Lucas
Amaneció con un cielo extraño, como si el clima no supiera decidir si quería llover o despejar.
Lucas giró el anillo entre sus dedos, observando cómo la luz se reflejaba en el metal.
Era un gesto casi automático, uno que repetía cada vez que pensaba en ella.
Ese anillo no era lujoso, pero tenía historia. Lo había encontrado años atrás en la caja vieja de su padre, y sin saber por qué, lo había guardado desde entonces.
Cuando Abril empezó a significar algo más que una simple compañera de clase, el anillo dejó de ser un objeto.
Era un recordatorio.
De lo que quería cuidar. De lo que no debía perder.
La notificación del mensaje que ella le había enviado la noche anterior seguía en su pantalla:
〈“Vi el video. Gracias por decir la verdad.”
No había respondido todavía.
No porque no supiera qué decir, sino porque quería hacerlo bien.
Una parte de él seguía temiendo que cualquier palabra mal dicha la alejara de nuevo.
Se levantó de la cama y caminó hasta la ventana. Afuera, el cielo empezaba a abrirse.
—Hoy no puedo arruinarlo —murmuró.
Detrás de él, Thiago, su hermano, apareció con un paquete de galletas en la mano.
—¿Vas a verla?
—Quiero hacerlo. Pero no sé si debería.
Thiago se sentó sobre la cama.
—Si te quedas esperando el momento perfecto, vas a seguir mirando ese anillo hasta que se oxide.
Lucas sonrió con cansancio.
—Gracias por el consejo de sabio precoz.
—En serio, bro —continuó Thiago. —Ella te escribió. Eso ya es una señal. No la dejes sola en su cabeza, porque ahí todo se distorsiona.
Lucas se quedó pensativo. Sabía que tenía razón. Su hermano podría ser inmaduro para algunas cosas, pero en ese momento estaba demostrando ser más maduro que él.
El orgullo nunca había sido el problema entre ellos. Era el miedo.
El miedo a no ser suficiente, a perder, a no saber cómo remendar lo que ya estaba roto.
Tomó el casco, se metió el anillo en el bolsillo y salió sin decir más.
. . .
Abril
El aire en la casa de campo era tan limpio que dolía respirarlo.
Abril estaba sentada en el porche, envuelta en una manta, con el cabello suelto y los ojos perdidos en el horizonte.
No había dormido mucho.
Cada vez que cerraba los ojos, revivía esa noche.
No la parte del video, ni siquiera la pelea.
Sino el momento exacto en que lo vio mirarla, con esa mezcla de dolor y ternura.
La forma en que su voz se quebró cuando le dijo “No quiero que me creas, quiero que me escuches”.
Y, sobre todo, el momento en que ella no lo hizo.
—¿Puedo sentarme? —preguntó Sofía, saliendo con dos tazas de té.
Abril asintió.
—No te ofendas, pero no soy buena compañía.
—Nunca lo fuiste —bromeó Sofía, dándole una taza. —Por eso te quiero.
Abril sonrió débilmente.
—¿Crees que soy una idiota por haberme ido así?
Sofía la miró con ternura.
—No. Creo que eres humana. Y cuando uno tiene miedo, huir es lo primero que aprende.
La pelirroja bajó la mirada.
—Escuché ese video y… fue como volver atrás.
—¿Atrás a dónde?
Abril suspiró.
—A hace dos años. Cuando lo escuché reírse de mí con sus amigos.
Sofía frunció el ceño.
—¿De ti?
—De mis pecas. —Soltó una risa amarga.
— “La chica mapa”, me decían.
Y lo peor es que él también se rio. No lo dijo, pero se rio.
Sofía guardó silencio.
No sabía si responder con rabia o consuelo.
—Y cuando escuché ese video, fue como si el pasado se repitiera. Pensé que otra vez se me estaba riendo en la cara.
Por eso no pude escucharlo, no pude creerle. —Abril apretó la taza entre las manos. —Pero esta vez no era él.
Sofía respiró hondo.
—No podías saberlo. Pero ahora lo sabes. Y tienes que decidir si eso cambia algo.
Abril levantó la vista hacia el cielo.
—Cambia todo. Pero no sé cómo empezar.
Sofía sonrió.
—Con una charla. Aunque duela.
Abril asintió despacio, dejando que las palabras se asienten.
Por dentro, sentía que la culpa era un peso, pero también una oportunidad.
Tal vez, si se animaba a hablar con él, podría dejar de arrastrarla.
. . .
Lucas
La moto se detuvo frente a la cancha del barrio.
Lucas bajó, dejó el casco sobre el asiento y respiró hondo.
Era el mismo lugar donde se refugiaba cuando no quería pensar.
Pero ahora solo podía pensar en ella.
Sacó el anillo, lo giró entre los dedos y lo colocó en una cadena fina que usaba bajo la camisa.
—No me rindo, Firefly —murmuró. —No sin intentar una vez más.
El sonido de su teléfono lo interrumpió.
Un mensaje.
De Abril.
〈“Necesito hablar. Pero no quiero discutir.”
Lucas sonrió, un poco incrédulo.
Su corazón, que llevaba días en pausa, volvió a latir.
Respondió de inmediato.
〈“Cuando quieras. Solo escucharte ya es suficiente.”
Miró el anillo de nuevo y cerró el puño.
La oportunidad que había perdido días atrás volvía a aparecer, y esta vez no pensaba dejar que el orgullo, ni los fantasmas del pasado, se interpusieran.
. . .
Abril
Sofía la miró escribir, sin decir palabra.
—¿Le escribiste?
Abril asintió.
—Sí. No puedo seguir con esto en la cabeza.
Sofía sonrió con orgullo.
—Esa es mi chica valiente.
—No te confundas. Estoy aterrada.
—Claro. Pero igual lo vas a hacer, y eso es lo que importa.
Abril soltó una risa nerviosa.
—No sé si puedo volver a mirarlo sin sentir todo otra vez.
—Entonces siéntelo —respondió Sofía. —Pero no dejes que el miedo decida por ti.
Abril sentía miedo, claro que si. No quería perder por su bobería de escuchar a las personas incorrectas.
. . .