando ella llegaba, fingiendo que también lo hacía “por casualidad”.
Otras, la esperaba en la escalera trasera, donde nadie iba, para compartir cinco minutos antes del timbre.
—Estás puntual —le dijo una mañana, cuando lo encontró recostado contra la baranda.
—Estaba aquí… viendo pasar la vida —contestó él con falsa solemnidad.
—Lucas… —dijo ella, sonriendo. —Te juro que algún día alguien nos va a ver.
—Entonces espero que sea alguien con mala vista —bromeó, acercándose a ella.
A escondidas, se tomaban de la mano por breves segundos, rozaban sus dedos bajo los pupitres en clase, se pasaban notitas dobladas con frases simples como “Te vi sonreír y me arruinaste la concentración”.
Eran detalles pequeños, casi invisibles para los demás… pero para ellos, significaban todo.
. . .
El comité de la fiesta de egresados fue, curiosamente, su mejor aliado.
Las reuniones extendidas, las idas al depósito, las pruebas de luces y decoraciones les daban excusas perfectas para escaparse unos minutos.
Una tarde, mientras todos estaban ocupados midiendo el escenario, Lucas se escabulló detrás de las cortinas y le hizo señas a Abril para que lo siguiera.
—¿Qué haces? —susurró ella, riendo nerviosa.
—Vine a secuestrarte. Cinco minutos, nada más —respondió él, llevándola al pasillo lateral donde no entraba nadie.
Allí, lejos de las miradas, se abrazaron con fuerza. No era un abrazo tímido. Era uno de esos en los que el tiempo se detiene y todo encaja perfecto.
—Cada vez me cuesta más fingir que no me importas —confesó Lucas en voz baja, con la cabeza apoyada en su hombro.
Abril sintió un nudo dulce en el estómago.
—A mí también —susurró.
Se separaron apenas, pero él no soltó sus manos.
—Entonces no lo finjamos cuando estamos solos —dijo él, mirándola a los ojos.
Ella asintió despacio. Y en ese momento, entre risas contenidas y respiraciones entrecortadas, se besaron otra vez, escondidos entre cortinas y paredes frías… como dos adolescentes que saben que están jugando con fuego, pero no pueden evitarlo.
Fuera de esos momentos, Abril comenzó a tomar distancia, sutil pero firme, de Mili, Cata y Valen.
No era que las ignorara completamente, pero ya no se desvivía por justificar cada paso que daba.
Cuando Mili empezaba con sus preguntas insistentes, ella simplemente sonreía y cambiaba de tema.
Cuando Cata analizaba cada mirada, Abril fingía distracción.
Y cuando Valen lanzaba comentarios venenosos, ya no mordía el anzuelo: respondía con serenidad o simplemente se iba.
—Últimamente estás… diferente —le dijo Mili un mediodía, mientras almorzaban en el patio.
—¿Diferente cómo? —preguntó Abril, mordiéndole a su sándwich con tranquilidad.
—No sé… más tranquila. Como si estuvieras escondiendo algo —respondió Cata, mirándola con ojos de detective.
Valen no dijo nada. Solo la observaba.
Abril se limitó a encogerse de hombros.
—Capaz simplemente estoy feliz —dijo, sonriendo sin explicar más.
Fue la primera vez que no sintió culpa por no contarles nada.
. . .
Las noches se convirtieron en su refugio.
Lucas y Abril comenzaron a hablar por video llamada, a veces hasta quedarse dormidos. No siempre hablaban de cosas profundas; muchas veces eran tonterías, risas, comentarios al azar… pero esas charlas eran su escape del mundo exterior.
Una de esas noches, Lucas le mostró un poco más de su vida.
Le presentó a Thiago por cámara —quien inmediatamente dijo “¡así que tú eres la famosa Firefly!” antes de que Lucas lo echara de la habitación—
Le mostró la vieja guitarra que tenía desde chico y, entre risas, tocó un par de acordes desafinados.
—No sé tocar bien —dijo él, avergonzado.
—Para mí suena perfecto —contestó Abril, con los ojos brillando en la pantalla.
Y cuando ella hablaba de su familia, de su casa, de las presiones del comité… él la escuchaba sin interrumpir, con una atención que nadie más le daba.
Poco a poco, lo que empezó como un secreto divertido se transformó en una rutina compartida.
Una rutina que tenía sus propias reglas, sus tiempos y sus gestos escondidos.
Cuando pasaban por el pasillo principal, él no la tocaba ni la miraba demasiado, pero si se cruzaban las miradas, bastaba un guiño para que ella sonriera todo el día.
Si había mucha gente, se hacían comentarios en clave, como si hablaran de temas triviales que solo ellos entendían.
Y si el día había sido demasiado pesado, siempre encontraban cinco minutos en algún rincón para recordarse que estaban juntos en esto.
Pero lo más importante fue cómo empezó a cambiar lo que sentían.
Ya no era solo atracción o mariposas en el estómago. Había complicidad real, confianza, ganas de construir algo aunque el mundo alrededor no estuviera preparado para verlo.
Abril lo notaba en la forma en que Lucas la miraba cuando creía que nadie los veía.
Lucas lo sentía cuando ella lo defendía sutilmente sin que hiciera falta explicaciones.
Y así, entre cortinas, pasillos vacíos, risas nocturnas y besos robados, su relación fue tomando forma… en silencio.
No necesitaban que el resto lo entendiera todavía.
Por ahora, con ellos dos era suficiente.