Valen se escondió tras la baranda del gimnasio, fingiendo revisar su celular, aunque no había nada que mirar.
Desde ahí, tenía una vista perfecta del campo de fútbol.
Lo había sospechado durante semanas, pero ahora lo estaba viendo con sus propios ojos.
Lucas y Abril.
Juntos.
Riendo.
Mirándose como si el resto del mundo no existiera.
Valen apretó los labios, conteniendo la mezcla de rabia y celos que le subía por el pecho. No era solo celos. Era orgullo. Era la sensación amarga de haber sido reemplazada por alguien que ni siquiera lo había intentado.
—Claro… la pelirroja perfecta —murmuró para sí misma, bajando la mirada al suelo.
No necesitaba pruebas. Pero si las conseguía, nadie podría decir que estaba exagerando.
Sacó el celular, activó la cámara y esperó.
El sol se colaba entre las gradas y, en ese instante, Lucas se acercó a Abril para hablarle. Ella rio, y él, sin pensar, le tocó el rostro, acariciándole el mentón.
Fue apenas un segundo, pero suficiente para que Valen apretara el botón de grabar.
Click.
El sonido del obturador fue su pequeño triunfo.
Se quedó mirando la pantalla, congelada en la imagen.
Lucas, mirándola con esa expresión que jamás fue suya.
Abril, con la sonrisa que fingía no saber romper corazones.
Guardó el celular y respiró hondo.
—Está bien… si no me creyó cuando se lo advertí, ahora lo va a ver por sí misma —dijo en voz baja.
Caminó despacio por el costado de las gradas, con la calma calculada de alguien que ya había tomado una decisión.
Horas después, en su habitación, Valen revisaba el video una y otra vez.
Podía escuchar el murmullo de fondo, el sonido lejano del silbato, y la risa de Abril, clara como una campana.
Esa risa que ahora le sonaba como una burla.
El mensaje que redactó fue simple, directo, casi inocente.
〈Para Mili y Cata:
“No quiero meterme, pero creo que tenían razón con Abril. Miren lo que grabé hoy. Digan si no parece que está con él…〉
Antes de enviarlo, dudó. Por un instante, algo en su interior —la parte que todavía recordaba a la vieja Valen, la que reía con Abril y compartía secretos— le dijo que se detuviera.
Pero la sombra del orgullo ganó la batalla.
Presionó enviar.
El doble tilde azul apareció casi de inmediato.
Y con eso, el plan empezó a rodar.
No hacía falta gritar ni armar escándalo.
Solo dejar que la imagen hablara por sí sola.
Porque, al final, las verdades que se insinúan siempre duelen más que las que se gritan.
. . .
El lunes siguiente al partido amaneció despejado, con un cielo tan azul que parecía pintado a propósito.
Abril llegó al instituto temprano, con el cabello suelto y una sonrisa que no intentó ocultar. Había dormido poco, pero por las razones correctas: los mensajes con Lucas habían durado hasta casi las tres de la mañana.
> Lucas: No puedo dormir. Sigo pensando en el baile sin música.
Abril: Culpa tuya, ahora tampoco puedo.
Lucas: Perfecto. No duermas, sueña despierta conmigo.
Abril: Idiota.
Lucas: Tu idiota.
Sonrió al recordarlo mientras subía las escaleras.
No lo había visto todavía, pero lo sentía cerca. Era esa extraña energía que aparecía cuando sabía que él estaba en algún lugar del edificio.
Y no se equivocó.
—¿Siempre caminas con ese rostro de que estás leyendo una carta de amor? —dijo la voz de Lucas detrás de ella.
Abril giró.
Él estaba apoyado contra la baranda, con una mochila al hombro y esa sonrisa que podía provocar apagones eléctricos en cualquier radio de la ciudad.
—No era una carta. Era… un recordatorio —respondió ella, fingiendo seriedad.
—¿De qué tipo?
—De que tengo que concentrarme y no dejar que cierto chico me distraiga.
—Difícil —replicó él, acercándose. —Porque ese chico está haciendo un excelente trabajo.
Abril rodó los ojos, pero rio igual.
—Te juro que si alguien nos ve…—
—Decimos que estábamos repasando matemáticas —interrumpió, poniéndose detrás de ella. —Tu sumas, yo resto, y nos sale el resultado perfecto.
—Lucas… —dijo ella entre risas, aunque su voz sonó un poco más suave de lo habitual.
Él le rozó apenas el hombro con los dedos, una caricia fugaz, pero suficiente para erizarle la piel.
—Te ves feliz —murmuró.
—Lo estoy.
—Entonces ya gané el partido de mi vida.
. . .
A la hora del almuerzo, escaparon del bullicio del comedor y se refugiaron en la cancha vacía.
Lucas llevó dos refrescos y una bolsa de papas fritas.
—Esto es muy romántico —bromeó Abril, sentándose sobre el pasto.
—Obvio. Comida chatarra y vos. No hay mejor combinación.
—Qué galán.
—No te burles. Me llevó tres días pensar la frase —dijo él, riendo.
Abril le lanzó una papa, que él esquivó apenas.
—Eres insoportable —dijo ella entre carcajadas.
—Y tu adictiva. —La miró, y esta vez su tono cambió, más bajo, más real. —No sabes lo bien que me haces.
Abril lo observó en silencio. No necesitaba responderle. El brillo en sus ojos hablaba por ella.
Él se acercó un poco más.
—Prométeme algo.
—¿Qué cosa?
—Que si las cosas se complican… no saldrás corriendo.
—¿Por qué lo haría?
—Porque a veces soy un lío. Y no quiero que mi caos te salpique.
—Ya estoy salpicada —respondió ella, sonriendo. —Pero no me pienso ir.
Lucas se quedó mirándola, con esa mezcla de ternura y admiración que reservaba solo para ella.
—Entonces estamos perdidos —dijo con una sonrisa cansada pero feliz.
Abril apoyó su cabeza en su hombro.
El sol les daba en el rostro y por un momento, todo lo demás dejó de existir: los rumores, los problemas, los miedos.
Solo estaban ellos.
Dos adolescentes que habían encontrado algo real en medio del caos.
. . .