El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de un tono anaranjado que parecía sacado de una postal.
El campo de fútbol estaba casi vacío, salvo por algunos chicos que terminaban de jugar y el sonido lejano del viento colándose entre las gradas.
Lucas llegó primero.
La moto descansaba a un costado, y él caminaba despacio sobre el césped, con las manos en los bolsillos y el corazón acelerado.
El anillo colgaba de la cadena en su pecho, pesado, simbólico, como si llevara dentro todas las palabras que no había podido decir.
—No la arruines esta vez —se murmuró, más como un rezo que como una orden.
Cada minuto que pasaba se le hacía eterno.
Hasta que la vio.
Abril apareció por el camino de tierra, con el cabello recogido en un moño desordenado y una chaqueta liviana que el viento movía suavemente.
Se detuvo al verlo, sin avanzar todavía, con esa mezcla de nervios y nostalgia que solo ocurre cuando se está a punto de reencontrar lo que se perdió.
Por un instante, ninguno dijo nada.
Solo se miraron.
Y fue suficiente para que todo lo que había quedado suspendido entre ellos volviera a flotar en el aire.
Lucas dio un paso al frente.
—Pensé que no ibas a venir.
—Yo también lo pensé —respondió Abril, con una sonrisa apenas visible.
Él se acercó un poco más, cuidando cada gesto, como si cualquier movimiento brusco pudiera hacerla desaparecer.
—Gracias por escribirme.
—Gracias por no insistir —dijo ella, con un suspiro. —Necesitaba tiempo.
—Lo sé. Y aunque me moría por verte, no quería obligarte.
El silencio volvió, pero ya no era incómodo.
Era el tipo de silencio que solo existe entre dos personas que se extrañan, pero no saben cómo empezar de nuevo.
—¿Quieres sentarte? —preguntó él, señalando el borde del banco donde solían mirar los entrenamientos.
Abril asintió y se sentaron, dejando un espacio prudente entre ambos.
El viento traía olor a pasto y a tierra húmeda.
—No sabía si venir —dijo ella después de un rato. —No porque no quisiera… sino porque tenía miedo de que fuera igual que antes.
—Antes —repitió él, sabiendo perfectamente a qué se refería.
Abril lo miró, y por primera vez, sin rabia.
—¿Sabes que me acuerdo de la primera vez que te escuché hablar de mí?
Lucas frunció el ceño.
—¿Cuándo?
—En segundo año. En el pasillo del fondo.
Tu grupo se reía de mí.
De mis pecas.
Lucas cerró los ojos, como si las palabras fueran un golpe que no esperaba.
—Dios… Abril, yo…
—No dijiste nada —lo interrumpió ella, con voz suave. —Pero te reíste. Y no sabes cuánto me dolió.
Él bajó la cabeza.
—Tienes razón. No me acuerdo de haber dicho algo, pero sí me acuerdo de la risa. Y me odio por eso.
Ella lo miró, esperando más.
Lucas respiró profundo.
—Era un idiota, Abril. Intentaba encajar con un grupo que se creía gracioso a costa de los demás. Y aunque no lo dije, mi silencio fue igual de cobarde.
Abril asintió, sin lágrimas, sin reproche.
—Por eso me costó creerte esa noche. Cuando escuché el video… fue como si todo volviera.
—Lo sé —susurró él. —Y me lo merezco. Pero te juro que nunca más me reí de ti. Desde el día que te vi defender a esa chica en clase de historia, supe que eras distinta.
Abril sonrió con melancolía.
—Y aún así, no me hablaste durante meses.
—Tenía miedo —admitió él, encogiéndose de hombros. —Eres con la única persona que no logro fingir ser alguien más. Eres la única que conoce cada faceta de mi
Ella soltó una pequeña carcajada, casi sin querer.
—No sé si eso es un cumplido o una advertencia.
—Las dos cosas —respondió él, sonriendo también.
Por un momento, el ambiente cambió.
El peso se alivió, el aire se volvió más cálido.
Lucas se acomodó un poco más cerca, sin invadirla, pero lo suficiente como para que sus hombros casi se rozaran.
—Abril —dijo en voz baja —Lo que pasó con el video… no fue solo una manipulación. Fue una traición. Y sé que nada de lo que diga va a borrar lo que sentiste.
Pero si algo aprendí, es que el amor real no se demuestra solo cuando todo va bien, sino cuando te toca luchar para que te crean.
Ella lo miró con esa mezcla de ternura y tristeza que tantas veces lo había desarmado.
—Y yo… tengo que aprender a no juzgarte por lo que ya pasó.
—O por lo que otros digan de mí.
—Exacto —dijo ella, suspirando. —Porque lo que más me asusta no es que me mientas, sino que me importe tanto si lo haces.
Lucas sonrió.
—Eso significa que todavía me quieres un poco.
Abril rodó los ojos.
—No te agrandes.
—Es que si me das esperanza, me aferro —dijo él con tono juguetón, y ella soltó una risa sincera.
El viento levantó algunas hojas secas.
El sol ya caía, pintando el campo de tonos dorados.
Ambos permanecieron en silencio, mirando el horizonte, hasta que Abril habló otra vez:
—¿Qué tienes entre tus manos?— preguntó con curiosidad.
Lucas bajó la vista y lo sostuvo entre los dedos.
—Era de mi abuela, tiene una historia increíble.
Al principio solo lo tenía por costumbre… pero después, cada vez que algo me importaba de verdad, lo usaba.
Y desde que te conocí, se convirtió en una forma de recordarme que las cosas buenas no se abandonan solo porque se vuelven difíciles.
Abril lo miró largo rato, sin decir nada.
Hasta que, casi en un impulso, tomó su mano y lo ayudó a cerrar los dedos sobre el anillo.
—Entonces no lo sueltes —susurró. —Pero tampoco me pierdas entre tus silencios otra vez.
Él levantó la mirada, sorprendido por el temblor en su voz.
—¿Eso significa que…?
—Que quiero intentar entenderte —dijo ella, sonriendo apenas. —Y que me perdones por no haber creído en ti cuando más lo necesitabas.
Lucas negó con la cabeza, sonriendo también.